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Fuerza pública consiente.

Fuerza pública consiente.

Escrito por: Katherine Reyes

Luego de meses de represión gubernamental, la gente en el país culpa a la generación que después del glorioso Triunfo de la Revolución Sandinista en 1979, no se ocupó en construir un país democrático y justo, en el que el socialismo lo adentró en una oscurana de negocios sucios, políticos corrutos, servidores públicos mediocres, jóvenes sin capacidad de desarrollar un criterio propio, una bola de desocupados sin conciencia política, ni social, me refiero a la juventud sandinista millennium

Bueno, basta de preámbulos fastidiosos pero necesarios…

El asunto es que Nicaragua despertó, y lo hizo de la mejor forma, una juventud que no se vende ni se rinde. Hablo de los universitarios, esos que están dispuestos a morir en protestas en las calles en busca de justicia y democracia, que tanto falta en el país.

Si… Ya sé que quieren la historia que me inquietó a escribir.

Ahí le va. Soy periodista, tengo 23 años de edad, trabajo para un medio de comunicación oficialista, lo sé, es terrible mi posición.

Pero bueno… mi papa decía que la necesidad tiene cara de perro… y tiene razón. Aunque la idea de una renuncia fue y es una opción para mí. Aún no me han obligado a violar mis derechos como ciudadana, ni a publicar propaganda barata en mis cuentas sociales.

La cuestión es que de camino a mi trabajo hay muchos policías armados hasta los dientes, además de barricadas, construidas con piedra cantera al mejor estilo del famoso muro que pretende construir Donald Trump entre México y Estados Unidos, además de miguelotes capaces de frenar el paso a cualquier vehículo normal.

Uno de los policías se llama Emmanuel, bonito nombre, es súper coqueto, tiene buen cuerpo y mide aproximadamente 1.57 m.

Sus “buenos días amor”. Eran tan esperado como el café por la mañana, me gustaba verlo, pues, tiene un cuerpo firme y bastante sensual.

En ocasiones anteriores, después de su saludo, yo lo cuestionaba, le decía

– Ya te cansaste de andar reprimiendo a los estudiantes

– A cuántos mataron anoche tus amigos

– Y tu arma. Con esa fue con la que andabas sembrado el terror por las calles

Claro siempre en un tono de sarcasmo… pues, sé perfectamente que él como todos sus colegas reciben órdenes, así como cualquier periodista recibe órdenes de su jefe de prensa y manipula la información a su conveniencia. El coqueto siempre me decía

– Yo no ando reprimiendo, amor

– Yo solo aquí me mantengo

– Yo no tengo la culpa de lo que está pasando

– A la única persona que puedo matar es a vos y será a besos

Yo siempre me sonrojaba y me alejaba lentamente haciendo alarde de mi trasero, al que trataba de pronunciarlo al ritmo de mis pasos mientras caminaba para las instalaciones del medio televisivo.

Pero un día de tantos fue distinto… yo estaba molesta, e indignada… me sentía impotente y decepcionada de la política y de todos los gobiernos. Me cuestionaba Para qué jodidos sirven los malditos funcionarios públicos… si lo que dice el Presidente es ley, ese poderoso soberano de una típica finca centroamericano hace lo que le viene en gana con los recursos del país, y mata al pueblo porque empezó a cuestionarlo.

Tras fuertes enfrentamientos en la ciudad de Masaya, el Plan Limpieza que ejecuta la Policía Nacional, las alcaldías de las ciudades, los infaltable paramilitares y algunos miembros del Ejército de Nicaragua, 7 personas de los nobles y aguerrido masayas perdieron la vida, entre ellos un menor de edad. Tras los desalentadores hechos, pasé por el puesto de Emmanuel.

El como siempre me dijo:

– Buenos días mi amor Yo no podía esconder mi rabia e impotencia.

 – No tienen nada de buenos – 7 personas mataron ayer, están contentos

– A cuentos más van a matar

– Vergüenza te debería de dar andar ese uniforme y esas armas.

Con voz pasiva y un poco acongojado… me dijo.

– Ya pues

– No te vuelvo a decir nada

Al momento no me importó su decisión, pues, pensé que un favor me haría. Pero pasadas un par de horas, no pude con el remordimiento, ya que, yo estaba en la misma condición, escribía solo lo que el jefe ordenaba, publicaba solo lo que favorecía al gobierno y elogiaba cada suspiro del dictador genocida.

Tanto el Policía como yo, éramos fraudulentos con nuestros principios, pues, con nuestro trabajo estábamos contribuyendo directamente con el régimen. Con la diferencia que a mí nadie me decía mis verdades la mi cara, y a él sí.

Así, que decidí buscarlo para pedirle disculpa.

Me arreglé el pelo, ensayé mis disculpas y por supuesto mi justificación por mi reacción.

Pero cuando llegué a su puesto no estaba. Fui otra vez a la hora del almuerzo y tampoco estaba.

Así que por la tarde era mi última oportunidad. A las 5:30 pm… lo vi.

Le dije – Te vine a buscar un par de veces, pero no estabas

– Discúlpame por lo que te dije por la mañana, estaba muy molesta

– No volverá a pasar El con una leve sonrisa en su rostro, dijo.

– Te disculpo

– Te quiero mucho

Yo me aleje de su puesto rápidamente contagiada de la sonrisa ahogada del oficial de Policía que meses antes me había parecido apuesto, pero que había comprobado que era más que simpático, era consiente.

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