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Caminata en el parque

Caminata en el parque

Por: Rolando Dávila-Sánchez

Por facilidad y con el ánimo del ejercicio, suelo ir a un parque cercano a correr/caminar, con esta economía no me resulta rentable ir a un gym, además que nunca he sido muy fanático, hay algo en el espacio o en su ambiente que hace que no sea lo mío. Si bien el nivel de exigencia depende mucho de uno mismo, puede llegar a ser muy desestresante, cada quién lo hace a su manera, y cómo le decía a una muy estimada amiga: “quién corre nunca está solo”. Actividad a la que he involucrado a algunos amigos y ahora a mi pareja, aunque al inicio no le gustaba y mucho menos ir sola.

En una ocasión no pude acompañarla, por lo menos andando juntos son casi nulos los chiflidos, las tiradas de besos y los dizque piropos de los que pasan en vehículos en la porción del parque que justo da a la carretera. Aún así podemos escucharlos para otras mujeres, por qué, con qué propósito; dudo mucho que ese sea su propósito al ir a caminar o que tengan esa intención al hacerlo. No sé si para alguien le pueda parecer halagador, como alguna vez alguien intentó justificarme o me lo pueden aclarar por favor, tanto de la impresión o el sentir que les causa dicho acoso callejero o de quién lo haga, cuál sería su razón, será que de alguna forma o para alguien si sea un cumplido o les “alegre” el momento, como esta misma persona se amparaba. En todo caso, como me dice mi pareja, de quién quiere escucharlos es de la persona con la que está vinculada de alguna forma, cuya opinión le es importante, pareja, esposo, amante, amigo con algún interés o de extraño curioso atractivo; para el que persigue mantener ese vínculo o establecerlo, pero no del transeúnte cuyo trato raya en lo vulgar si no lo es explícito. 

Fue justo lo que sucedió en esa ocasión, caminando sola, creo que era un contratista de electricidad a la par del vehículo de trabajo estacionado, quién en cada paso le decía más y más cosas. Que pena que fuera en uno de esos días en los que llegan muy pocos a caminar, contados con una mano y sobrando dedos, y que de seguro fueran además personas mayores. El dizque “enamoramiento” escaló rápido del “hola amor” al “que rica estás”, “se te ve sabroso…”, que la alternativa que vió accesible fue sacar su teléfono y grabarlo, diciéndole que lo iba a reportar por todas las barbaridades que le estaba diciendo, que no la dejaba ni caminar tranquila. Una jugada arriesgada, por suerte el irrespetuoso se amedrentó, pero pudo exponerse a que le dijera más cosas aún o que le hiciera algo, que le quitará el celular o la agrediera físicamente. Por esto mismo se ella se fue, ya ni hizo el tiempo previsto, sino que encerrarse en el vehículo a llorar, precisamente por efecto de tanto acoso, de tanta cosificación denigrante, de la vulgaridad y del temor a una represalia o a que escalara a más.

De ahí que por un tiempo fuera al parque japonés, resguardada de los transeúntes de la carretera, pero aún así, hay miradas que se sienten al pasar. También la incomodidad de pasar por zonas tomadas por parejas en romance, cercano, o en caricias profundad en posiciones exóticas. Supongo que ir al gym tendrá otras vicisitudes, por mientras, no hay que caminar sola, ni siquiera en los parques.

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