Noche de verbena
Por: Carlos Bojorge
Esta es la historia de un grupo de poetas que en un pueblo muy recóndito de Latinoamérica, enfrentaban una crisis bohemia…más que bohemia era una crisis existencial del tiempo y espacio que retrocede y se activa cada día, mediante el Sodoma y Gomorra de las noches locas y la nefanda parranda que no toma en cuenta el número de las copas derramadas, los puros encendidos por las madrugadas, más los cuentos locos de Verne, y los cantos rebeldes de aquel vagabundo que tanto menciona la gente.
El reloj de la catedral marcaba las 2:00 de la tarde de aquel nublado viernes 01 de mayo del año 2003, en eso se estaciona la espampanante carroza jalada por dos caballos prieto azabache dónde venía esa sabia gente, sin méritos para las fotos, pero con ganas de volverse más locos. De La carroza baja un caballero elegante alto y fornido con un sombrero fedora negro con pinta de verde olivo, emocionado exclamó con voz potente: – “Maldito el poeta que quiere ser leído y no apoya a los colegas que apenas han nacido”, su nombre es Fausto Lacayo, tenía unos 38 años. Junto a él llegaron al pueblo 5 poetas más, se hacen llamar ¡movimiento poético Venecia Infinita!. Por el mal tiempo la actividad prevista para este día fue suspendida.
A la mañana siguiente ya con un mejor clima, las autoridades culturales del pueblo montaron el escenario y citaron al público en general al palacio municipal de la cultura, en especial a los interesados en la literatura para que presenciaran la magistral conferencia a cargo de estos grandes literatos, pues en primera plana del periódico el Chontaleño, aparecían las biografías de cada uno de estos poetas procedentes de países europeos, el pueblo pudo saber la verdadera misión que estos hombres venían a realizar a nuestras tierras y es por eso que el escándalo se armó y aquella sala central del Palacio Municipal se llenó.
La actividad fue todo un éxito, estos escritores abordaron tan importantes y valiosos temas como es la fraternidad entre hermanos e hijos de una misma patria, así como también regalaron poderosos consejos para sobrellevar una vida útil como escritor o poeta, comenzando con la aceptación y el apoyo para aquellos que apenas comienzan uno de ellos abordó que no hay mejor escritor que aquel que lee más y que la causa justa son las que más nos han de importar.
Todo marchaba con tranquilidad ya era de noche y los poetas tenían que regresar a las cabañas donde iban a descansar, de repente una fuerte luz se desprende del cielo causando un terrible estruendo y un rayo cae sobre la tierra a metros de donde ellos iban caminando fue tanta la suerte de estos, que solo vieron el toro de lejos más no fueron parte del bramadero. Siguieron caminando cuando en eso se apareció don Porfirio Martínez, dueño de la cantina más célebre de aquel pueblo la cantina El mujeriego, entre plática, versos y propuestas Porfirio, se llevó a los poetas a su cantina este les felicitó y les brindó tragos de cortesía, aquello se convirtió en una osadía era el infierno reinando sobre la vida de estos intelectos hombres.
Se los llevaron al prostíbulo más cerca que había…, ya por llegar a ese lugar Porfirio y Juan, otro que se les juntó al caminar les dijo: – “Yo tenía mil amores, pero ninguno fue de verdad una me engañó y la otra se me murió más las 998 solamente viven en mi eternidad y creo que nunca las podré olvidar”. Fausto Lacayo, quién siempre llevaba la voz cantante por ser el coordinador de Venecia Infinita expresó lo siguiente: – No llores por ese designio ya sufrido lo mejor está por venir y nosotros estamos aquí, ya sin ganas de vivir.
Ya estaban como a una cuadra del prostíbulo, todos bien borracho, malolientes y arrepentidos, estaban que lloraban por las absurdas mafofadas que realizaron está noche, todos decidieron buscar la casa, menos el tal Porfirio, quién también era un poeta y mujeriego empedernido siguió rumbo al prostíbulo y diciendo o más bien balbuceando de lo tan borracho que estaba: – “No me importa que me tiren piedras si yo soy feliz al lado de ella”. Los poetas se retiraron y quedaron con incertidumbre e inseguridad de saber si ese hombre en verdad era poeta y qué significaban las retahílas letras que había tirado al aire de tanto tomar cerveza.
Llegó el día de marcharse coger el rumbo y mirar por otros peldaños sin ánimo de agraviar lo ya extraño, ha llegado la hora de que estos poetas retornen a sus tierras, muy bien vestidos y con muchos recuerdos más los cariños de la gente que en este pueblo les quiso y les seguirá queriendo, pasó por ellos la misma carroza que los llegó a dejar. Con punto de cirrosis y férreas ganas de vomitar debido a la gran cruda que ahora han de aguantar producto de la borrachera que más no se van a dar. Ya acomodado Fausto Lacayo, gritó: – Escuchen muy atentos camaradas lo que manifestó un poeta en sus mañana. “Dichoso aquel poeta que murió embriagado sin beber licor”.