El ruiseñor: La guerra también tiene rostro de mujer.
Por: Celia Cruz Arce
Conocí a Kristin Hannah con El ruiseñor hace unos años, y, en definitiva, se trata de una novela difícil de sintetizar. Sí, es un libro que nos transporta a la Segunda Guerra Mundial, como muchos otros. Sin embargo, el enfoque de Hannah le da un giro a la historia que ya conocemos y nos encamina en una dirección diferente: la guerra que libraron las mujeres. Y no me refiero solo a las protagonistas cuyos nombres han salido a la luz en las últimas décadas, sino a todas esas mujeres anónimas que conocieron otra cara de la guerra, una cara igual de infame y dolorosa. Nunca habrá suficientes novelas que nos hagan sentir un poco de lo que fue sobrevivir (o no) la Segunda Guerra Mundial, pero me parecen especialmente sobrecogedoras aquellas que sirven de homenaje a esas vidas anónimas, comunes, que lucharon por su humanidad y sacrificaron todo en nombre del amor y sus ideales.
Hannah nos lleva a la Francia de 1940, a esos primeros momentos cruciales tras la caída de la línea Manigot ante las tropas alemanas. Vianne e Isabelle, hermanas, pretenden darle voz a esas vidas que pasaron desapercibidas en medio del pandemónium. Una, presa de un nazi en su propia casa, obligada a mostrarse como la más fina de las anfitrionas, pues de ello depende su vida y la de su hija. La otra, rebelde, impulsiva, ansiosa por darle sentido a su historia, decidida a ser partícipe de la resistencia. Conocemos de sobra lo acaecido durante aquellos aciagos tiempos. Frentes militares, bombardeos, campos minados de muerte, hambrunas, guetos, persecuciones, razias, pogromos, etc. Padres, esposos, hermanos e hijos partieron a la guerra. ¿Pero qué sabemos de las madres, esposas, hermanas e hijas que se quedaron?
El ruiseñor nos presenta esos otros frentes, liderados por las mujeres que permanecieron atrás, con la responsabilidad de continuar, aun cuando el mundo que conocían se caí a pedazos. Algo se adhirió a mi mente al leer esta novela: la palabra “guerra” tiene un significado concreto para los hombres. No obstante, para las mujeres se torna en un concepto voluble. “Lucha” y “supervivencia” también cobran otros sentidos. ¿Qué debe hacer un hombre para sobrevivir a una guerra? ¿Qué debe hacer una mujer? No se trata de una competencia de quiénes sufren más, sino de una dolorosa realidad que muy pocos consideran. Sin duda, nos encontramos ante una perspectiva visceral y desgarradora. Kristin Hannah no es la primera en contar estas historias y me da mucho gusto, porque lo que sucedió no puede olvidarse nunca. Las historias de esas mujeres, sus silenciosas y decisivas batallas, a kilómetros de los campos de guerra, no deben permanecer en las sombras.
Son tantos y tan diversos los sentimientos que lo desbordan a uno ante esta lectura, que no puedo dejar de recomendarla, tanto a los amantes del género histórico como a aquellos que aún no se aventuran en él. Me parece que Kristin Hannah es una contadora de historias de esas de las que no se puede uno escapar. El ruiseñor no es necesariamente una obra maestra por su narrativa y forma. No tiene nada de excepcional en ese aspecto. Se trata de una novela que fluye por sí misma, sin demasiados adornos estructurales. Aun así, tampoco me parece justo no reconocerle el mérito a la autora por compensarlo con su reconfortante prosa, con esa voz narradora que no le permite al lector soltar el libro. Hannah va más allá de eso, llevándonos a vivir cada instante de la historia de Vianne e Isabelle, cuestionando sus actos y sufriendo a la par de ellas.
Aunque la protagonista parezca la segunda hermana, Isabelle, en mi caso, fue Vianne quien reclamó mi atención. Porque a menudo, cuando pensamos en mujeres fuertes y heroínas, las situamos en contextos de acción y luchas de poder. Y para el caso, esa resulta ser Isabelle. Sin embargo, Vianne representa otras formas de coraje y valor. Es la mujer que saca a la luz la vida de millones de madres y esposas que sufrieron esa guerra, mujeres que sacrificaron tanto o más que cualquier soldado para mantener a salvo a sus seres queridos, mujeres a quienes el miedo las llevó a conocer versiones de sí mismas que hasta entonces desconocían. ¿Cuántas no tuvieron que albergar en sus casas a los mismos nazis que estaban matando a sus maridos allá afuera? ¿Cuántas no se arriesgaron cada día por llevarles un trozo de pan a sus hijos? ¿Cuántas no permitieron que el salvajismo mancillara sus cuerpos con tal de mantener a salvo a quienes amaban? ¿Cuántas no se convirtieron en heroínas anónimas para personas anónimas?Para mí, la gracia de la novela yace con la historia de Vianne. Y, en cierta forma, la solidez con que su historia se entremezcla con la de Isabelle hace que la novela cubra dos perspectivas que se complementan, por decirlo de una forma. Al principio, ambos personajes se nos presentan como piezas opuestas en un tablero de ajedrez, aunque, llegados a cierto punto, nos enteramos de que solo se trata de la naturaleza humana tan contradictoria y racional a la vez, tanto como la natural relación de dos hermanas. Porque Vianne e Isabelle no son perfectas y sus errores no hacen más que darle fuerza a la llama humana que la autora intenta transmitir. Como casi todos los libros sobre la Segunda Guerra Mundial, cerramos con un giro esperanzador; y con ese mensaje de que el amor, en cualquiera de sus formas, es suficiente para cambiar el mundo. En mi caso, también fue un delicado recordatorio de que el poder y la fortaleza de una mujer no conocen límites, cuando una tiene algo por lo que luchar.