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El Cachimbón desde la ventana

El Cachimbón desde la ventana

Escrito por: Macuto

Es invierno en San Carlos, la lluvia lava los adoquines de sus calles sin nombre y lleva en las correntadas aquellas historias que contaban los abuelos de las lluvias de tiempos lejanos, cuando todo era más simple y todo tenía su lugar. Cintia (nombre utilizado para proteger la identidad de nuestra protagonista de 24 años de edad) abre, como todas las mañanas, su ventana de marco de manera para que la brisa del lago Cocibolca invada su habitación y le de esa fuerza extra para levantarse de la cama. A esas horas los pescadores regresan a la costa después de sus faenas con los botes repletos de mojarras, tilapias y machacas que venderán en las faldas del eterno malecón.

Desde pequeña un misterio la persigue: siempre ha querido saber que hay más allá de ese pedazo de chimenea metálica que se ve sobre las aguas. Pieza que existe desde que tiene memoria. La ha visto todas las mañanas de su vida, cada vez que abre la ventana o sale al patio, cada vez que se asoma desde su balcón o sale de su casa. Le gustaba imaginar historias sobre el vapor naufragado, aún le queda en la sonrisa la certeza inventada de que bajo el agua existe un enorme caparazón de metal que da puerta a un mundo mágico de piratas, de tesoros valiosos escondiéndose en el fangal junto a los pescados. La única información fehaciente que tiene es la que le dieran sus padres “barco que quedó hundido”. Nunca supo si el nombre de Cachimbón se lo habían puesto a la chimenea o toda la embarcación.

Cintia conoció el lugar del naufragio hasta que tenía diez años, siempre lo vio porque  nació y creció a la orilla del lago, pero nunca la dejaron andar en bote ni nada parecido, por eso nunca aprendió a nadar y fue hasta un viaje familiar que la panga donde iban se acercó al punto exacto y pudo conocer y apreciar la gran estructura hasta tocarla con sus manos.

Hace unos años ella, como todos en San Carlos, se sorprendió por el hallazgo que ocurrió en la sala de la casa de doña canducha, desenterraron una enorme propela y otra verdad vino a su vida: ese barco llegó a hundirse a ese punto exactamente, pero ya venía fallando y dejando piezas por todos lados porque si encontraron esa gran propela, quiere decir que su casa, el cuarto que habitaba, era la vieja orilla del lago donde no existía tierra. Lo que le hizo recordar algunas anotaciones de Carlos Aguirre Marín contenidas en su libro de memorias “San Carlos de mis recuerdos”:

 “lago y río se escurrían de abajo de los tambos de casas y muelles que se adentraban en sus aguas y que motivaron a alguien a decirle a San Carlos “la Venecia del lago Cocibolca” cada una de las avenidas que venía desde La Plaza y llegaban a la Calle de Abajo se prolongaba formando un puerto flanqueado por tambos y corredores de casa y bodegas” su intuición no fallaba, alguna vez el terreno de su casa no era más que lago.

La única cita histórica que existe de la embarcación, se encuentra en las memorias de Aguirre Marín: “le decíamos El Cachimbón a los restos de un barco de hierro de los que hacían el recorrido San Carlos-La Virgen (Rivas), allá por los mil ochocientos y tantos en tiempos de la “Ruta de Tránsito” posiblemente Hollembeck,  dos tubos de alrededor de un metro de circunferencia, el más grueso y, un poco menos el otro, que sobresalían aproximadamente dos metros sobre la superficie del lago, emergiendo entre la flora flotante, en los que los madereros amarraban enorme ristras de tucas con lo más precioso de nuestros bosques sobre las que corríamos nosotros haciendo alarde de equilibrio para ir a caer, inevitablemente, más tarde” cita llena de aproximaciones y conjeturas, cita que nos grita la existencia de pocos libros, la necesidad de historia.

Cintia hace pocos días se enteró que la calle que pasa por su casa se llama Puerto Real, ve pasar sobre ellas las correntadas de agua que van a desembocar al lago, calle cuyo nombre su sobrina con conocerá y será olvidada por otro nombre, calle que lleva décadas sin nombre y no hay carteles que carguen el enorme peso de sus letras, calle que como el cachimbón, están a merced del viento, del sol y del lago para que desaparezcan.

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