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Madre…

Madre…

Por: Néstor Cedeño

No pude haber tenido una mejor madre que tú. Cuando me encontraba en una encrucijada me guiaste hacia el camino correcto y necesario—a pesar de realmente querer alejarme de una posible realidad. En ese momento fuiste mi brújula e indicaste el norte que debía seguir. Mi decisión estaba tomada y lloraste al decirte “volveré”. Tus lágrimas eran de preocupación, tristeza y orgullo… Tu hijo se levantó y salió a defender el honor de otra mujer—la madre de todos y todas—de aquel que abusó de su poder, lo cual ha hecho por décadas.

Pasabas las noches meciéndote en tu silla favorita y con la puerta abierta—esperando mi retorno. Los sonidos de la oscuridad, de grillos y bocinas o de familias disfrutando de momentos juntos no eran una distracción. Tu mirada estaba fija y te mecías con mucha ansiedad. Le orabas a Dios, todo poderoso, para que yo volviera a tus brazos y sin importar lo demás, estabas dispuesta a salir en mi lugar y alzar tu puño, como yo lo había hecho.

Me enseñaste a ser honesto y a ayudar al prójimo. Me decías que existían quienes vivían peores momentos que nosotros y que estábamos en este mundo para ayudar… “Dan darán, dicen las campanas” repetías a cada rato. Y a pesar de que algunas veces volteaba mis ojos ante ese dicho, llegué a entender muy bien su significado. Madre, me educaste bien.

Te vi cuando saliste a las calles con una furia de leona. Gritabas “¡presente!” y otros lo repetían. Sentí tu pasión, sin temor a nada y dispuesta a dejarlo todo al igual que yo. Mi nombre salía del más profundo rincón de tu ser para que el mundo entero lo escuchara. Lo decías con una tristeza increíble que hiciste llorar a quienes se encontraban a tu alrededor. Todas esas cámaras apuntadas hacia ti, captando los momentos que tu cuerpo te imploraba descanso, pero tu determinación pudo más. Tu vigor era inigualable—lo hiciste por mí y por la madre de todos y todas. El país entero vio lo mismo que yo… El país entero también lo sintió.

Hoy, estas a la par de otras que también vieron salir a sus hijos. Algunas no tuvieron ese momento que tú y yo compartimos. Los que atendieron el llamado y salieron sin despedirse no lo hicieron por maldad, sino por amor a su pueblo. Esas mujeres valientes—tan valientes como sus hijos—son dignas de admiración. Son nuestras voces y nuestro espíritu. Son las que reclaman lo justo—desde lejos en países extraños o cerca donde aún nos encontramos. Tú eres una de ellas, madre… luchando por mí y por los otros que no pueden luchar más.

Gracias por levantarte de esa silla, por dejar de escuchar los sonidos de la noche y ver la luz del nuevo día. Quisiera volver a casa como tanto lo deseas, pero espero que sepas que siempre he estado ahí—en tus recuerdos y enmarcado sobre paredes. Sé que cuando hablas de mí tus lágrimas no se pueden contener. Son lágrimas de tristeza al saber que ya no estoy, pero también de orgullo al saber que un día salí para darle a la campana de que tanto hablabas, ayudar y honrar a mis dos madres… tú y la patria.

Te quiero, madre… desde lejos, pero siempre cerca de ti.

—Dedicada a todas las madres que siempre piensan en sus hijos y que no se rinden al exigir justicia.

Cedeño es autor de los libros Entre rebelión y dictaduraEntre lucha y esperanza y 19/4/18.

Visitá su sitio web http://nestorcedenoautor.wordpress.com/libro

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