Juntos somos un volcán… pero lo habíamos olvidado.
Escrito por: CC Arce
Si alguien me hubiera dicho hace seis meses que hoy los jóvenes nicaragüenses íbamos a estar encabezando una insurrección cívica contra el tirano Daniel Ortega, con seguridad le habría contestado que mantener ese tipo de esperanzas no resultaba gracioso de ninguna manera. Claro, irónicamente se lo habría hecho saber después de reírme un rato, sobre lo que naturalmente habría considerado un chiste. Y nadie puede reprochármelo. He de ser honesta, no esperaba que mi generación estuviera dispuesta a luchar y morir por su patria, quizás porque ni siquiera esperaba que yo estuviera dispuesta a hacerlo. En definitiva, nunca alimenté ilusiones de que algún día tendríamos el valor suficiente. Vivía tan resentida con mis contemporáneos como conmigo misma, por el hecho de que parecíamos incapaces de reaccionar ante la maldad de un megalómano.
Pero si bien es cierto que hemos cambiado, que ya ninguno de nosotros somos los mismos de hace tres meses, también es justo decir que siempre hubo una llama de coraje en nuestros interiores. Pero no lo sabíamos. O quizá sí, pero lo habíamos decidido ignorar.
El tiempo seguía su curso en Nicaragua y nosotros, los millenials nicaragüenses, permanecíamos al margen de los hechos, embrollados en lo que nosotros llamábamos “problemas”, con los auriculares bien puestos en los oídos, leyendo un libro para escapar de la realidad, obviando al mundo y completamente ensimismados en nuestros asuntos, que, aunque en un tiempo nos parecieron transcendentales, hoy nos resultan poco más que insignificantes.
Y es que ¿Qué sentido tiene un proyecto monográfico cuando nos encontramos en una barricada, esquivando las balas y presionando la herida de un compinche que está a punto de morir en nuestras manos?, ¿Qué importancia puede tener una discusión con un profesor cuando un desconocido te ayuda a ponerte en pie y te insta a correr por tu vida? y ¿Qué relevancia tiene cualquier dificultad en la universidad cuando te levantas de una silla para decirle a un presidente corrupto que el pueblo demanda su renuncia? Muchas cosas se convierten en banalidades cuando te encuentras encerrado en una iglesia, salvaguardándote, mientras un grupo de asesinos te espera al otro lado para matarte. O cuando estás al teléfono con tu detestable compañero de clase, quien ha decidido despedirse de vos y decirte que siempre te tuvo cariño, porque sabe que en cualquier momento le pegarán un tiro.
En un abrir y cerrar de ojos nuestras prioridades dieron un giro de 180 grados. En un abrir y cerrar de ojos finalmente maduramos.
A veces me pregunto si algún día podremos regresar a un salón de clase y recibir una lección con total normalidad, comportándonos como los simples estudiantes que en realidad somos. Esa imagen me resulta tan lejana en este momento, por no decir imposible.
Estábamos tan ciegos, dejándonos arrastrar por una ola de indiferencia que en estos tiempos de crisis moral se había llevado a muchos jóvenes con ella. Sin darnos cuenta, nos encontrábamos siendo parte de un pensamiento colectivo, del plan maquiavélico orquestado por un dictador y su consorte, quienes preveían convertirnos en unos títeres más de su puesta en escena. La aparente negativa que exhibíamos ante el silencioso sufrimiento que se había asentado en nuestro pueblo, los hizo creer que no presentaríamos batalla alguna en cuanto a sus designios. Nunca pensaron que más temprano que tarde ese nido de hormiguitas, que creían sellado para siempre, empezaría a escaparse de entre sus dedos. Nosotros tampoco lo pensamos.
Pero lo hicimos.
Hoy, los jóvenes nos debemos una disculpa a nosotros mismos, porque nos creíamos incapaces de hacer lo que hasta hace poco únicamente habíamos visto en los libros. De verdad creímos que nunca significaríamos un cambio para nuestro país, como lo habían hecho otros en tiempos de antaño. La gente piensa que los jóvenes nicaragüenses estamos tratando de demostrar nuestra valía al mundo en estos momentos, pero creo que están equivocados. A los únicos a quienes estamos convenciendo de lo perseverantes y determinados que somos (con nuestras acciones ante la injusticia que atraviesa nuestra tierra) es a nosotros mismos. Y es que solo cuando tu vida y tu integridad peligran es cuando aprendes de vos mismo y de lo que estás dispuesto a hacer.
¿Por qué no reconocerlo? Sin pensarlo, le devolvimos la dignidad a este país, que sin darse cuenta, ya se había acostumbrado a la paz con bozal impuesta por un traidor sin patria. No iba tan descarriado Monseñor Silvio José Báez cuando nos llamó “Reserva moral de Nicaragua”. Sin ser conscientes de ello llevábamos fuego en nuestras venas, que ya había sido canalizado de muchas hermosas maneras en los años anteriores, dada la pasión con la que nos estábamos acostumbrando a soñar. Hacía mucho tiempo que soñar se había vuelto un imposible para los nicaragüenses. Pero resulta que nacimos con esa encantadora determinación, esa que no nos permitió ser una generación más, la que nos ha hecho morir en nombre de la libertad, la que no nos dejará vivir como esclavos.
Juntos somos un volcán, pero lo habíamos olvidado.
El yugo de un dictador tuvo que regresar del pasado y materializarse frente a nosotros para recordarnos quiénes éramos y lo que debíamos hacer. Los errores que pudimos cometer antes ya no empañan nuestra visión, pues por muy dormidos que estuviéramos hace unos meses, ya hemos abierto los ojos para no volverlos a cerrar. El Indio Maíz resurgió de nuestros pechos el día en que agredieron con saña a nuestros abuelos, ese día en que les arrebataron el poco decoro que aún les permitían conservar. Ellos incendiaron nuestras tierras, los frutos de nuestro esfuerzo y nuestra libertad, pero se les olvidó que el fuego se propagaba con facilidad.
Ahora, el intransigente Daniel Ortega, quien jamás esperó semejante levantamiento cívico liderado por unos “niños malcriados”, planea aniquilarnos de la única manera que conoce, que no es otra que mediante la guerra. El impertinente dictador solo ha vislumbrado una única vía para conseguir todo lo que ha querido en su vida, la vía de la violencia y de las armas, por la simple razón de que jamás se permitió pensar en otra cosa que no fuera el dominio de un pueblo. Un pueblo que, según él, le pertenecía. Qué necio e ignorante fue. Pero no engaña a nadie. A nosotros, los jóvenes, Daniel Ortega nos odia porque somos todo lo que él nunca pudo ser. No hemos necesitado ejércitos para desestabilizar su gobierno, no hemos empleado ballestas ni AK´s para aplacar sus ímpetus, no hemos lanzado bombas lacrimógenas dentro de su diabólica mansión para despojarlos del poco aire que les queda en los pulmones.
Nuestra única arma ha sido nuestro cerebro, por eso nos disparan directo a la cabeza.
Pero se equivocan si piensan que de esa forma demolerán nuestras inmarcesibles fuerzas. También somos un ejército. No uno de hombres armados, por supuesto, sino un ejército de jóvenes valientes e inteligentes, quienes no precisarán una guerra para destronar al necio autócrata, al frustrado guerrillero, que insiste en revivir sus tiempos de falsa gloria matando inocentes. No, nos mancharemos las manos, ni siquiera con su sangre. Sun Tzu dijo que el supremo arte de la guerra consistía en someter al enemigo sin combatir, y será así como lo haremos nosotros. Porque somos más y mejores que él. Y nuestra lucha será digna.
Sin embargo, el derrocamiento del opresor solo será el primer paso.
Está por nacer una nueva Nicaragua, en la que deberemos trabajar todos juntos, principalmente los jóvenes, que con el consejo de nuestros padres y abuelos propiciaremos un futuro mejor y real para nuestros hijos y los hijos de ellos. Merecemos vivir en un país donde no se le juzgue ni vilipendie a nadie por tener un criterio propio, todo lo contrario, debemos procurar que cualquiera se sienta en confianza para protestar por algo en lo que no esté de acuerdo. Necesitamos edificar una sociedad en la que desde pequeños se nos exhorte a especular y cavilar sobre lo que se encuentra en nuestro entorno, más allá de lo que nos enseñen en la escuela. Sobre todo, es menester crear un país donde cada quien tenga el derecho de demostrar sus talentos, donde todos tengamos las mismas oportunidades de superación sin importar nuestras ideologías políticas o religiosas.
Este país nos reclama justicia, democracia y libertad, y en la nueva Nicaragua que erigiremos no podrá faltar ninguna de ellas.
Sí, es cierto. Esta lucha no pudo tomarnos más desprevenidos a los jóvenes, quienes jamás imaginamos una ocasión de cambio como esta. Ya habíamos decidido lo que queríamos hacer con nuestras vidas, ya habíamos elegido nuestros planes, ya habíamos labrado nuestros caminos. No obstante, la patria se interpuso en ellos, deteniéndonos, clamándonos para que no permaneciéramos impertérritos ante la injusticia. Y como si se tratara de un alumbramiento, ese ser imponente que no sabíamos que llevábamos dentro se abrió paso en nuestro interior y, sorprendentemente, afloró para gritar: ¡Basta! ¡Hasta aquí has llegado! ¡Ya no nos doblegarás!
Hoy somos estudiantes, jóvenes sin experiencia. Nos encontramos dando traspiés, improvisando nuestros primeros pasos, aprendiendo a volar en pleno abismo, pero no estamos solos. Tenemos un pueblo entero a nuestras espaldas, flanqueándonos, protegiéndonos, enseñándonos, previniéndonos, envolviendo el camino que levantaremos para ellos. Llevamos fuego en las venas, como nos lo heredaron nuestros ancestros, y nadie nos va a detener jamás. Aprendimos del pasado y crearemos un mejor futuro, porque es lo que nuestra tierra merece, es lo que Nicaragua siempre ha merecido. Nacimos en un país hermoso, que merece un pueblo que lo ame. Y amor en estas circunstancias significa protección, valentía, inteligencia, justicia, igualdad, democracia, humanidad.
Esto es solo el comienzo de una larga lucha, y lo peor aún está por llegar. Pero saldremos adelante, porque la juventud nicaragüense no se ha levantado históricamente para volver a caer. Tendremos que ser más fuertes y más astutos de lo que hemos sido hasta ahora. Deberemos reforzar nuestras defensas, afilar nuestras aptitudes, sacarle brillo a esa filosa y temida arma que llevamos sobre los hombros y no reparar en esfuerzos. También habremos de ser humildes, porque defender la patria es tarea de todos, y por hacerlo no se nos deberá endiosar o engrandecer, mucho menos adular. Lo único que precisa quien está dispuesto a morir por su patria es respeto, nada más. Que no importen los méritos, sino el resultado de estos. Que la lucha no se ensucie con los mismos errores del pasado. Que no se venere a nadie por hacer lo que le corresponde. La lucha es de un pueblo entero, no de unos pocos, siempre ha sido así y siempre lo será.
Aún queda mucho por hacer, un gran trecho por recorrer, pero me fortalece la idea de que por primera vez mi generación luce indudablemente decidida. Soy parte de ella, y si todos sienten en sus fueros internos lo que siento yo, entonces estoy segura de que no tendré nada que temer. Sí, mi vida está en manos de mi patria ahora, al igual que la de todos mis compatriotas, especialmente los jóvenes como yo. Pero de que haremos un cambio, lo haremos, sin importar quienes vivirán para verlo y quiénes no. Nicaragua renacerá de las cenizas y prosperará con el trabajo de sus hijos. Nicaragua será grande como nunca antes. Pero para ello deberemos trabajar duro y nunca volver a caer en el desinterés por nuestra realidad.
Estudiemos, leamos, investiguemos, viajemos, exploremos aprendamos y disfrutemos del camino. No nos detengamos ante nada. Devolvámosle el resplandor de antaño a nuestra querida tierra. Traigamos de vuelta los viejos valores, ajustémoslos con los nuevos, y procuremos que no desaparezcan nunca. Preparémonos para asumir un rol decisivo en esta nueva Nicaragua que pronto daremos a luz. No nos conformemos con sacar al dictador. Ampliemos nuestra visión, veamos más allá de lo que se espera, hagamos planes grandiosos para nuestro pueblo, no nos defraudemos los unos a los otros ni fragmentemos una causa tan hermosa. Trabajemos duro para ser dignos del papel que la patria nos ha otorgado y no descansemos hasta ver los frutos de nuestros esfuerzos.
Porque no nos equivoquemos.
No habremos vencido el día en que Daniel Ortega ya no sea el Presidente de Nicaragua. Nuestra victoria se verá el día en que ya no encontremos niños flacuchos vendiendo en las calles, el día en que todos los nicaragüenses se atrevan a soñar y a luchar por sus sueños, el día en que no haya gente muriendo de hambre, el día en que se alcance una alta tasa de empleo, el día en que todos los niños y adolescentes asistan a la escuela sin excepciones, el día en que el salario mínimo sea digno para los trabajadores, el día en que seamos meritoriamente atendidos en un hospital, el día en que en las cárceles haya condiciones aceptables para los reos, el día en que la humanidad prevalezca sobre nuestras diferencias, el día en que un gobernador no tema porque su pueblo sea más listo que él, el día en que Nicaragua tenga la magnificencia que merece. Hasta entonces, nuestra lucha continuará. Y deberemos permanecer indoblegables.
¡No dejemos que nos vuelvan a hacer a un lado! Formemos grupos de debate político, compartamos nuestras diferencias de pensamiento, hablemos de historia y convidemos nuestros conocimientos. ¡Leamos mucho! Indaguemos sobre temas actuales y pongámonos al día en cuanto a nuevas formas de desarrollo. No escatimemos en investigación. Aprendamos juntos, no permitamos que la oscuridad de la ignorancia caiga de nuevo sobre nuestra juventud. Dispongámosle el terreno a los que están por venir y preparémonos para tomar posiciones de liderazgo en la nueva sociedad que construiremos. No nos rindamos. No consintamos que nos vuelvan a cegar, a engañar y a convencer de que no valemos nada, y que por lo tanto tenemos que conformarnos con poco. Seamos lo que este pueblo clama a gritos.
Hace unos meses conversaba con una persona muy querida sobre la situación de nuestro país. Me mostré molesta y en desacuerdo sobre lo que le esperaba a Nicaragua si Daniel Ortega continuaba en el poder, pues no podía concebir lo que él le estaba haciendo a nuestro pueblo. Entonces esa persona me dijo que lo que Nicaragua necesitaba eran jóvenes lo suficientemente valientes y listos para destronar a Daniel de una vez por todas, jóvenes que le recordaran lo que les pasaba a los dictadores que intentaban esclavizar al pueblo nicaragüense. Una generación que supiera del pasado y tuviera una visión clara del futuro. Nicaragua, me dijo, necesita jóvenes que tengan los huevos para cambiarla.
Bueno, creo que esos jóvenes seremos nosotros.