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El derecho a denunciar

El derecho a denunciar

Por:  Benjamina Zeledón

Cada día las redes sociales se humanizan más, pues compartimos prácticamente todo con ellas: familia, amigos, negocios… Y denuncias.

Hace pocos años mirábamos las denuncias en redes sociales como algo fuera de lo común: el espacio para denunciar solía estar reservado para los medios de comunicación, pues eran estos quienes poseían la capacidad de difundir un mensaje masivamente. Todo esto cambió con el Internet, el abaratamiento de la tecnología, la llegada de los smartphones y la gran importancia que iban tomando las redes sociales.

De repente las denuncias ya no eran inusuales, y llegaron a ser tan comunes como diversas sus temáticas: abusos, robos, abandono, violaciones y mucho más circula todos los días en nuestras cuentas. Lo novedoso era que ahora no solamente provenían de los medios, sino también de cuentas personales.

Que una denuncia salga desde una cuenta personal genera un sinfín de reacciones que van desde muestras de apoyo hasta ataques directos hacia el o la que escribe la denuncia. Como dicen popularmente, el escándalo es el pecado, y muchos dedos irreflexivos acusan a quien se atreve a hacer una denuncia pública de querer llamar la atención y así lograr fama.

Nicaragua no se caracteriza por tener un sistema judicial que se preste a ayudar rápidamente a sus ciudadanos. La burocracia, los prejuicios sociales y la antipatía de las autoridades tienen como resultado que no todas las denuncias sean tomadas con la seriedad exigida.

Entonces, ¿qué nos queda? La denuncia social manifiesta en el poder de las redes sociales. La denuncia debe manifestarse por este medio cuando el fin es advertir a los demás de posibles peligros o atropellos a la libertad. Solo llamando la atención se puede tocar determinados temas que aún son considerados tabú.

La denuncia es un derecho que no se debe criminalizar. Es un asunto que se debe dialogar, conversar o debatir pero jamás silenciarla. Si la silenciamos estamos contribuyendo a formar una masa adormecida, temerosa e inconforme condenada al abuso y la infelicidad. No callemos atropellos.

 

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