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En el centro de América están conspirando

En el centro de América están conspirando

Por: Diego Zamora, El Salvador

“En el centro de Europa están conspirando. El hecho data de 1291. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”

Los Conjurados, Jorge Luis Borges

El caudillismo, ese confuso deseo de un hombre fuerte a quien se le entregan los destinos del colectivo y a quien podemos culpar finalmente por los fracasos, se ha satisfecho y manifestado en todos los tiempos y lugares. Pero quizá en ningún lugar con la virulencia y regularidad de América Latina. Una serpiente que se muerde la cola, un círculo que simboliza el cero, una cruz gamada. El mito del hombre fuerte tomó primero las formas -quizá inevitables- del caudillo y de los próceres (muchos probablemente valientes). Previsiblemente, las alargadas sombras de las estatuas ecuestres y de los bustos dieron lugar al presidencialismo.

Lo que comienza como tragedia, termina como comedia y tendrá a la vez su débil parodia: de Rosas o Perón, llegamos en el mismo siglo a Menem o a los Kirchner. De Somoza a Ortega. De Chávez a Uribe. Del caudillo, -militar o guerrero- que mueve o sojuzga a las masas y promete orden, al político, al populista que manipula a las masas y se nutre del desorden y el sentimentalismo. El presidencialismo es el caldo de cultivo de nuestro populismo, y la razón por la cual nuestras repúblicas suelen carecer de equilibrio de poderes y, en fin, no son repúblicas. En Centroamérica, como en tantos lados un presidente equivale a un pequeño monarca. Determina el tamaño de la burocracia y quien entra o no a ella, con lo que se garantiza un número ilimitado de cortesanos y adictos. Unos se comportan como reyes africanos cleptócratas, otros como sultanes que de improviso encuentran petróleo. El ciclo de estancamiento, autoritarismo y pobreza es incesante. ¿Cómo desprenderse de esta monarquía disfrazada?

Lo primero debería ser adoptar el criterio suizo, que descree de entrada de cualquier poder personal, que está proscrito. En Suiza no existe un Jefe de Estado. Su cargo dura menos de un año, se trata solamente de un primus inter pares dentro de un órgano colegiado, en el cual no tiene más poder que los demás. Los miembros de este Consejo no son elegidos por ser miembros prominentes de algún partido sino por tratarse de técnicos muy eficientes. Como consecuencia lógica nadie en Suiza sabe quién es el presidente, y a nadie le interesa. Un país con política aburrida, pero con una economía libre y sólida y un respeto absoluto a las libertades civiles y al Estado de Derecho. Naturalmente, todo marcha sobre ruedas. En nuestro trópico los caudillos se encargan de que la política sea emocionante y de que no se hable de otra cosa, aunque exista el béisbol o la salsa que son temas fascinantes.

Pero, ¿Cómo pudo prescindir Suiza del presidente? o más bien ¿Porque al resto del mundo parece costarle tanto?

La clave es su sistema federal, en el cual todo es tan descentralizado como sea posible y tan centralizado como sea necesario. Es decir el impulso a acumular poderes y facultades está estrictamente limitado, pues los cantones cuentan con enorme autonomía. Por ejemplo cada uno de los 26 cantones tiene su propio sistema educativo. Es natural que la educación no quiera armonizarse ni imponerse, esto es posible porque el sistema posibilita que en cada cantón los ciudadanos controlen mejor a sus funcionarios, por la simple razón de que los tienen más cerca. Esto además respeta orgánicamente el principio de subsidiariedad –presente en la Doctrina Social de la Iglesia- : lo que puede resolver solo el individuo se resuelve solo, lo que no, se busca ayuda en la familia; lo que no, se apoya en la comunidad; lo que no pueda ser resuelto por la comunidad posiblemente requiera el apoyo de una autoridad cantonal. Solo en última instancia puede intervenir el gobierno federal, esto permite que el Estado no se robe los vínculos de solidaridad entre prójimos o impida surgir las energías del auto organización.

El sistema federal es además, un antídoto a los autoritarismos de todo tipo. Si un cantón realiza una reforma fiscal severa que despoja de buena parte de la renta a sus ciudadanos, ellos pueden movilizarse sin ningún problema al cantón aledaño, donde el impuesto sea menor. Así los cantones tienen incentivos para competir con políticas fiscales sanas o atraer la inversión. Asimismo, donde se coarten las libertades, la gente puede votar por los pies y librarse de los autócratas de turno si los hubiese. Los ciudadanos no están cautivos de sus gobernantes y no existe un poder federal lejano y extraño que intervenga en sus vidas.

Proponemos un Estado Federal para la integración centroamericana. Necesitamos las ventajas que actualmente impiden las barreras artificiales: el libre tránsito de personas y de capitales. Ya inútiles las fronteras nacionales, que no podrían cobrar aranceles ni poner sellos no menos inútiles en los pasaportes; se podría acometer un reordenamiento descentralizado de las regiones, que organizarían numerosos cantones dentro de los estados originales, sin las amarras de las actuales directrices jurídicas administrativas, sobra decirlo, completamente arbitrarias.

La inmigración es una eficiente forma de reducir la pobreza, es inmoral oponerse a ella dentro de Centroamérica; una federación la permitiría. Quienes emigran aportan en trabajos que de ninguna manera se arrebatan a los locales; se da una división de trabajo dictada por las ventajas comparativas y competitivas, en donde todos ganan. La inmigración solo es un problema para el lenguaje estatista que persigue nos asumamos como colectividades recelosas y cerradas y no como lo que somos realmente: individuos que viajan y se conocen realizando de buena gana y en su propio provecho todo tipo de intercambios libres y de contratos. La libre inversión en todo el territorio centroamericano, el reacomodo de las facultades emprendedoras y del capital ahorrado, explotarán con la integración plena.

Entre menos sean los obstáculos estatales, es más probable que sean los pequeños emprendedores quienes se beneficien de estas posibilidades. El emprendedor basa su tarea en el conocimiento de oportunidades y necesidades insatisfechas, la integración multiplicaría este conocimiento por parte de todos. Centroamérica puede aspirar a ser una fascinante región multicultural y multiétnica, repleta de pequeñas ciudades prósperas e interconectadas, compitiendo todas entre ellas por atraer la mayor inversión y generar el mejor y más libre clima de negocios y productividad personal. Con la integración, podríamos aprovechar para desprendernos de nuestras taras autoritarias y del prejuicio estatista al libre mercado.

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