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La ira que nos sofoca

La ira que nos sofoca

Escrito por: Runez Fer

El ruido de los disparos provocó que me sacudiera en la cama. Hacía frío porque aún era temprano, me levanté alarmado y no era el único. Maritza estaba a mi lado, aterrada por el ruido de los rifles. La tomé de la mano, la miré a los ojos y oramos juntos. Le pedí a Alfredo que se metieran todos a su cuarto, el más alejado del balcón, y por tanto, de las balas.

Los niños estaban asustados. Cinthia abrazó a Maribel para tranquilizarla. Mientras movía los muebles para hacer espacio, Javier me hizo saber que el portón sonó. Maritza suplicó que no bajara porque podían hacerme algo. Decidí hacerlo sólo para ver qué querían. Tenía la fe en Dios de que pondría sus palabras en mí.

Habían seis policías armados con AK-47 en mi puerta, uno de ellos la golpeaba con la culata de un francotirador. Varios encapuchados iban armados en la calle, los vi bajarse de las patrullas. Estamos en operación limpieza de tranques, necesito subir para cubrir la zona, me dijo.

En esta casa adoramos al Señor, no puedo dejarlo entrar con eso oficial, señalé su arma. Me advirtió que, si no los dejaba entrar, ponía en riesgo a mucha gente. Busque otro lugar, le respondí con un valor que sólo Dios pudo darme. Subí las gradas con el corazón en la garganta, Javier me preguntó qué había pasado. No voy a abrirle a quiénes andan disparando, le respondí.

De pronto, los disparos empezaron, ésta vez hacia dentro de la casa. Nos refugiamos en la habitación bloqueando la puerta con el ropero. Abracé a Maritza cuando la vi temblando de pavor. A cada disparo, Mercedes sostenía más fuerte a mis nietos. Alfredo trataba de poner más peso a la puerta, temía que la derribaran, yo sentía lo mismo.

Empezó a sumarse, al ruido de las balas, el del vidrio rompiéndose. Los rifles no paraban. ¿De verdad ellos quieren hacer esto? pregunté al Señor apretando los dientes. Noté cuando Javier vio el miedo en mis ojos y desvié la mirada hacia Cinthia sin poder cambiar la expresión.

Alfredo me advirtió del olor a humo, no quise creer lo que me decía, no pensé que fueran capaces, pero el humo terminó llenando la habitación. Los disparos seguían, el calor nos sofocó a todos. Advertí que nadie saliera, en ese momento fui sincero conmigo mismo, dejé de pensar que se detendrían.

Mercedes cubrió la nariz de los niños. Las llamas se arrastraron por debajo de la puerta. Respirar ardía hasta las entrañas. Los acerqué a todos a mí, los abracé fuerte. Hijos, perdónenme porque no los puedo sacar, nos atacaron, pero que Dios los perdone, les dije llorando. El fuego cerró mis ojos, ya no dolía respirar.

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