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Reseña La otra gente: Un sencillo juego para refrescar la mente

Reseña La otra gente: Un sencillo juego para refrescar la mente

Por: Celia Cruz Arce

En general, me parece que C. J. Tudor y yo hemos comenzado con el pie derecho. Leí su tercera novela, La otra gente (2020) casi por casualidad y sin saber muy bien qué esperar de la autora británica, más allá de las comparaciones que se le han hecho con Stephen King. Encontré una recomendación de la novela en Instagram y me llamaron la atención las etiquetas de “thriller psicológico” y “terror”. De entrada, diré que el uso de estas etiquetas es un gran desacierto, y me parece una terrible publicidad vender el libro desde esa perspectiva, puesto que, si alguien se decide a leerlo esperando la combinación de estos elementos, se va a llevar una decepción tremenda. Y la historia tiene su mérito desde otros frentes, que valen la pena examinar. 

Después de un prólogo confuso pero clave, la novela abre con Gabe Forman, en el momento preciso en que ve (o cree ver) a su hija por última vez, antes de enterarse de que la niña y su madre han sido asesinadas. El dramático cambio de atmosfera en solo unas líneas debería ser suficiente para convencer al lector de quedarse o no. En un momento, el protagonista está a punto de finalizar un día normal, narrando unas cuantas cosas sobre su vida que parecen aleatorias, mientras se encuentra atascado en el tráfico. Al siguiente, ve el rostro de su niña de cinco años justo en el carro frente a él. No puede ser, su hija y su esposa lo esperan en casa. Unas líneas después, cae en la cuenta de que no. De hecho, algo espantoso ha sucedido en su hogar. Sin embargo, él está seguro de haber visto a su hija… cuando se supone que Izzy ya debía llevar al menos una hora muerta. 

Hasta ahí, pude discernir dos cosas sobre Tudor y su manera de contar historias: tiene una narrativa escueta y sencilla, nada especial, pero sabe retener al lector. Con solo eso, llamarla la “Stephen King británica” no va tan desviado. Porque, si en algo estoy de acuerdo que destacan ambos autores, es en la habilidad de despertarle el instinto a quien los lee. Y lo cierto es que, si vamos a hablar de thrillers, esto es indispensable. Siquiera, para llevarnos a un nivel donde los fallos en otros aspectos de la novela no nos importen tanto, con tal de descubrir de qué va toda esa enmarañada trama que no nos deja soltar el libro. En ese sentido, C. J. Tudor cumple como escritora del género. Sabe cómo manejar a su lector y arrastrarlo hasta un nudo del que ya no se puede alejar, pero sin recurrir a la desesperación. Es decir que, a cada cierto tiempo, cuando el misterio tiende a abrumar un poco, suelta unos cuantos hilos para que cada quien los desenrede a su modo. Solo para venir luego y cortarlos de tajo. Al menos, así se sintió para mí casi toda la primera mitad. Y me gustó. 

Seguimos la historia de Gabe tres años después del fatídico suceso. Para el mundo, Gabe es el típico padre en negación ante la trágica muerte de su pequeña hija. Pero nosotros estuvimos cuando él vio a Izzy en ese carro que iba delante de él en la autopista, y de alguna manera, sabemos que no está loco. Así pues, lo acompañamos en su desesperada búsqueda, tratando de atar los mismos cabos que él. Además, nos topamos con otros dos personajes que, al parecer, están conectados con la esposa e hija de Gabe: Fran y su hija, Alice. Están huyendo de algo que desconocemos. La mente empieza a hacer de las suyas y creemos tener previstas unas cuantas explicaciones a lo que sucedió. Y para cerrar la prometedora premisa, Alice presenta todas las señales de estar padeciendo narcolepsia. La enfermedad en sí no es lo que llama la atención, sino los detonantes de sus episodios: los espejos y la fantasmal niña que Alice ve reflejada en ellos. 

En este punto, cabe preguntarse si hay un balance justo entre lo predecible y lo que se sale de nuestra imaginación a falta de más datos. En mi caso, sentí que sí. En cierto modo, desde el inicio nos podemos hacer una idea de lo que pudo haber pasado, y luego nos queda continuar para descubrir el cómo y el por qué. Considero que el encanto de un thriller no siempre puede reducirse a que nos vuele la cabeza con un giro de tuerca. A veces, se trata de todo el arco narrativo que hay de por medio y del sentido que cobra al final. Y es ahí donde tuve problemas con La otra gente. No me molestó que parte del misterio fuera un tanto predecible, dado que en realidad le estaba poniendo más atención a la explicación que nos iba a dar, sobre todo, con el elemento sobrenatural, donde esperaba que los enormes huecos que la misma autora cavó empezaran a tener sentido. Pero no fue así.

Mucho antes del final, la trama comenzó a tambalearse bajo el peso de sus propias expectativas. Y no niego que me pareció una lástima, porque las cosas se veían muy firmes durante la primera parte. Fran, por ejemplo, era un personaje clave que terminó siendo relegado, cuya historia y perspectiva tendrían que haber tenido más voz. Tudor intenta rescatar algo de ella al final, pero me temo que no fue suficiente. Lo contrario pasa con Katie, un personaje que no aparentaba mayor importancia y que, hacia la mitad, toma el relevo de Fran. Desde luego, la incorporación de Katie tiene una justificación válida y necesaria, aunque sigo pensando que Fran fue un elemento desperdiciado. Gabe, mientras tanto, da tumbos de un misterio a otro y cuesta simpatizar con él llegados a cierto punto. Y por supuesto, el caso de Alice con su narcolepsia. De todas las tramas, esta fue la más decepcionante. Genera una enorme curiosidad desde el principio, señalando a una posible salida sobrenatural, que al final se le va de las manos a la autora. 

Aquí me gustaría recuperar lo que mencionaba al principio, que me parece decisivo al hablar de la novela. La otra gente no es un thriller de terror ni mucho menos, aunque sí intenta incorporar el elemento sobrenatural (que no llega a desarrollarse de la mejor manera) y procura crear un ambiente de inquietud que le causa cierta ansiedad al lector. Después de todo, se trata del asesinato a sangre fría de una madre y su hija de cinco años, y por extensión, de la naturaleza retorcida del ser humano. Si careciera de esa tensión, significaría un total fallo por parte de la autora, teniendo en cuenta la naturaleza de la novela. No obstante, yo no llegaría tan lejos con lo del terror, ni recomendaría La otra gente destacando sus pretensiones de ser un thriller con tintes sobrenaturales, porque resulta ser la debilidad más infranqueable de la trama y a la que menos conviene prestarle atención a la hora de valorarla.

En cambio, quisiera enfatizar la tesis en la que se sostiene la novela. Desde el título (aunque no se limita a ser una alegoría), C. J. Tudor nos vende la idea de que todos vivimos en una especie de burbuja de irrealidad, donde no nos consideramos parte de los males que acontecen en el mundo, donde las tragedias que vemos en la televisión, la muerte y el dolor, son cosas que solo le suceden a “la otra gente”. No es hasta que nos toca enfrentarnos a la cruda realidad y experimentar el verdadero dolor en carne propia, cuando caemos en la cuenta de que no somos especiales, y nos convertimos entonces en parte de esa otra gente. Se trata de una visión tétrica y real de nuestro entorno, y que me ha perecido un excelente móvil para un thriller. Las historias de vida Gabe, Fran, Katie y El Samaritano, los cuatro personajes que constituyen la trama (en mayor o menor medida), resuenan con esta tesis. El corazón de la novela está ahí. Y si hay algo consistente en toda la historia, es ese fatídico destino que nos aguarda a todos por igual; la certeza de que tarde o temprano vamos a enfrentarnos a nuestra muerte, y aún peor, a la de quienes más amamos. 

El que una historia cumpla con un ciclo alrededor de una misma tesis nos dice mucho sobre el dominio del autor o autora y el poder de sus ideas. Al finalizar cada libro, siempre me pregunto, ¿cuál era el propósito de contar esta historia? Desafortunadamente, no todos pueden contestar esa pregunta. Porque cada vez es más común ver a los escritores de este género perderse a sí mismos entre las tramas y giros “inesperados”, hacia un final poco esclarecedor. No digo que C. J. Tudor haya salido bien parada de su propia trama. Se manejó muy bien durante la primera parte, pero en honor a la verdad, prometió demasiado al lector y no cumplió. Sin embargo, sostengo que es una escritora conocedora del terreno en que se mueve. Sabe jugar con la intriga de su lector. Y aunque, en este caso, no tomó las mejores decisiones, es evidente que sabía lo que estaba haciendo. La otra gente quizá no sea un thriller psicológico ejemplar, pero es sencillo y cumple con algunos aspectos fundamentales. Sobre todo, a la hora de entretener y estimular las destrezas del lector ávido en el género. Y con su destacable aproximación a la voluble naturaleza humana, el dolor ante la pérdida y el peso de nuestras decisiones.

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