Su nombre es Alicia
Por: Andrea Belén Espinoza Pérez
Una luz brillante penetra sus pupilas con fiereza cuando sus parpados se levantan con lentitud. Un cielo anaranjado la recibe. Es la primera imagen que procesa su cerebro. Como un reflejo involuntario se endereza. Está sentada, en medio de pasto verde y puntos rojos, rosas y blancos. Le toma unos cuantos segundos entender que son tulipanes de diversos colores. Levanta su mirada al lienzo rojo, naranja y amarillo que se extiende sobre su cabeza. Las nubes de distintas formas danzan sobre su escenario, el cielo. La imagen que se dibuja ante sus ojos le parece majestuosa. Como sacada de una pintura de Graham Gercken. Respira un par de veces mientras cierra sus ojos sin mucha fuerza. No entiende muy bien porque lo hace. ¿Cerrar los ojos te ayuda a respirar mejor? No lo cree. Quizás solo le permite disfrutar un poco más del momento. Observa a su alrededor con una creciente curiosidad. Sus ojos no alcanzan a descubrir más que tulipanes y pasto verde. Frente a ella, el sol se oculta, como avergonzado, en medio de dos enormes nubes blanquísimas, más blancas que el mismo blanco.
Su cuerpo está cubierto por un blanco vestido de seda. No tiene ni una sola mancha, ni un solo rasguño, esta pulcro y delicado. La hechura le parece preciosa. Dos tiras de tela gruesas, que se desprenden desde el corte en la cintura, protegen sus pechos. En la parte inferior el vestido es bastante sencillo, se desliza sin volumen por sus piernas y caderas, como una cascada que deja fluir el agua por encima de un par de rocas. Esta descalza y su cabello suelto sin ningún accesorio. No entiende muy bien que ocurre ni donde está. Intenta levantarse. Las piernas le flaquean, pero logra mantener el equilibrio. Camina con morosidad mientras examina todo a su alrededor intentando divisar algo más que no sean tulipanes.
Cuando lleva más o menos tres minutos caminando, sus pies desnudos pisan una superficie liquida. Decide seguir el rastro de lo que parece un pequeño arroyo que está casi oculto bajo el pasto. Continúa caminando, uno, dos, tres cuatros minutos más. Se sumerge en lo profundo de un bosque, la luz es muy tenue y se cuela por pequeños espacios entre las ramas de los árboles. A pesar de ello no es tan oscuro y le permite caminar. Algunas hojas y ramas le hincan los talones. Los pájaros emiten sonidos y el viento le roza la cara. Parece que le murmura, el corazón de la chica está inquieto pero sus pies no se detienen un instante. Es como si supieran hacia donde se dirigen. No titubean. Tras un rato caminando finalmente llega a lo que parece una pequeña laguna. El ambiente es cálido, Alicia lo disfruta. ¿Alicia? ¿Es ese su nombre? Si, lo siente en su interior. Algo dentro de su cuerpo pega un salto cuando su mente reproduce aquella palabra. Su nombre es Alicia.
El agua frente a ella es cristalina y limpia. Un impulso la empuja a dirigirse a la orilla. Siente temor e intriga, pero lo hace. Se sienta, y toca el agua con la yema de los dedos. Esta tibia. Antes de poder continuar analizando lo que está ocurriendo, la chica nota como algo se dibuja en el agua. Es una imagen. Al inicio un poco borrosa, le cuesta distinguir los garabatos que van apareciendo. Pero es cuestión de segundos para que tome forma. Las figuras en la laguna son tan nítidas que parece que puede tocarlas, como si se tratase de una ventana o un portal. Pero unos llantos desesperados le roban la atención. Se sobresalta y se gira asustada, buscando con la mirada la fuente de aquellos lamentos desgarradores. Le toma unos momentos entender que aquellos gritos provienen de la laguna, más específicamente de la imagen dibujada sobre ella.
Pero no es más una imagen, no hay quietud. Hay movimiento. Un montón de personas reunidas que conversan, susurran, y lloran y se lamentan. Rodean lo que parece ser… ¿un ataúd? A Alicia le toma poco entender que lo que se reproduce frente a sus ojos es un funeral. Pero no cualquier funeral. Porque el cuerpo dentro de aquella caja de madera es suyo. Alicia se estremece, el llanto no cesa y le taladra los oídos. Repentinamente siente unas incontenibles ganas de llorar ella también. De gritar. Una desesperación abusiva que le oprime las costillas. Parece que el aire se le escapa de los pulmones. La sensación empeora cuando sus ojos distinguen a aquella mujer que llora devastada abrazando el ataúd y a la pequeña niña de ojos grises que desconcertada abraza a la desconsolada fémina. “¿Por qué hijita? ¿Por qué me hiciste esto?” grita la mujer. Unas lágrimas se escapan de sus pupilas. Alicia grita, grita con fuerza, deja salir de ella un aullido que le quema la garganta. Las hojas de los árboles se estremecen y las aves se marchan, asustadas. Pero a Alicia no le importa nada, porque lo recuerda todo. Como un puñetazo al rostro, los recuerdos la abofetean una y otra y otra vez.
Alicia se quiebra, siente como su cuerpo se rasga en pedazos. Y llora. Llora como si le hubiesen robado el alma. Llora cuando observa como intentan arrancar de entre los brazos de su madre aquel cajón de madera que sostiene ahora su frio e inerte cuerpo. Llora cuando observa cómo se aferra y grita. Y también llora. “Perdóname mamita, perdóname por hacerte esto” exclama con fuerza. Con dolor. La niña pequeña de ojos grises ahora también llora, ante la confusión que le produce el trágico escenario. Alicia siente que ya no le cabe más dolor en el pecho. Un quejido final se escapa de sus labios cuando piensa en su hermana “Perdóname Blanquita, porque no voy a poder verte crecer, perdóname chiquita” susurra, como sin fuerzas. “Perdónenme todos… perdónenme” la última palabra sale de su garganta como un murmullo. Le tiembla todo el cuerpo.
Aun sollozando y con lentitud, introduce la punta de sus dedos en el dibujo que ha estado observando, quiere tocarlo. Quiere cruzar ese límite, quiere abrazar a su viejita y a su hermana. Quiere tocarlas, quiere percibir el aroma a vainilla de su madre y tatuárselo en la memoria una última vez. Pero en cuanto su piel choca con la superficie liquida, la imagen se desintegra. Las moléculas se vuelven una con el agua. “No, por favor no se vayan, no me lo quiten” grita desesperada. Alicia se resquebraja, su rostro húmedo, sus ojos rojos a causa del llanto. Remueve angustiada el líquido, introduce sus manos, sus brazos, en un vago intento de regresar aquella ventana, aquel portal, aquella visión. Lo que fuera, Alicia lo quiere de vuelta. Pero nada funciona y Alicia no sabe que más hacer. La joven llora, un último aullido se despega de sus labios. Alicia grita en soledad en medio de un bosque desierto. El sufrimiento la embriaga y muy pronto todo a su alrededor empieza a dar vueltas. las siluetas, las memorias, las figuras, las sombras pierden su forma. Pierde la capacidad de sostenerse y Alicia se deja caer de espaldas al agua. Pero toca suelo. No hay líquido. Su ropa no está empapada y no hay una sola gota en su cuerpo. Toca suelo y está de nuevo en aquel campo de rojos y blancos tulipanes. Alicia recuerda que está muerta y que ha pasado un día desde que decidió suicidarse.