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Marcos

Marcos

Por: Macuto

En las calles sonaban los morterazos y a su ventana llegaba el ruido como recordatorio de una lucha que se repetía una vez más en la historia de Nicaragua. La radio maldecía a la dictadura mientras advertía de los sitios de lucha “en los alrededores de la UCA nos reportan enfrentamientos, no transiten la zona” decía el locutor “en la UPOLI se registró el primer asesinato por arma de fuego, balazo propinado por la Policía Nacional, era un joven estudiante… En unos minutos brindaremos los detalles” continuaba. Los nervios se adueñaban de sus manos y no lograba concretar un pensamiento coherente, sabía que debía hacer algo; es curioso, no recuerdo cómo era el clima en esos días, recuerdo que no llovía, era abril y una nueva revolución nacía. 

La avenida universitaria estaba plagada de chavalos que habían abandonado las aulas de clase para protestar contra una reforma del Ejecutivo al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social y nadie sabía que era el punto de eclosión de un nuevo paradigma político. Pudo haber sido otro el detonante, uno de los tantos mal redactados informes diarios de Rosario Murillo, un discurso empolvado de Daniel Ortega o simplemente una marcha, de esas que el frente sandinista había desgastado desde hace mucho tiempo. 

Marcos miraba el teléfono con insistencia, en las redes sociales no se hablaba de otra que cosa que no fuese la represión de la Policía Nacional a los estudiantes que protestaban pacíficamente, mientras dibujaba en sus pensamientos la silueta de Sandino y rebatía entre sus ideales alguna razón para justificar la barbarie que cometía el partido que tanto amó. No encontró respuesta. 

Recibió varias llamadas, una de ellas lo llenó de shock

Vamos a la UPOLI –dijo la voz 

¡Vamos!-contestó Marcos maquinalmente

Días después de los primeros acontecimientos de represión, las universidades se habían convertido en trincheras de lucha donde la Policía llegaba con sus armas de guerra y repartía bala a gusto y antojo de la espontaneidad, los primeros muertos inundaban los medios de comunicación independientes, mientras el sandinismo callaba. 

“Reportamos heridos en distintos barrios de Managua, la población ha levantado barricadas como medida de protección ante los ataques de la policía” rezaba a cada momento el locutor de la radio Corporación “se le recomienda a la población que tomen las medidas de seguridad necesarias para preservar la vida de sus familias” un artículo publicado en el portal web de BBC Mundo decía que “el frente sandinista ha perdido por primera vez en su historia el monopolio de los barrios” Nicaragua estaba sumida en un caos. 

Fred recogió a Marcos en su casa a las seis de la mañana, tenían como misión recolectar víveres en toda la capital y transportarlos hacia la UPOLI, universidad tomada por los chavalos como medida de presión para que Ortega dimitiera de la presidencia. La misión se cocinaba a través de contactos facilitados por un contacto aún más misterioso, tarea que requería asumir el riesgo de ser apresados en cualquier momento porque en Twitter circulaban videos de cómo la policía secuestraba a las personas que llevaban pacas de agua en las cajuelas de sus autos.

En los recorridos que duraron toda la mañana,  pudieron ver el nacimiento de las barricadas en los barrios, la gente salía incrédula de sus casas y las calles olían a yantas quemadas. Había cierta tensión en el aire, los videos de gente arrestada por transportar víveres se multiplicaban con los minutos, pero Marcos permanecía en un estado de serenidad, pues era preferible deambular por toda Managua encontrando a los contactos que les daban medicinas que permanecer en las calles de la UPOLI esperando que una bala perdida le impactara en el pecho.

Las calles sudaban emoción y furia, el calor invadía sus cuerpos, llevaban en la cajuela del auto de Fred la última carga, ambos sabían que luego de dejarla en el portón trasero de la universidad, tendrían que sumarse a la batalla como unos soldados más. 

Parquearon el vehículo a cinco cuadras de la UPOLI,  había decenas de autos parqueados en el mismo lugar. Era un parqueo de tierra rodeado por árboles y casas, a doscientos metros se divisaba un colegio con muros pintados de azul y blanco; hablaban poco mientras caminaban, ambos buscaban dentro de sus pensamientos esa partícula de credulidad que les invitara a seguir, todo pasó tan de repente que no tuvieron tiempo de odiar los ideales sandinistas. Saliendo del parqueo sintieron en la brisa de la tarde naciente una sensación de asfixia, se miraron instintivamente y sonrieron.

Es el gas lacrimógeno-dijo Fred mientras bajaba la mirada hacia el pavimento.

La gente los miraba pasar desde sus porches de concreto y verjas, sus gestos reflejaban miedo e inseguridad, sus rostros les decían “allá  van otros chavalos, como los que hemos visto durante el día, hacia un infierno” salían de sus mundos de sábados, con programas de televisión que parecían más bien somníferos y les dejaban la leve sensación de alivio a sus vidas cotidianas, salían de sus asados improvisados o de la típica compradera de sopa de res, estaban en el campo de una batalla que les partía el alma y les dejaba saldos negativos porque la Policía tenía las armas y ellos piedras, se convertían otra vez en indígenas y sus verdugos en nefastos invasores. 

La realidad se transformó a escazas cuadras, seguía la gente afuera de sus casas, pero en cada esquina había baldes llenos piedras y cajas de botellas con mechas, garrotes en las manos de los vecinos, mientras los vehículos pasaban a toda velocidad. Marcos vio gente correr en dirección opuesta a la suya y tomó por instinto dos piedras del primer recipiente que encontró, una en cada mano sin saber para qué las usaría. Sudaba copiosamente un líquido helado que bajaba con rapidez entre sus pechos, miró sus zapatos y agradeció haberse puesto los botines más resistentes que tenía, sonrió y recordó cuando los miró la primera vez sobre el estante de vidrio de una tiendita de zapatos usados, estaba al otro de la calle, hacía calor como ese día en que caminaba entre el mar de gente. 

Llegaron a la calle principal que daba a la universidad, la gente llevaba lanza morteros que no eran más que tubos de metal que moldeaban artesanalmente en los talleres mecánicos hasta darle forma de pistola grande en donde colocaban pólvora envuelta en papel kraft que servía para poner a distancia a los policías, no había puntería certera con ellos, servían más bien para hacer ruido. La gente no paraba de sudar como ellos y tenían las cabezas mojadas, caminaban en grupos, ninguna persona andaba sola, las motocicletas recorrían sin cesar la carretera dejando en el aire el sonido de sus tubos de escape. Marcos miraba todo con ojos de quien ve una película pero sin los héroes resistentes a las balas, fue cuando una doctora o estudiante de medicina, le ofreció una mascarilla.

Mojala en este balde, contiene agua con bicarbonato-le dijo sin prestarle atención-les ayudará con el gas.

¡Se acercan!- dijeron varias voces que salían de la multitud, Marcos se cuadró con las dos piedras bien sujetas encontrando el balance perfecto, pero no miraba más que muchas cabezas asoleadas que asumía eran de su bando.

Avancemos-dijo su amigo

Avancemos- contestó con tranquilidad

A cada metro recorrido su visión fallaba, los ojos le lagrimeaban y le dijo a Fred que no siguieran pues sentía que no podía respirar. Inmediatamente llegó un médico o un estudiante que no pudo distinguir, pero sabía que era varón porque su voz lo denotaba.

No respirés por la boca- le dijo. Era una sensación terrible que le tomó varios minutos asimilar, le invitaba a la paciencia, a aprender a lidiar con la desesperación de perder totalmente la visión y la conciencia a cada respiro. Sintió un alivio de frescura cuando el muchacho le roció ALUMIN líquido- te recuperarás- terminó mientras se perdía entre la gente buscando a otra persona que necesitara de ese elixir para volver a la vida.

Avancemos-le dijo a Fred-ya sabemos cuál es el efecto del gas.

Siguieron caminando y la respiración era un reto cada vez mayor, añoraban los metros que quedaban tras sus espaldas porque en ellos dejaban el aire más fresco. Llegaron a la parada de buses, había varios auxiliares médicos que a todo mundo repartían mascarillas y aplicaban el ALUMIN que se había convertido en el favorito de los medicamentos que pedían a la población. Desde esa posición, Marcos pudo divisar a los antimotines que se abultaban tras sus escudos transparentes mientras lanzaban bombas lacrimógenas para ganar terreno. Pero los chicos que permanecían frente a ellos con escudos de zinc, no retrocedían pese al constante asedio, aunque respiraban con dificultad y llevaban los ojos rojísimos, no abandonaban sus lugares, convirtiéndose en héroes que nunca buscaron ser.  

Marcos arrojó con todas sus fuerzas las piedras que tenía en sus manos, nunca sintió tanta satisfacción, arrojaba las vendas que una vez lo cegaron, la inconformidad por el mal accionar de un partido político que no representaba al sandinismo, lanzaba el dolor de los asesinados, el dolor de los chicos que estaban delante de él aguantando los gases con bravura. Peleaba por ellos, no retrocedía por ellos. Miró a su alrededor, habían dos esquinas a sus costados,  a su derecha un policía asomó la cabeza cubierta por el casco de protección, parecía que los atacarían desde varios flancos de manera simultánea, lo siguió con las manos llenas de impotencia pues minutos atrás había escuchado “un médico” un grito que acarreaba dolor, miró cómo la sacaban colgada en procesión con el rostro ensangrentado y la mirada perdida viendo al cielo; el policía se detuvo, sacó su escopeta y todos detuvieron la carrera, tanto él como el grupo de Marcos vacilaron por milisegundos, los chavalos por instinto buscaron refugio en las paredes y en los árboles que tenían más cerca, aplicando la instrucción militar que nunca tuvieron. Los disparos sonaban como el ruido de los carros que pasan a toda velocidad, las hojas de los árboles caían y la fotografía de su mama sonriendo la navidad pasada llegó a su memoria. Pero el policía se quedó sin municiones y era el momento de atacar, le lanzaron la vida, la esperanza de salir ilesos, a su cabeza, más adelante esperaba otro policía que tenía cargada una bomba lacrimógena que detonó al instante. Retrocedieron. 

Las toses eran cosa común, pero había una que escuchaba con insistencia, era la de Fred, salieron corriendo en busca del médico más cercano que le auxilió con rapidez, junto a él estaba una anciana que tenía el rostro rojo, Marcos no apartó el deseo de abrazarla y decirle que todo estaría bien, pero el gas también había hecho estragos en él, apenas podía sostenerse y el ardor en el rostro era insoportable

Avancemos-dijo su amigo.

Avancemos-contestó.

No dejaron de avanzar más, seguían caminando y el gas menguaba, seguían caminando y nada los detenía. Un chavalo vino corriendo del frente de batalla gritando con voz clara “ya se fueron esos mierdas, ¡se fueron!” y Marcos sintió un alivio enorme. 

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