Escribir literatura en medio del caos
Por: César Andrés Zeledón
Escribir, en general, no es fácil, pero cuando uno es joven, pobre y lo hace desde Nicaragua, donde la masa lectora escasea, la cosa se complica. La actividad literaria se vuelve casi una vocación religiosa, una ambición en sí misma.
Quizás esto no venga mucho al caso, pero debo dejar claro que yo pertenezco al grupo de personas que piensa que el arte por sí solo no puede generar ningún tipo de cambio real; es decir, para mí el arte no puede crear sociedades más justas, economías menos desiguales y políticos menos corruptos. El objetivo del arte, en general, y de la literatura, que es lo que yo conozco de manera un poco más precisa, nunca será crear grandes cambios y no tiene nada que ver con todos esos discursos grandilocuentes que han gestado las distintas revoluciones y también las distintas religiones a través del tiempo. No. El arte no puede tener objetivo ni utilidad, o al menos no en el sentido utilitarista, capitalista, que conserva la expresión hoy día.
Pero esto no quiere decir que yo crea que la gente que produce arte -los y las artistas-deban abstraerse de las situaciones particulares que viven, o vivir en una burbuja que los aleje de toda la miseria del mundo para poder crear. En realidad, de todas las opiniones que he escuchado, me convence más la que afirma que un artista está para dejar un registro íntimo de su tiempo, de su alma y singularidad. Para mí, en lo particular, la literatura tiene que ver con una honda necesidad de compañía en mundo extremadamente solitario, una necesidad de expresión profunda con alguien a quien no conozco, también con la urgencia de darle un sentido a una experiencia vital cada vez más caótica y sin sentido aparente.
Cuando estalló la rebelión civil en 2018 (hace tres años y un poco más) yo acababa de cumplir 19 y escribía con cierta regularidad, pero sin seriedad ni aspiración alguna. En ese entonces asistía a un curso literario para escribir una novela, mi primera novela. Aquel curso continúo pese a todo lo que nos estaba sucediendo y yo asistí durante largos meses a esas sesiones, mientras en las noticias veía como chavalos de mi edad se atrincheraban en las universidades para defender un país roto y podrido desde años atrás. Yo asistía a esas sesiones para escribir una novela, mientras las clases de la universidad se suspendían indefinidamente, mientras los asesinatos empezaban día tras día a crecer en sus dolorosas cifras. Y circulaban videos terroríficos por todos lados, en una Nicaragua así de convulsionada, yo quería escribir una novela.
Es falso creer que la escritura literaria puede fortalecerse en situaciones así de extremas, no sé cuál sea el caso de otras disciplinas como la pintura, o el canto, que creo yo fueron mucho más preponderante en medio de las movilizaciones civiles que hubo en el país. Pero el hecho es que para poder escribir literatura -algo distinto a, por ejemplo, el periodismo- se necesita distancia sobre los hechos que uno va a narrar. Entonces en aquel momento hice a un lado cualquier cosa que tuviese que ver con la literatura y con escribir. Me lancé a la calle a protestar -que era donde estaba todo el mundo-, y dejé todo lo que estuviese relacionado con escribir en un segundo plano.
En un par de ocasiones sentí que la muerte estuvo tan solo a un par de metros, realmente era así porque en la otra cuadra un francotirador le había disparado en la cabeza a un chavalo que cargaba una bandera y quizás un par de piedras en las manos. Así de cruel era todo. También vi o supe de gente muy cercana a las que secuestraron o metieron a la cárcel por manifestarse en la calle. La vida adquirió otro ritmo, todo lo que antes como un chavalo normal me importaba, de pronto ya no tenía sentido para mí, en ese momento experimenté un registro de emociones que aún hoy me cuesta poner en palabras.
Hacia septiembre del 2018 mi madre me mandó a Costa Rica, con la secreta intención de que me quedara allí, que continuara la carrera, que rehiciera mi vida. Me regresé al mes, desesperado porque me iba a perder la sesión final de mi curso de novela, aunque poco importaba, ya que no había escrito nada en todos esos meses, solo un par de páginas. Al final me perdí el cierre del curso, regresé una semana tarde, puesto que en Costa Rica habían iniciado una serie de protestas que impedían la movilización de autobuses. Resultó que ahí ningún protestante fue asesinado y todo se resolvió en unas cuantas semanas por medio del diálogo.
Al volver, empecé a desinteresarme poco a poco de la situación del país, inicié a consumir cannabis casi a diario y a tener problemas familiares, en parte por la propia situación sociopolítica y en parte por mi consumo. Si me pongo a pensar, en ese momento de mi vida, escribir o leer eran cosas que no me podían importar menos, ya no eran cosas relevantes para mí, estaba muy desilusionado con la vida y por supuesto con la literatura.
El punto de inflexión llegó una tarde a inicios de noviembre, contesté una llamada: me tenían que realizar una operación por una condición médica que había desarrollado ese mismo año, unos meses después del estallido. La operación no era, en palabras del especialista, para nada riesgosa, sin embargo, yo que nunca había pasado por un quirófano y que estaba completamente drogado cuando escuché aquello, empecé a tener un ataque de pánico que aún hoy recuerdo con todo detalle porque fue terrorífico.
Desde ese día, inicié un proceso paulatino, de meses, en que fui reduciendo mi consumo de marihuana, hasta dejarla del todo. Luego de la operación, el período de recuperación fue muy penoso, y recuerdo, eso sí, que estar tanto tiempo en cama y con movilidad limitada, me reconcilió con la lectura. Sin embargo, iniciar a escribir algo, cualquier cosa, aún me tomaría algunos un tiempo. La novela que inicié a escribir un año antes, la logré culminar en la segunda semana de septiembre de 2019, y esta obra (aún inédita) ni siquiera habla de lo ocurrido en 2018, porque sentí que aún no podía hablar de esto, que aún no estaba preparado para hacerlo. Empecé a escribir precisamente de lo ocurrido en 2018 hasta el año pasado, en medio de la pandemia. El 19 de julio publiqué un cuento en el que imagino lo que siente un joven que ha sido asesinado, me preguntaba qué siente quien se va tan repentinamente. Es un texto que según yo pretendía dejar constancia de la gran herida social con la que ahora carga el país. Unas líneas de ese relato dicen lo siguiente:
«…salí de mi casa muy temprano. Mi madre ya no estaba, iba camino a su trabajo. Mi hermano dormía en la parte de arriba de la litera. Despertó un segundo, me vio vestido y con una mochila al hombro. ¿A dónde vas?, dijo medio dormido antes de que se le cerrarán los ojos de nuevo.
A ningún lado, le respondí.
A ningún lado.»
Hace apenas unos días atrás releía ese texto y me puse a llorar, lloraba porque me recuerda que ese pudo haber sido verdaderamente el último diálogo que habría tenido con mi hermano, y me da una tristeza enorme pensar que quien se queda, la mayoría de las veces, no ha tenido el consuelo siquiera de haberse despedido de su ser querido. Pienso en cuantos hermanos, hermanas, madres, padres, esposas tuvieron una conversación parecida antes de ver marchar a las personas que amaban sin saber que sería la última vez que las verían. Es muy triste.
Ahora con la pandemia, el dolor solo se ha multiplicado más y más. Es muy difícil desarrollar un oficio artístico en medio de tantos obstáculos, lo sé, pero también pienso -quizás románticamente- que para quien ha encontrado un lugar donde resguardarse de las crueldades del mundo, también es inevitable seguir este camino. No hay, para nosotres, otra forma de transitar la vida.
Personalmente creo que escribo porque ya no me queda de otra, tengo esta necesidad de relatar mi dolor, nuestro dolor, pero es algo que no es fácil, requiere tiempo y, al menos en mi caso, busco que haya algo más en mi discurso, algo que vuelva a lo que escribo verdadera literatura, y no simple confesión, pero si me preguntan qué es lo que diferencia una cosa de la otra, me quedo sin palabras…
Yo también me quedo sin palabras ante tan hermoso texto literario y ante tanta realidad plasmada en el. Gracias por ser vos y voz de muchos.
me parece, real y meramente desenfocado, me atrajo la linea. «yo pertenezco al grupo de personas que piensa que el arte por sí solo no puede generar ningún tipo de cambio real; es decir, para mí el arte no puede crear sociedades más justas, economías menos desiguales y políticos menos corruptos» me gusto la aterrización en la realidad y la personificación que puede y llega a implicar en nosotros los autores pequeños, aquí en la parte final me recuerda a una frase de mi cuento que estoy trabajando que es » escribo para que no me alcance la tristeza» la lectura salva y es una especie de tiroleza al mundo y complementarnos al escrito.