Adriana y el Laberinto

Adriana y el Laberinto

Por: La antibiblioteca de Monzerrath

Oh, maldito Minotauro,

Te he dado mi sangre y mi sudor, te he criado con mis lágrimas y mi miedo, y aun así me mordés los pies, jodido animal insaciable. ¿Hasta cuándo vamos a vivir atrapadas en este laberinto que hiciste con nuestras propias manos? ¿Con nuestro propio lomo?

Soy esa chavala que tuvo que dejar la escuela porque a los catorce le dijeron que tenía que ser madre antes que ser persona. Soy esa lesbiana que aprendió a esconderse en su propia casa, a reírse de chistes que le duelen, a tener miedo de tocar la mano de su amor en público. Soy esa trans que ha tocado todas las puertas y ninguna se abre porque «así vestida» nadie le da trabajo. Soy esa madre soltera que saca a sus crías adelante con el sueldo mínimo y un milagro. Soy esa puta que carga con el hambre y el desprecio de quienes me usan y luego me niegan.

Y todo eso por vos, Minotauro. Porque te alimentamos a diario con nuestra carne y nuestros sueños, porque este país se sostiene en nosotras, en nuestras manos, en nuestras espaldas, en nuestros úteros y en nuestras muertas. Sin nosotras, Nicaragua no existe. Y aun así nos querés invisibles, calladas, obedientes, agradecidas con las sobras.

 Este país se construyó con nuestra rabia y nuestra fuerza, con mujeres que no se dejaron, con chavalas que se enfrentaron a esta tierra que nos vio sangrar con los puños. Este país nos debe todo y nos da mierda. Y vos, Minotauro, seguís ahí, devorándote todo, cagándote en nuestra existencia, sosteniendo tus privilegios con nuestra miseria. No querés que salgamos del laberinto, porque sabés que, si lo hacemos, se te acaba la farra…

Nos han dicho que somos débiles, pero la verdad es que hemos tenido que ser más fuertes que cualquiera. Nos han dicho que somos histéricas, pero ¿cómo no vamos a estar furiosas? Nos han dicho que exageramos, pero vivimos con miedo de caminar solas en la calle. Nos han dicho que lo tenemos todo, pero seguimos ganando menos, trabajando más y cargando con culpas que no nos pertenecen.

Nos han asesinado por ser mujeres, nos han matado en la casa, en la calle, en la cama, en la esquina. Han borrado nuestros nombres, han dicho que fue culpa nuestra por salir tarde, por vestirnos «provocativas», por decir no. Cuando nos manosean en los buses, cuando rozan la turca mientras pasamos, cuando se ponen debajo de las escaleras, cuando le toman screen a las fotos y las comparten, cuando el taxero nos ve las piernas con el retrovisor.

Han dejado nuestros cuerpos en montes y basureros como si fueran cosas desechables, como si nuestra existencia no tuviera peso, como si la vida de una mujer valiera menos que el aire que respira un hombre. Y los vemos en las noticias con las caras imparciales como si hubieran matado a algo que no siente que es solo carne. Y vos, Minotauro, seguís ahí, con la boca llena de sangre, mirando hacia otro lado mientras nos comen los gusanos.

Nos enseñaron a tener miedo desde niñas, a no salir solas, a cerrar bien las piernas, a no responderle a los «piropos» en la calle porque nunca se sabe. Nos han enseñado a moldearnos para encajar en tu idea de lo que es ser mujer: dulces, sumisas, delicadas, siempre listas para servirte. Pero ser mujer es más que un cuerpo con curvas, más que una cara bonita, más que la imagen que querés imponer.

Porque ser mujer va más allá de la carne. Es una energía que trasciende cuerpos, que no se define por genitales ni vestidos. Es una fuerza que habita en quienes desafían tus normas, en aquellas que han renacido en su propia piel, en quienes han tenido que inventarse a sí mismas para existir. El alma de una mujer no tiene forma fija, es un torrente, un relámpago, un huracán que no podés encerrar en un molde.

Maldito Minotauro, te hemos cargado en la espalda como si fueras nuestro destino, pero no lo sos. No sos más que el parásito de nuestro sacrificio, el reflejo de una historia que queremos romper. Te hemos dado todo y ahora venimos a cobrarnos. Con rabia. Con furia. Con la certeza de que este laberinto se va a caer, aunque nos cueste la vida.

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