La paradoja de la seguridad ciudadana en El Salvador en el estado de excepción
Por: Diego Macehuatl, San Salvador Mayo 7 de 2022.
Nuestra Centroamérica afronta un nuevo capítulo de regímenes autoritarios, que justifican la violencia represiva como política de estado para combatir a sus opositores. Hoy no desde la lucha de flancos ideológicos polarizados, sino desde la visión confusa del caudillismo de estado, valiéndose de los órganos de justicia estatal y las entidades de seguridad pública. Específicamente, el pueblo de El Salvador tras décadas de padecer la violencia de las pandillas, su sume en un mes más del estado de excepción, que suspende las garantías ciudadanas constitucionales, so pretexto de investigar y procesar de forma inclaudicable a los miembros de las maras.
Ante esta apuesta del actual gobierno de Nayib Bukele ¿Cómo interpretar lúcidamente este momento de agravamiento de la crisis salvadoreña? Cuando dicha política de seguridad nacional cuenta con la aprobación de una amplia mayoría popular y a su vez paradójicamente ha afectado a centenares de inocentes falsos positivos.
Problemática en retrospectiva
Las maras son el resultado de una compleja conjunción de situaciones sociales, políticas y culturales. Entre las cuales, podemos nombrar la aplicación cosmética de los acuerdos de paz, asumidos por los gobiernos centroamericanos a finales de la década de los ochentas y principio de los noventas. Específicamente, en El Salvador -como en los demás países centroamericanos- los acuerdos de Paz no decantaron en programas de nación, que tampoco se concretizaron en procesos sistemáticos de justicia, reparación y atención a las víctimas. Miles de niños y jóvenes huérfanos del conflicto armado de los ochentas quedaron a merced de la falta de educación, asistencia social, salud y sobre todo de acompañamiento humano.
A lo largo de la década de los noventas y los primeros años de siglo veinte, los gobiernos del partido ARENA apostaron por la aplacar la virulenta acción delincuencial de las maras con violencia represiva institucional. Lo cual, llevó a una interminable espiral de treguas, ceses, y recrudecimientos de el activismo de las maras, sobre todo en las periferias urbanas y en grandes sectores rurales de El Salvador. En 2009 asume el poder la izquierda con el FMLN, quienes también cedieron a una política de pactos y componendas con las cúpulas de las pandillas. Lo cual, acrecentó aún más en las instituciones y gobiernos municipales el constante chantaje y presión de las pandillas.
En 2019 Nayib Bukele se alzó con el poder por la vía democrática con un amplio apoyo popular, quienes, desencantados de los históricos dos bloques políticos convencionales, esperanzadamente se fiaban de una nueva propuesta política. En dicho gobierno, desde sus inicios lanzó su plan de seguridad nacional, ante la violencia, la inseguridad, y sobre todo ante la guerra territorial de las pandillas, que vejaba la vida cotidiana de miles de salvadoreños, además de la escalada de secuestros y homicidios. Tras dos años, marcados por la crisis sanitaria de la Covid 19, la polarización política en el país y el creciente control de los poderes e instituciones del estado por parte del gobierno de Bukele, el país se ha enfrentado en el mes de abril a una de sus más altos picos de homicidios por parte de las maras.
El gobierno respondió con el régimen de excepción, que constituye una medida extrema ante una emergencia constitucional, el cual, conforme a la jurisprudencia, es una medida jurídica que permite afrontar algunas situaciones excepcionales, es decir, aquellas situaciones extraordinarias y temporales derivadas de acontecimientos caracterizados por cierto nivel de gravedad. Este régimen debe ser siempre considerado como el último recurso, pues supone el cese de muchas garantías y derechos ciudadanos.
Elementos generadores
De lo anteriormente dicho, tenemos elementos generadores que nos pueden servir de instrumento para ver y actuar con lucidez en esta coyuntura compleja. Primeramente, cabe indicar que la historia centroamericana nos ha enseñado que el pretender solucionar los conflictos socio-políticos con violencia represiva, lo que hace es seguir recreando ese bucle nefasto de violencia y venganzas, que nos ha llevado a estas situaciones de metástasis de un problema en social, político y cultural.
Los elementos generadores son precisamente saber ver y escuchar en el lugar que la historia nos pide estar. La ubicación para saber ver y escuchar, ha de ser del lado de las víctimas de la historia. Precisamente, toda la ciudad es víctima de los bucles de violencia no resuelta, incluso los seres humanos que integran las pandillas son víctimas de un sistema de injusticia y deshumanización. Lo cual, los ha llevado de víctimas a ser victimarios de la sociedad, en especial de la población más vulnerable y marginada. Los miembros de las instituciones de seguridad pública ostentan en sus manos un poder de orden público, que necesita ser humanizado, pues la justicia y el orden público solo son posibles cuando hay humanismo, es decir, valoración y respeto a la dignidad de toda persona humana.
Saber ver implica una mirada cordial y empática, no desde la inmadurez humana que exige venganza. La venganza jamás ha dado satisfacción de la justicia que el corazón de las personas vulneradas anhela. Ver y no apartar la cara de los que pagan las consecuencias de los sistemas, que nos han violentado por décadas. Saber escuchar es un ejercicio difícil, pero necesario para poder vivir plenamente en relaciones de justicia y reciprocidad. El silencio no esta en su mejor momento, no me refiero al silencio de la indiferencia y el miedo, sino al silencio sabio y profundo que nos enseña a salir de nuestro ego y sus intereses para abrirnos de corazón como hospital de campaña que acoge y abraza la vulnerabilidad.
En nuestra sociedad empobrecida y sobre-estimulada de distracciones y ruidos, saber ver y escuchar es un acto de justicia , compasión y subversión de los valores, con los que los caudillos del poder nos pretenden seguir intoxicando para seguir acrecentando el poder del Ego. El tiempo es ahora y cada día, para saber ver y escuchar a los demás y a la realidad. Lo demás vendrá por añadidura, como efecto y consecuencia.