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Memorias de Jóvenes colaboradores

Memorias de Jóvenes colaboradores

Nicaragua tiene alrededor de seis millones cuatrocientos sesenta y seis mil habitantes. Yo formo parte de ese gran colectivo que llama a este país “Mi Patria”, soy nicaragüense.

Antes del 2018 carecía de empatía, mi mentalidad era “si no me afecta, no me importa”, pero ese mismo año vi a un niño morir desangrado por una bala en el cuello, tenía apenas 15 años y toda una vida por delante. Él también era nicaragüense, y como él, muchos más perdieron la vida por tener la valentía de alzar su voz ante la represión de un gobierno corrupto y dictatorial. Luego de esto, entendí que es muy distinto conocer la historia a través de relatos y videos politizados… que vivirla.

Ya no podía ser un observador o alguien indiferente. Abril de 2018 fue un mes que se ha extendido hasta el día de hoy. Ver a esos jóvenes y a personas mayores caer, me puso a pensar que yo tuve su edad, no hace mucho, en el caso de los menores; y que espero llegar a ella, en el caso de los mayores.

Durante las protestas de 2018 vi a algunos que ponían su humanidad en forma de protesta ante el gas lacrimógeno y las balas de goma –en algún momento transformadas en balas reales. Para algunos que no teníamos la valentía de portar una bandera en la calle, las redes sociales y revistas digitales se volvieron nuestro campo de batalla.

Yo publiqué escritos en revistas, compartí denuncias y sátiras antigubernamentales. Mi lucha era silenciosa y sin riesgo, sí, pero eso no quiere decir que no aportaba. Era una gota en el balde que se estaba llenando por goteo. La palabra “protestar” dejó de ser un capricho para mí o una falla de carácter y se volvió una obligación moral, un deber cívico.

Durante el fatídico año del levantamiento ocurrió todo lo peor: muertes de inocentes (niños, bebés, extranjeros, estudiantes), el nacimiento de mártires, quemas de familias enteras, encarcelamientos, torturas, policías matando a los que juraron proteger. No viví ninguno de estos hechos en carne propia, pero la necesidad de mantenerme informado y la angustia de no saber qué pasaría al día siguiente, fueron suficientes para cauterizar esa memoria en mi cabeza.

Yo soy Bruno Erdía, arquitecto y siempre me han preguntado: “¿Qué le hace falta a Managua para que mejore como ciudad?”. Muchos de mi gremio, y yo mismo, hemos respondido con cinismo: “Otro terremoto”, porque la capital nunca se recuperó de esa tragedia y decidió no aprender de sus errores de entonces para construirse; de la misma manera que no aprendió de su historia y vivió el triunfo de una revolución que años después no quiso soltar las riendas.

Luego de ver la solidaridad con la que los manifestantes se apoyaban en el espacio público y ver la unidad bicolor en las calles un 30 de mayo, me di cuenta que Nicaragua ya había cambiado y no hizo falta un terremoto para ello. El nica es resiliente y eso la historia lo ha confirmado en numerosas ocasiones.

La vida de todos los habitantes de este país ha cambiado, muchas veces, no para bien. Algunos perdieron familiares, amigos, conocidos. Otros no perdimos nada o poco, pero lo cierto es que a todos nos afectó en alguna medida.

Este hito en la historia de Nicaragua se mide como “Antes de abril 2018” y “Después de abril 2018”. Fue en ese último período que me di cuenta que, mientras me haga llamar nicaragüense, soy hermano de todos aquellos y aquellas que también lo hacen y que juntos tenemos la fuerza de un volcán.

De momento, no me queda más que resistir la amargura y el llanto que envuelve a mi Nicaragua, no obstante, me resuena la dedicatoria de ganador del premio Cervantes 2019: “… a los miles de jóvenes, que siguen luchando sin alzar más que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser república”.

Presentamos a ustedes nuestras crónicas de dolor, con fechas que se anidaron en nuestra memoria porque en nosotros ya no hay un sentimiento de desapego cuando el protagonista no eres tú en una historia o cuando ni siquiera formas parte de ella. Eso cambió hace dos años, la juventud que creció con el romanticismo de una revolución y la que creció repudiándola, comienza a escribir el siguiente episodio de esta novela trágica con sangre, su sangre, la sangre que nos duele y nos marcó en esos días…

Todos sabemos que el incendio de la Reserva Biológica Indio Maíz, ubicada en el municipio San Juan de Nicaragua, fue la chispa que orquestó el inicio del levantamiento social ante las injusticias e impunidades del gobierno Ortega-Murillo.

El incendio que inició en 3 de abril de 2018, arrasó con más de 5,484 hectáreas pertenecientes a la Reserva Indio Maíz y al Refugio de Vida Silvestre de Rio San Juan. Este desastre medio ambiental nos demostró la falta de control y de implementación de planes de prevención y precaución ambiental por parte del Estado, además de su desinterés ante una situación que ponía en riesgo a uno de los patrimonios naturales del mundo:

La Reserva Indio Maíz que cumplía con varias funciones eco-biológicas: ser el hábitat natural del 70% de la biodiversidad existente en Nicaragua,  poseer un frondoso bosque que permitía la captación de gases de efecto invernadero, la provisión de agua, regulación del clima local y la ventana para la promoción y desarrollo de la investigación científica”.

Era preocupante ver cómo el gobierno hacía caso omiso a las peticiones de organizaciones ambientales y de las comunidades indígenas y afrodescendientes, todos pedían  declarar una “Alerta de Emergencia”  y sin embargo, el gobierno no lo hacía.

Nadie hacía nada, ni el Estado, ni el Ejército Nacional, ni el Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención de Desastres (SINAPRED), ni el Instituto Nacional Forestal (INAFOR), mucho menos el Ministerio del Ambiente y los Recursos Naturales (MARENA). No hacían nada, no decían nada. Esas eran las instituciones que, por obvias razones, debían estar “ojo al cristo” con lo que pasaba, era su trabajo, su obligación, pero no hacían nada mientras el fuego se comía el bosque hora tras hora.

Cuatro días después del inicio del incendio, cuando ya se habían destruido más de 3,000 hectáreas de bosque, Costa Rica ofreció su apoyo para la contención del incendio, pero el gobierno, en un torpe gesto de orgullo, no la aceptó. El bosque se quemaba y el Estado de Nicaragua se daba el lujo de rechazar cualquier apoyo, hasta que acepto la ayuda de países como México.

Y mientras intentaban demostrar que le ganaban la batalla al fuego, ofrecieron todo tipo de pretextos y débiles explicaciones sobre el desastre medio ambiental. El Ejército culpaba a las comunidades aledañas y señalaba que sus actividades agrícolas ilegales habían provocado el incendio. Luego encontraron a un culpable, un hombre al que detuvieron por unas horas en el municipio de El Castillo, al que posteriormente dejaron libre.

Entonces, a la inoperancia se sumó la mentira, el Centro de Asistencia Legal a Pueblos Indígenas (CALPI), afirmaba que el incendio se originó naturalmente por la falta de planes de prevención y precaución en el área. Todo estaba dicho y la venda se nos caía, el área protegida conocida como Reserva Indio Maíz nunca había estado protegida por el gobierno.

Tantas incongruencias provocaron molestia y la población utilizó su derecho de  libertad de expresión para opinar al respecto, para cuestionar, para exigir acciones, para gritar y para suplicar SOS Indio Maíz. Un lema que empezó a sonar en las redes sociales y llegó hasta los medios de comunicación, era evidente que un segmento importante de la sociedad desconocía la explicaciones del Estado, que en la voz y comunicados de la vicepresidenta Rosario Murillo, mentía descaradamente sobre la cantidad de hectáreas calcinadas.

Sus mentiras se rebatían en las redes sociales, las que se convirtieron en trincheras de protesta. Twitter, Facebook y WhatsApp fueron las plataformas utilizadas para informar a la gente sobre el suceso y las razones por las que debíamos alzar la voz. Por mínima que fuera la cantidad de personas que vieran el tweet, post o estado, todos sabíamos que  servían para cuestionar nuestros ideales y conceptos. Así empezamos a reflexionar, hasta llegar a las protestas de abril.

Y de la injusticia con Indio Maíz se nos entregó la injusticia, que a través del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), pretendía robarles descaradamente a nuestros abuelos y abuelas. Entonces, las mismas redes sociales que sirvieron de tarimas de denuncia medio ambiental, sirvieron para la denuncia de actos corrupción en contra de personas de la tercera edad.

Las redes sociales dejaron de ser espacios de mensajería, para convertirse en foros de discusión, allí encontrábamos el material y los fundamentos para cuestionar.

Yo estaba en cuarto año de secundaria y con mis compañeros de clases, en recreo, nos poníamos a hablar sobre el incendio. Así logré darme cuenta de lo valiosos y valientes que somos los jóvenes; de la fuerza y poder que tienen nuestras opiniones. Fuimos nosotros quienes estuvimos presentes en las manifestaciones de abril.

Ese descubrimiento me hacía simultáneamente feliz e infeliz porque también descubrí que existía un adultismo oportunista, lo vi en mi maestra de ciencias sociales, ella hacía uso de su puesto de poder para decirnos, a sus estudiantes, que estábamos equivocados respecto a la situación del país. Y desde su status intentaba inculcarnos «su verdad» y las razones por las cuáles era ella quien «tenía la razón».

Usaba sus horas de clases para intentar adoctrinarnos y defender las políticas del Estado; usaba su poder para defender su verdad y lo hacía de una manera cobarde porque no nos escuchaba y sólo permitía su voz.

Personalmente, nunca había sentido tanta impotencia. Desde el momento en que supe que un incendio masivo estaba aconteciendo en un lugar tan magnífico y que varias especies de flora y fauna estaban sufriendo, una chispa se encendió en mí y varias emociones salieron a flote, no sucedía por situaciones personales, sino por la valentía de un pueblo que trabajaba en conjunto por el mismo bien.

Siempre me había sentido como el único que tenía esa compasión por la naturaleza y ante las injusticias, de por sí, ya era una persona tachada de no-normativo, por mis ideales y forma de ser, pero esta vez no era el único y mucho menos formaba parte de una minoría. Lo sentía, lo sabía, yo ya no era minoría, los medios de comunicación me lo confirmaban.

El incendio de la Reserva Indio Maíz y las consecuencias de las negligentes acciones del Estado nicaragüense fueron noticias que viajaron alrededor del planeta. No solo medios de noticias nacionales como Despacho 505, El Nuevo Diario y Confidencial realizaron informes sobre lo acontecido ese día y los posteriores, también páginas internacionales como la BBC formaron parte de la lista de corporaciones periodísticas que brindaron información del incendio en decenas de noticieros.

Nos convertimos en un gran ejemplo de insurrección y nuestro levantamiento social entre 2018 y 2019 quedó registrado en las redes sociales alrededor del mundo.

Con el levantamiento, dejé de sentirme sólo y aislado. Como a muchos otros nicaragüenses, la protesta me hizo pertenecer a algo que me importaba.

El 10 de abril de 2018, no fue un día cualquiera, en las aulas de la Universidad Centroamericana (UCA), se rumoraba entre los estudiantes: “Hoy a las cinco de la tarde plantón por el incendio en la Reserva”. Unos a otros se preguntaban: “¿Vas a ir al plantón?, ¿Vamos juntos?” Mientras, algunos docentes del alma mater, trataban de persuadir al resto de sus estudiantes para que asistieran y ampliaran la vista de lo que tenían en frente. Era el momento de salir a las calles, de salir a gritar, de que nos escucharán, nos vieran, nos notarán; no estábamos dormidos o dormidas, simplemente, queríamos hacer las cosas de una manera políticamente distinta.

Eran las cinco de la tarde, en la avenida Juan Pablo II, como siempre, el sol lucía radiante, los estudiantes cruzaban apurados el semáforo para dirigirse a clases en la UCA, otros hacían filas para abordar los microbuses que les llevarían a sus casas a descansar, mientras tanto, un grupo bastante numeroso se preparaba para gritar #SOSIndioMaíz.

La reserva se estaba quemando, mientras algunas personas, aquí en la capital, se hacían las ciegas o no les importaba. Sin embargo, estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN, Managua), de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), de la Universidad Centroamericana (UCA) y de otras universidades, personas de la sociedad civil, jóvenes que integraban movimientos ambientalistas y feministas, entre otros, comenzaron a llegar a la entrada principal de la universidad jesuita, con el propósito de respaldar el plantón organizado para exigir al gobierno de Daniel Ortega una respuesta, una solución contundente que diera fin al incendio en Indio Maíz, una de las reservas más valiosas que tiene Nicaragua.

Me dirigía a clases de inglés, pero al ver el plantón, al ver la cantidad de personas que estaban ahí, se me puso la piel de gallina y me dio una satisfacción tremenda. Fue tanta esa emoción, que quise participar y aportar a mi país, me quedé ahí, me quedé porque era el momento preciso para estar, para coincidir y conocer a otras personas que queríamos un país diferente, que estábamos cansadas de ver a las mismas figuras controlar el país.  Teníamos un fin en común, sacar a Ortega y sus cúpulas de poder que no quieren soltar el mando, ni que otras personas dirijan a Nicaragua hacia un mejor presente.

Ese 10 de abril, pasó de ser un martes cualquiera, a ser un día que marcó la historia de este país. Ese día trascendió en la población nicaragüense, nos hizo replantearnos lo que queremos porque ya estábamos cansados de pedir un cambio y que no se nos escuchara.

Ese día salí de mi burbuja de privilegios, miré lo que tenía frente a mí y desde ese momento mi vida cambió, yo cambié y ese cambio me llena de gozo, porque hoy, desde mi espacio, estoy aportando para construir una Nicaragua más justa, equitativa, democrática y sobre todo, libre.

Era el tercer día de protesta y los enfrentamientos no cesaban, más bien, se intensificaban. Las calles eran escenarios de los choques entre fuerzas armadas vestidas de azul y la ciudadanía que demandaba justicia ante un sistema corrupto y opresor.

Yo nunca había formado parte de manifestaciones en espacios abiertos. Tengo que admitir que la cobardía me invadía al imaginarme solo en un cruce vehicular frente a una cuadrilla de fuerzas del orden público. Admiraba la fortaleza y rectitud de carácter de los jóvenes que armados con tiradoras, morteros caseros y piedras, ponían su humanidad porque nadie más lo iba a hacer. Escudados con el amor a su bandera, una camisa y un pañuelo envuelto en la cabeza, esos eran los verdaderos hijos de una patria que quería ser libre, símbolos de futuro y progreso.

Las protestas pronto encontraron un blanco ideal en los árboles de la vida, el símbolo que el gobierno usaba con mayor frecuencia. Lo empleaba en sus campañas y comunicaciones escritas, en el papel membretado que usan las instituciones estatales. Muchos árboles de metal se habían ubicado en las principales avenidas, transformando la imagen de Managua de modo que era más reconocida una “arbolata” que un madroño. Y en analogía a las acciones opositoras contra dictadores pasados –y no solo de Nicaragua– la ciudadanía, en su mayoría estudiantes, procedieron a derribar estos símbolos paganos, ajenos a la cultura nicaragüense. Las primeras en ser derribadas fueron esas estructuras antiestéticas frente a la Catedral de Managua, sobre el paseo Tiscapa.

Los videos quedaron para la posteridad, como una analogía de la caída, hace más de cuarenta años, de la estatua de Anastasio Somoza montado en su disque “Bucéfalo”. La única diferencia es que estos “arbolatas” eran más de uno y la tarea aún no estaba terminada. Decenas aún seguían en pie en todos los rincones de la capital.

El nica pleitisto se había levantado y sabía que protestar y marchar no era suficiente. Era hora de borrar la imagen de la dictadura de las calles de Managua, comenzando por los monumentos que la representan. Hoy día, todo el tramo de carretera a Tiscapa se encuentra libre de “chayopalos”.

Restos de Chayopalos, son usados como bisutería en collares o pulseras. Son artículos de colección. Yo solo los conservo para no olvidar que un día tuvimos unos asquerosos ornamentos, que transformaban nuestra capital en la ciudad de una bruja sin gusto.

El 23 de abril, fue convocada una marcha por los empresarios. La marcha estaba planificada para iniciar en la Rotonda Jean Paul Genie y culminar en la rotonda Rubén Darío (Metrocetro), sin embargo, la gente que participó en la protesta decidió que camináramos hasta la Universidad Politécnica (UPOLI), para demostrar nuestro apoyo a los estudiantes que estaban atrincherados allí.

Al pasar la rotonda Rubén Darío, bordeamos hacia el Este y llegamos a plaza El Sol, el centro de mando de la jefatura de la Policía Nacional de Nicaragua. Policías de distintos rangos estaban fuera de sus oficinas viéndonos y escuchando nuestros gritos. Gritos dispersos y diversos de personas reclamándoles por la represión que se estaba viviendo. Esas imágenes aún están en mi memoria, recuerdo haber visto a muchas personas y autos que usaban la bandera de Nicaragua señal de protesta, era algo a lo que los chavalos de mi edad no estábamos acostumbrados.

Éramos miles exigiendo el cese de la represión. Ese día surgió la consigna ¡Que se vayan! La gente gritaba ¡Que se vayan! ¡Que se vayan! Todos gritábamos en un solo sentir, ¡Que se vayan!  En el camino se iban derribando los rótulos de la propaganda oficial. Las personas que vivían a las orillas de la pista sacaban sus mangueras y nos regalaban agua para calmar la sed y así poder llegar a la Upoli.

Por la tarde, un mar de personas en un confuso orden llegamos a la universidad Politécnica,  para demostrar nuestro respaldo a la causa. Cuando finalizamos la marcha y tratábamos de regresar a nuestras casas, una persona se ofreció a llevarnos a un grupo hasta Metrocentro, en el carro de ese desconocido, manifestante como nosotros, llegamos a Metro, allí había un árbol de la vida quemándose, esa imagen representaba el momento que estábamos viviendo.

El 17 de mayo del 2018, fue un día muy esperado por los nicaragüenses, la mayoría estábamos con una radio, frente a un televisor o con el celular sintonizando cada minuto de cara al inicio del Diálogo Nacional,  la situación socio-política del país en ese momento se iba a pique, los muertos en las protestas iban en aumento, la represión y el estado policial no cesaban.

Fue un día transcendental ese 17 de mayo, el día en el cual Daniel Ortega salió de su guarida de ratas, dio la cara en televisión nacional porque todos los medios estaban allí, enfocándolo, para ver en qué momento decía algo o hacía la más mínima cosa, vimos a un Daniel doblegado, a un presidente que tuvo que aceptar un diálogo, a un Daniel sorprendido por la magnitud que habían alcanzado las manifestaciones en el país.

Mientras tanto, yo, como otros nicaragüenses, estaba en mi casa frente al televisor sintonizando el diálogo y al ver a varios de mis compañeros ahí, sentados, sentadas, dando la cara, luchando por un bienestar común, me llené de angustia, felicidad, satisfacción, gozo, de muchas emociones y sentimientos. Yo confiaba, aún confío en ellos, con su presencia en ese Diálogo Nacional estaban… estábamos construyendo un mejor país.

No puedo hablar por todos, pero siento que la mayoría de los nicaragüenses estábamos ansiosos, impacientes, por saber en qué iba a concluir ese Diálogo Nacional.

Ese espacio nos mostró tantas cosas, sobre todo, nos hizo ver la valentía, el coraje que tenemos como juventud. Aún recuerdo como Lesther tomó la palabra y dijo: “Esta no es una mesa de diálogo. Es una mesa para negociar su salida y lo sabe muy bien porque el pueblo es lo que ha solicitado”. Sus palabras nos impactaron, porque esas palabras contenían un gran significado, un gran mensaje y al escuchar eso, todos quedamos como ¡waooo, qué bien, que alguien le dijo eso al dictador!

También me emocionó escuchar a Madeline leer ese día los nombres de las personas que fallecieron durante las protestas hasta esa fecha. Aún me hace llorar, me siento susceptible. Han pasado 29 meses y la emoción y esa tristeza permanecen, porque no se ha obtenido justicia para todas las personas que el régimen asesinó.

Ahora me llena de tristeza ver como Madeline, Lesther, Iskra, Judith, amigos y compañeros de clases eran perseguidos políticos por el gobierno de Daniel Ortega. Madeline no ha podido concluir sus estudios, a causa de la represión ejercida por esta dictadura sobre todos nosotros.

I

En su voz puedo escuchar el sonido de la vida,

Un gorrioncillo que busca en las

Hojas de los arboles alguna guarida soñada,

Un espejismo que sus manos me presentan

Como un gesto lleno de curiosidad.

Se queda adherido en el viento

Existiendo en cada partícula,

Pintando las balas con lápices amarillos

Y sonriendo por todo aquello que le duele;

La esperanza parece ser su estado mental,

Como cuando le digo a la patria que la quiero inmensamente,

Pero este chavalo desayuna patria,

Almuerza patria,

Merienda patria

Y cena patria.

Cierra los ojos como si fueran

Pequeños segundos que caben

En sus bolsillos sucios por la pólvora quemada.

Habla poco, es más de vigilar y hacer señas

Con su cuerpo delgado.

Parece una broma su realidad

Sus rodillas tienen heridas

Como en su infancia las tuvo,

Pero ahora su vida corre riesgo

Y ese sentimiento nunca lo había experimentado.

II

Pienso en vos,

Con mis dolores de parto

En abril que llegó a mayo

Lloviendo en tu rostro

Que disimula las lágrimas

Por la sangre de tus hijos

Regada en el asfalto de

Las calles cercanas a las universidades,

En cada barricada levantada en los barrios.

Pienso en vos,

Madre de mártires,

En tu desesperación por morir

Primero que tu hijo o no morir nunca

Junto a él,

Pero el egoísta está en la presidencia

Por eso los policías, sicarios

Y paramilitares

Tiraron a matar.

No estás sola querida,

Hoy un pueblo te abraza,

Llora junto a vos sobre las tumbas,

Soñando con construir un país nuevo,

Como lo soñara tu hijo,

El que cayó dormido

Frente a la UNI.

Mañana será distinto,

Mañana pagarán los asesinos.

Escrito por Macuto

Yo estuve allí y recuerdo que era el medio día, veía por la televisión, a las madres llorando por la libertad de sus hijos a las afueras de la cárcel de tortura llamada “El chipote”. Me estaba alistando para asistir a la marcha convocada por las madres de abril. Tenía miedo de lo que podía ocurrir porque Gustavo Porras había convocado a sus partidarios y eso, indudablemente, traería como consecuencia choques. Recuerdo que llegué al edificio Lafise y la marcha ya se acercaba. La cantidad de personas que asistimos fue impresionante. Sabía que ese momento era histórico y que yo estaba siendo parte de esa historia. Avanzamos hasta la UCA y al llegar a ese punto, hubo desorden y confusión, de pronto, vi a chavalos heridos de muerte y supe que lo que suponíamos que podía pasar, estaba pasando. Sentí enojo y una profunda tristeza. Mi mamá fue por su cuenta y mi hermana también, los tres estábamos en el mismo evento, pero en diferentes lugares. Yo fui el primero en llegar a la casa, me tiré en mi cama, lloré y apagué mi celular. Luego llegó mi mamá, y al día siguiente, mi hermana. En ese momento no pensé que algo podía ocurrirle a ellas y gracias a Dios, no les ocurrió nada. Cabe destacar que a partir de ese 30 de mayo muchas cosas cambiaron en este país, comenzando por el significado de la fecha para los Nicaragüenses.

I

Escuché alas, muy temprano en la mañana,

El ruido de sus plumas rebotaba en el follaje

De la limonaria de mi patio

Mientras suaves sonrisas cantaban el ángelus con

Los pájaros.

Escuché alegres trinares

Y mi ventana se llenó de vida,

De una vitalidad inusitada,

Fue cuando el cielo cantó la bienvenida a dos ángeles.

II

Sentí la brisa que desprendían sus plumas

Mientras alzaban vuelo,

En el ambiente la electricidad

De la incertidumbre detenía el tiempo

Permitiendo que la fotografía de sus pies

Abandonando la tierra en el ascenso,

Quedará en mi memoria como una cicatriz.

Todos los vieron:

Su papa y su mama,

Su hermana,

Su tío,

Sus vecinos,

Los que estaban lejos

Y los que estaban cerca.

Los vieron también sus asesinos.

Volaron por primera vez frente a nuestros ojos,

A lo mejor ya lo hacían a escondidas

Pero es pecado ser ángel y vivir en la tierra;

Subieron con el humo de la hoguera

Y el cielo se llenó de ángeles

Que parecían decirse muchas cosas.

Ahora que lo pienso, creo que ensayaban

Sus mejores cuentos y canciones

Para entretenerlos por la noches.

Los vimos, nadie puede desmentirlo.

Volaban y sonreían,

Iban tomados de las manos

Y ya no había cenizas en sus rostros,

Iban envueltos en sus inocencias,

En sus años y sus meses de vida,

Aunque la vida deja de ser tiempo

En nuestros corazones.

Pero es de noche

Y en la casa todavía se siente el olor a carne quemada.

Yo no conocí al hombre de la tiradora, pero sé que su nombre era Marcelo Mayorga y que lo asesinó la guardia genocida. Lo sé porque lo vi en las noticias. Vi a su esposa pidiendo auxilio a la guardia, su cuerpo desangrado tirado en una calle frente a uniformados inertes. Lo vi, no me lo contaron, era el hombre de la tiradora, su nombre era Marcelo Mayorga y era como yo, un ciudadano común con ansias de libertad.

He buscado su historia en distintos medios de comunicación y en los artículos sobre su vida he logrado identificar que Marcelo fue un verdadero patriota, se involucró en la lucha cívica por el amor que le tenía a su tierra, era un hombre humilde, de clase obrera, trabajador, alegre, solidario, no le gustaban las injusticas, fue buen esposo, padre, hijo, un devoto amante del béisbol. Yo pude ser Marcelo Mayorga, los dos nos levantamos para exigir libertad por Nicaragua, pero él tenía una tiradora, por ella, su esposa reconoció su cuerpo al ver su foto en las redes sociales.

Marcelo yacía tendido a media calle solo con su tiradora y las chibolas con las que acorraló por noches enteras al comisionado Avellán. Su cuerpo desangrado está en mis ojos, los gritos de su esposa en mis oídos, gritos partidos, desgarradores, llenos de dolor e impotencia.

¡Auxilio, ayúdenme, no es un perro!, ¡ayúdenme a levantarlo! No me lo contaron, yo la vi, yo la oí sin soñarla. Porque todos vimos como la guardia le apuntaba con sus rifles, para evitar que se llevara el cuerpo y le preguntaban con cinismo ¿qué hacía allí? Eso me sigue doliendo, todos la vimos en televisión, en las noticias, en las redes sociales. Todos lo vimos, la vimos, la escuchamos.

Creo que Marcelo no aceptaba lo que ocurría en el país, donde los gobernantes de turno, Ortega y Murillo, no respetaban los derechos humanos de la ciudadanía. Marcelo luchó por sus ideales porque sus hijos pudieran disfrutar de un país libre. Cargó su tiradora hasta la madrugada en que le dieron un disparo certero en la cabeza.

Un AK 47 disparada por un compatriota cegado por el fanatismo político, disparando atrozmente hasta volverse un ser sin alma y sin razón.

“El hombre de la tiradora” sigue en mi memoria y no lo puedo olvidar, en algún lado leí que días antes de que terminaran con su vida, su misión personal era llevar comida y atender a los heridos durante las protestas, también animaba a los jóvenes a continuar resistiendo en las barricadas.

Marcelo y yo queríamos resistir, él en Masaya, y yo en León, no nos conocimos. Me pregunto si hubiéramos sido buenos amigos, nunca lo voy a saber, la orden oficial de los altos mandos de la dictadura nos arrebató esa posibilidad.

Lo asesinaron para liberar al comisionado Ramón Avellán durante aquella operación limpieza a cargo de las caravanas de camionetas Hilux, carretas naguas modernas cargadas con paramilitares del gobierno, policías y soldados con armas de fuego de alto calibre. Ellos acabaron con la vida de muchos marcelos mayorgas y parte de mi vida se fue con ellos.

Marcelo también tuvo acorralado al comisionado Avellán. La vida de un hombre bueno no vale la vida de un tirano, asesino y criminal, de un esbirro que debe quedarse en una parte oscura de nuestra historia.

Marcelo me dolés, te recuerdo en tu muerte y no te quiero recordar así, escribo esto para que no te olviden, para no olvidarte, para mantener mi esperanza y esperar que un nuevo gobierno te haga justicia.

12 de julio masacre en el municipio de Morrito

No se podía ver más allá

Del temor de la gente,

La incertidumbre jugaba

A las horas

Mientras las barricadas defendían

El tranque,

Pero la gente

A kilómetros de distancia,

Trataba de disfrazar la realidad

Con esa cotidianidad que

Tenían antes de abril

Poniendo canciones en las salas

De sus casas,

Jugando con los animales del patio,

Acercándose a la carretera para ver

A los viajeros eternos.

Pero Nicaragua era distinta:

La tierra, los árboles,

Los chocoyos que asaltaban el éter,

El ruido de las quebradas;

Era distinta,

Hacían falta 254 personas.

Escrito por: Macuto

Las noches no eran las mismas, no cabía el sueño en sus ojos llenos de mañanas agotadoras, al salir de la UNAN rumbo al trabajo sin más que un baño, una hora de sueño y una mochila llena de ropa que olía a gasolina. Los salarios quincenales eran utilizados para comprar medicamentos porque todo podía pasar en las calles, peor cuando en ellas había barricadas, mientras Ortega daba carta libre a sus seguidores que llevaban armas de guerra y la orden de limpiar la Universidad.

Su cuerpo yacía en la rotonda más cercana, de sus manos ensangrentadas recuperaron la siguiente nota:

Las líneas corren en camino asfaltado, pasan junto a las penas cobijadas por el frío de la noche, todo está en penumbras, la luz del celular alumbra tímidamente mi rostro y siento ojos que me miran. Recordé a Benedetti y el corazón se encontró con la alegría de besar tus labios, pienso en lo que construiremos antes de decidir tener hijos: los viajes que haremos, nuestro tiempo viviendo en Uruguay, nuestras maestrías, sentir nostalgia por Managua con todo y su calor de cuarenta grados, el jardín de la casa en Diriamba… las calles mi amor, de nuestra patria liberada.

I

A propósito del canto de los pájaros,

Hay que oír las consignas de los estudiantes

Contra la dictadura,

Sonido que sangra los oídos

De los infames,

De los opresores,

De los que desean matar al pueblo.

II

Vi en la noche

Los pasillos,

El sabor del viento husmeando en

Los libros de las bibliotecas,

Los sabores de los besos

En los recovecos recién pintados de blanco.

Miré el comedor,

Avispero de pláticas e historias

Contenidas en las paredes

Sabias y pacíficas;

Recordé los poemas que escribí en ese tiempo,

Garabatos del alma que no decían nada

Y lo decían todo a la vez,

Como una broma o tal vez un suspiro.

Entendí que la vida no es más

Que un juego de recuerdos que

Aparecen cuando dejan de existir.

Y me detuve…

Pensé en la Massiel, en sus noches interminables,

En los gritos de alerta constante,

En sus hormonas jugándole una mala pasada.

En las lágrimas que derramará cuando la victoria sea nuestra.

Escrito por: Macuto

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