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Intelectuales de Nicaragua…

Intelectuales de Nicaragua…

Escrito por: Roberto Carlos Pérez

I

Caso número 1: Ante las extravagancias y horrores de Calígula y Nerón, Séneca escribe, en el primer siglo de la era cristiana: «El hombre feliz es aquel para quien nada es bueno ni malo, sino un alma buena o mala, que practica el bien, que se contenta con la virtud, que no se deja elevar ni abatir por la fortuna, que no conoce bien mayor que el que puede darse a sí mismo, para quien el verdadero placer será el desprecio de los placeres».

Séneca convocaba la razón, el único frente con que el filósofo pretendió alcanzar la felicidad, la mayor de las virtudes según su pensamiento, pues los saqueos a las arcas del imperio, los asesinatos, ajusticiamientos por parte de Calígula y la quema de Roma ordenada por Nerón, lo llevaron a plantearse el pensamiento y la búsqueda de la felicidad como los mejores mecanismos de defensa en un Estado corrompido por los vicios.

Caso número 2: Entre los años 1304 y 1308 Dante Alighieri redacta, en terza rima, el Inferno de la Divina Comedia. En el octavo círculo encierra a los rufianes, falsificadores, estafadores, hipócritas y ladrones. Entre ellos se encuentran los políticos más perversos de su época: Obizzo II de Este (1247 – 1293), nombrado Señor Perpetuo de la provincia de Ferrara, que había comprado a la hermana de Venedico Cacciamenico (1228 – 1302), político con quien había creado alianzas, a fin de satisfacer sus apetitos sexuales.

En el mismo círculo Dante encierra a Pinamonte Bonacolsi (1206 – 1293), Señor del Ducado de Mantua que, en 1291, luego de ejecutar a sus adversarios, publicó su Privilegiorum, un compendio de estatutos mediante los cuales aseguraba la sucesión familiar en la provincia de Mantua.

Caso número 3: Un poeta y narrador nicaragüense del siglo XX llamado Manolo Cuadra (1907 – 1957) escribe una novela hoy sepultada en el olvido: Almidón (1945). Es su manera de satirizar al temible Anastasio Somoza García que, a fuerza de sangre y represión, comenzaba a erigir una de las más crueles dictaduras en Nicaragua.

En dicha novela, muy poco ortodoxa y también algo disgregada, vive una de las más enérgicas reacciones de la vanguardia literaria ante el régimen dictatorial de Somoza. Contra él, Almidón levanta un tono caricaturesco, irreverente, lleno de humor que, lejos de temerle, lo ridiculiza.

II

            El humanismo renacentista comienza en el siglo XV. Uno de sus propósitos era educar a los futuros profesionales mediante las bonas artes (artes liberales) o artes de los libertos. Entre otras cosas, los humanistas buscaban formar a los ciudadanos para que éstos pudieran articular correctamente sus ideas, a fin de dar cuenta de los problemas de su época mediante el buen uso de la gramática, la música, la poesía, la filosofía, la retórica, la moral, la ética y la religión. Su objetivo era que los ciudadanos participaran de la vida cívica por medio de acciones virtuosas y prudentes.

Por eso, Erasmo de Rotterdam dijo: «En el estudio no existe la saciedad». Bajo esta premisa, origen y sostén del conocimiento, los humanistas buscaban no caer víctimas de los tiranos que tanto habían espantado a Dante. La educación era el arma con la que aspiraban a ilustrar a los tiranos o, cuando menos, contenerlos.

A diferencia de los que aconteció en la Edad Media, la premisa educativa de los humanistas fue antropocéntrica, por lo tanto, centrada en el hombre y su capacidad de raciocinio.

Es esta razón la que a mediados del siglo XVII produce uno los más importantes tratados sobre la sociedad, la política y los gobernantes del mundo moderno: Leviatán (1651), de Thomas Hobbes (1588 – 1679), que percibe al Estado como una amenaza y, paradójicamente como una necesidad, puesto que sólo el Estado puede garantizar la seguridad de los hombres.

III

             En nuestra época el intelectual es casi siempre un escritor, un filósofo, un periodista o un maestro, es decir, un individuo que se profesionaliza en las artes liberales. El carácter de intelectual lo mide tanto su conocimiento como su acto de comunicarlo a un amplio público. La sociedad de masas separa al humanista de antaño del intelectual de hoy.

Como en aquella época, el intelectual tiene un profundo saber de lo que es su sociedad. No obstante, a diferencia de los humanistas, el intelectual contemporáneo está de cara a un gran público, y su función es crear conciencia de los acontecimientos que afectan seriamente a la nación. El intelectual está sumergido en una cultura, piensa dentro de un sistema cultural, y otorga, de cara a ese público, sentido a todos los actos políticos, económicos y sociales de su país.

Aún cuando la racionalidad del intelectual moderno se exprese dentro de un recuadro cultural, siempre se espera de él una posición ética. Por tanto, podemos decir que en el intelectual de hoy en día convive una visión ideológica con una perspectiva ética. En tales condiciones es prácticamente imposible no ver o callarse ante los acontecimientos fundamentales de su presente histórico. De hacerlo, el intelectual niega su tarea.

En el discurso de aceptación del Premio Cervantes, Sergio Ramírez se refirió a la tarea del escritor. Y dijo «Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio», pues «la realidad, que tanto nos abruma. Caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestras deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios».

IV

            Desde el 19 de abril de 2018 Nicaragua vive una de sus peores encrucijadas. Calígula y Nerón se yerguen en las figuras de Daniel Ortega y su consorte, Rosario Murillo. Los estudiantes le han hecho frente a ambos tiranos ofreciendo su sangre para que los nicaragüenses vivamos en un país menos doloroso y más igualitario.

La lección de valentía y moral que nos han dado debe ser registrada por quienes nos dedicamos al oficio de racionalizar ante nuestros lectores los acontecimientos históricos de Nicaragua. Es imposible renunciar a ello. Quien funciona como intelectual no puede suspender a voluntad tal labor. Se es intelectual o no se es. No hacerse eco del horror en que vivimos es traicionar nuestra profesión. El terror y la barbarie nos obligan a levantar la voz.

Quizás no podamos ser tan efectivos como lo están siendo los nicaragüenses que en este momento están librando la batalla en las calles, pero nuestra misión es acompañarlos, ya que el oficio del intelectual es un oficio a tiempo completo, sin descanso y sin pausas avivadas por el miedo, los intereses personales o el ocio.

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