Cuando la explotación infantil se gesta en el seno familiar.

Por Albertina Storni

Las calles de Managua cuentan con la presencia perenne de vendedores. Cada día, miles de personas toleran el ardiente clima para poder obtener un modesto ingreso que les permita sobrevivir. Están los que limpian los carros en una breve pausa del semáforo y entre los gritos del conductor, quien casi siempre se niega; los que venden agua, bocadillos o fruta aguantando su carga y el furor del sol; los que hacen malabares o alguna payasada para entretener y ganarse un peso.

Los niños son quienes más llaman la atención. Sucios y malvestidos, están anhelantes de atención. A lo lejos se puede ver a sus padres –o sólo a la madre– esperando a que el pequeño regrese con el dinero. Algunos caminan solos con algún producto, vulnerables al abuso de personas sin escrúpulos. Otros andan en pequeños grupos, ya marcados por el rencor que les genera la indiferencia social. Vemos a los niños, sabemos de los padres, ¿y si intento ayudarles?

Sucede que, aunque haya personas deseosas de ayudar a los pequeños, tienen que enfrentarse con cuadros familiares totalmente disfuncionales, en donde el padre o la madre no permite que se ayude al menor, o se achaca toda la responsabilidad al docente o tutor del niño. En varias ocasiones los padres abandonan a sus hijos creándoles un vacío emocional que jamás podrá ser llenado.

Una sola persona no puede hacerse cargo de un sinnúmero de realidades dispares. Entonces, ¿qué hacer? Hay que promover la conciencia del problema en todos los niveles, lograr que el gobierno se interese por inculcar la educación como vía para el desarrollo, crear empatía hacia los pequeños y apartarlos de círculos familiares tóxicos que dañan su desarrollo.

Necesitamos empezar a preocuparnos más por lo que sucede a nuestro alrededor. Descuidar a estos niños y adolescentes tiene como resultado problemáticas que flagelan a nuestra sociedad y pueden tocar nuestra cotidianeidad. Los embarazos a temprana edad, la delincuencia juvenil y la violencia intrafamiliar tienen como raíz el abandono de un pequeño. No me refiero solamente al abandono físico sino también al abandono educativo y moral, a la falta de espacios de diálogo entre padres e hijos y el acudir al maltrato como solución para todo.

Desear todo esto es oponerse a siglos de tradición, al modelo conductista que han usado para criarnos y a la perversidad de un sistema que ignora al necesitado. Lograrlo es posible si nos unimos para hacerlo posible, ablandando un poco nuestro corazón y con disposición de colaborar para un bien común.

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