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Yo soy joven y somos dados para hacer.

Yo soy joven y somos dados para hacer.

Por: Noel Enrique Castellón Rocha / Estudiante de Derecho

¿Qué decir por aquí? Soy un joven comprometido a un sueño – lo que por sí mismo es un mérito noble –, así como lo hacen (me supongo será así) la gran mayoría de individuos menores de 25 años que conformamos el 51.7% de la ciudadanía de la – aspirada – República de Nicaragua, lo que obliga a suponernos como el fragmento generacional de la población con más valía de incidencia.

Y con gran honra y dicha me siento al pensar, recordar que esto de lo que hablo, es un sueño en común con incontables personas, aquí si equiparándome con una aún más completa mayoría de nicaragüenses en su multiplicidad de edades: es el procurar que este lugar, este país, esta nuestra Nicaragua dada por nuestros antepasados todos, sea un verdadero “Estado Democrático y Social de Derecho”; así como lo puede llegar a proclamar la Constitución Política, la Carta Magna, así como un chavalo lo quiere celebrar a gritos con toda su energía y rabia juvenil efervescente. He aquí el mayor reto que se presenta, aún ya desde nuestra corta vida.

Yo obro un pos de este nuestro sueño que tiene todo el peso del pasado; porque no somos simples hijos del quizás, no somos juguetes de la suerte. Somos hijos, en calidad de herederos directos, que hemos de entrar en posesión de la sociedad – con todo su bagaje cultural, histórico y social – que indudablemente ya es de nosotros para manejar.

Y esta, mi generación, las y los jóvenes de Nicaragua, necesitamos ser la “Generación del Cambio”, porque Nicaragua lo amerita. Nuestro duelo se basa en utilizar nuestra instintiva conciencia renovadora para ser como las plantas que nacen entre las cenizas de un volcán, perfumar nuevamente este paisaje, el de un país desolado por una desviada, por no decir pésima, praxis del ejercicio del poder.

Nuestra debilidad en este campo: somos jóvenes; dirán que sin experiencia, muchas veces enérgicos excesivos y con lo que suponen debe ser una convicción escueta en temas de un orden tan profundo como lo es la política. ¿Y qué vamos a decir? El remedio mismo será lo que dicen que es el mal, pero en la receta justa; servirnos de la obstinación viva que nos representa, valernos de la fuerza imperativa del apremio idealista, soñar y aprender con la acción de cambio en la marcha.

Debemos repudiar el pensamiento retrogrado en tanto este tenga por enemigo el cambio, la innovación, los aires frescos que intentan renovar a la propia ideología. La barda a saltar son todas esas palabrerías dirigidas a encaminarnos a un patíbulo mental, una muerte del propio pensar, razonar y criticar, inherentes del joven.

El pábulo del emprendimiento de acciones en este sentido es la libre voluntad de manejarnos en las diferentes expresiones del vivir en sociedad (artística, recreativa, cognoscitiva) a las que aspiramos supeditados al propio valor de autosatisfacción.

Aquí he hablado con la imagen en mente de una nueva civilización, la civilización naciente con nosotros y condenada a ser eternamente renovada por las generaciones hasta el fin del razonamiento. Lo que aquí digo va con toda la longitud de mis ideales, porque, ¿qué sería un joven sin ideales? ¿Qué sería cualquier intento de un avance sin la impresión de una mejoría?

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