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Lucha a Puertas Cerradas

Lucha a Puertas Cerradas

Por: AGA

Era el 20 de noviembre del 2019 y Mariela tenía en su haber: doscientos cincuenta córdobas, tres chavalos que alimentar, cuatro recibos pendientes, dos libras de arroz, media de frijoles y una gran mentira que su ex pareja le dejó resonando en el oído el día que se fue: “sos una inútil”.

Sus dos primeros hijos fueron fruto del amor entre ella y el señor “Nunca te voy a dejar de amar”, el cual se fue a formar otra familia cuando el menor tenía dos años, y el último era hijo de “Te prometo que nunca te voy a hacer sufrir”, quien resultó ser agresivo tanto sobrio como borracho, razón por la cual Mariela lo corrió de la casa. Cuando se fue, esta quedó con miedo porque la policía nunca atendió su denuncia, pero dicen que el ya encontró pareja y sigue repitiendo la misma historia con una nueva víctima.

Pero la Mariela no estaba para mal de amores, ya tenía rato buscando trabajo sin mucha suerte, ahora su prioridad era ganar un sueldo mensual.

En una entrevista para dependienta de tienda le pedían tercer año de secundaria, pero ella llegó a primero y había una larga fila de candidatos que sí cumplían con los requisitos. Después se fue a un centro de salud donde tenían una vacante, pero alguien les sopló que esta anduvo en las marchas de abril y le negaron el trabajo bajo amenaza de que se cuidara; por último, casi la contratan en una agencia de limpieza, pero indispensablemente necesitaba recomendaciones de empleadores previos; este requisito si creía poderlo llenar. Se fue a buscar a la última jefa donde trabajó de doméstica, pero la casa estaba vacía con un rotulo de “se alquila”, uno de los muchos en la cuadra. Al preguntar en el barrio se enteró de que su antigua jefa se fue exiliada a Estados Unidos, lo peor es que los vecinos no tenían idea de cómo contactarla, se la había tragado la tierra.

Las puertas seguían cerrándose y mientras tanto ya les habían cortado la luz en la pieza que le heredó su abuela. Para hacer peor las cosas, un niño se le enfermó y la señora de la venta ya no le podía fiar.

Una tarde mientras barría la entrada de su casa comenzó a cantar una balada a todo pulmón para que dejara de resonar en su mente las palabras de su ex compañero, “sos una inútil”. Estas resucitaban de su subconsciente cada vez que las cosas le salían mal. “Jamás duró una flor dos primaveras…” entonaba cada vez más alto mientras con fuerza arrastraba la escoba sobre la cuneta levantando polvo.

¿Y ahora cómo le hago? Se preguntaba al nacer la noche mientras sentada sobre una silla plástica se comía unos mangos junto con sus hijos.

Para su suerte, gran parte del árbol de mango perteneciente a su anciana vecina daba con su lavandero y por otro lado ella tenía un palito de limón del que le compartía fruta. “Tenés una mina de oro aquí” le decía la viejita cada vez que le agradecía a las propiedades este jugo el no enfermarse de catarro.

De aquí se le vino una idea, intercambiar limones y mango por comida.

Llenó una pana plástica de lavar ropa con cuanta fruta pudo, dejando suficiente para después, y se fue donde la señora de la pulpería a ofrecerle un trueque, trato que fue aceptado con agrado. Con este intercambio pudo llevar a su casa unos sobrecitos de sopa, pan de bollo y guineos, no le alcanzó para el medio litro de leche, pero la doña se lo dio para que se lo pagara luego.

Después de un mes haciendo esto, la Mariela le hablaba al escuálido palito de limón y le rogaba de que no la dejara colgada, que siguiera dándole fruta: “Palito no seas mala onda, no te seques, te necesito” le decía cada vez que cortaba producto.

Con el tiempo, y gracias al nuevo crédito en la venta, comenzó a vender tajadas fritas y frijoles cocidos, de aquí sacaba para la comida, aunque no siempre le iba bien, en el barrio cada vez había más desempleo.

Con los meses consiguió trabajo de ayudanta de fritanga y esto le dio un ingreso para reconectar la luz, no precisamente pagando el recibo. Lo malo fue de que la dueña del negocio se metió en un pleito con unos del barrio y un viernes llegaron a asaltarlas, esa semana la Mariela no tuvo pago. La señora de la fritanga no la volvió a llamar, por esto tuvo que seguir con la venta de tajadas afuera de su casa.

Ya había pasado un año en que gracias a sus rumbos no faltaba comida en la mesa, la cosa aún estaba dura, pero se las ingeniaban para sobrevivir. A Mariela de repente se le agotaban las fuerzas, pero no caía en combate.

Sus sueños volaban bajo, pero les enseñaba a sus hijos de que tenían que estudiar porque algún día Nicaragua va a ser libre y ellos iban a poder trabajar en lo que quisieran porque para ese entonces habrá muchísimo trabajo.

-Mamá ¿y si soy doctor, voy a poder comprarte una casa grande verdad?

-Si mi amor, hasta una clínica elegante vas poder poner. Vas a ver a la gente haciendo fila para ir donde vos.

-Mamá, yo quiero ser veterinario.

-Jajajaja ¿VETERINARIO? Uhh si, ahí vas a ver. Vas a ser un gran veterinario y vas a curar a los perritos de la calle. Eso sí, tienen que estudiar y sacar buenas notas.

Vino el 2020, las famosas promesas de trabajo y paz del gobierno se habían transformado en miseria y represión para su barrio. Le habían ofrecido regalarle unas láminas de zinc y una bolsa de comida si iba a unas manifestaciones partidarias para enseñarle a la gente que no existe el tal virus que se andan inventando los capitalistas, pero no quiso ir. Al siguiente día la llegaron a asaltar afuera de su casa donde vendía tajadas.

Al ver la pérdida del día y percatarse de que al sacar cuentas hasta quedaba debiendo la materia prima quiso tirar la toalla, el problema es que no sabía cómo hacerlo, una madre no entiende de rendirse.

Mariela decidió no salir esa semana, sobrevivió con la provisión que tenía, pero no hay mal que por bien no venga, estar aislada era lo mejor que le podía pasar puesto que a los pocos días se desplomó un vecino del barrio mientras caminaba a plena luz del día y después se murieron dos personas más de pulmonía. Al parecer andaba una peste rondando, el tal virus ese que dicen que es mentira parecía ser real. Los chavalos seguían yendo a clases hasta poco después que muriera viejita de atrás, la enfermedad ahora estaba cerca de la casa.

La Mariela puso un rótulo afuera de su puerta y seguía vendiendo sus frijoles, tajadas y fruta a portón cerrado. Pasaba los días enseñándole canciones a sus chavalos y pintaban con tiza sobre el desgastado piso rojo del cuarto, leían revistas viejas para practicar lectura y el más grande jugaba a ser maestro de pre-escolar de los chiquitos.

Ninguno de los tres niños se dio cuenta de que su madre estiraba cada córdoba para comprar comida, ni vieron como zurcía sus ropas por la noche para que no se les hicieran grande los huecos, mucho menos se enteraron de todas las veces en que tuvo que llorarle a un vecino que le regalara aceite o azúcar mientras estos le preguntaban despectivamente que para que dejó ir al marido.

Para estos niños su madre siempre fue la maestra y proveedora, una mujer que cantaba lindo y les contaba cuentos por las noches; no sabían de la lucha sin armas que libraba atrás de la puerta para subsistir con su familia, ni de que ellos eran víctimas de la injusticia de un gobierno.

Su vida era la continuación de la historia de muchas madres que en medio de la pobreza y escases se las ingenian para criar a sus hijos. En Nicaragua desde siempre hemos visto mujeres que se oponen a la iniquidad con sus voces, con sus ideas y liderazgo, pero también con su lucha a puertas cerradas, rehusándose a dejarse vencer por las circunstancias.

Las vendedoras de las paradas que cargan a un niño en brazos, la mujer que observamos con la mirada perdida sentada al lado de una mesa de comida afuera de su casa, la que aún con un nudo en la garganta pregona por las calles anunciando su producto, esas mujeres de hierro son la base de la nueva Nicaragua que se está construyendo.

Gracias a los relatos de su madre, algún día los hijos de Mariela sabrán todo el dolor que hoy se esconde en medio de canciones y juegos; esta memoria evitará que en el futuro vuelvan mandatarios causantes de que las familias sufran miseria.

Cuando de grandes, estos hoy niños comparen la pobreza de su humilde hogar de infancia con los derroches que algún día tuvo el dictador, van a entender que su madre fue una heroína, pero también la consecuencia de un mal gobierno por el cual no pudo encontrar un empleo que le evitara muchos sufrimientos.

La Mariela escucha las noticias mientras fríe tajadas y no sabe si alegrarse o preocuparse cada vez que sale un nuevo candidato. Ella espera que por fin venga alguien que saque al dictador del poder y ejecute un plan para que muchas mujeres como ella puedan sentirse seguras cuando enfrenten violencia en sus hogares; también anhela mayores oportunidades de empleo estable para mujeres para así no tener que seguírselas rebuscando.

Durante la espera, hoy a marzo del 2021, ella se sigue sosteniendo a cómo puede y tiene en su haber: tres chavalos que están creciendo rápido, cinco libras de frijoles para cocer, dos recibos atrasados, tres noches llorando en silencio y una gran esperanza de que por fin se haga justicia en Nicaragua.

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