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El sur que abrió mis ojos

El sur que abrió mis ojos

Por: Alexander Reyes Guevara

La primera vez que salí de Nicaragua por un largo período, fue en el año 2019, cuando la vida y mi padre recién fallecido un mes atrás, me regalaron la oportunidad de mudarme a la capital chilena para cumplir el sueño de trabajar fuera de mi país. Desde muy pequeño tuve la convicción de que mi lugar en el mundo no se limitaba a mi pedacito de tierra, las alas que me había ayudado a formar mi madre eran demasiado grandes para quedarme quieto en un solo punto, entonces, cuando la enorme puerta sureña se abrió de par en par, hubo personas que me impulsaron a emprender el vuelo aun con todo el miedo del mundo por hacerlo. 

Después de un día entero de viaje, entre llantos, escalas y llegadas, una vez en tierra, el aire frío de aquella señora ciudad grisesa me dio la bienvenida. Ustedes entenderán que, para un chavalo casi recién graduado de su carrera, tener la dicha de trabajar en su profesión en una ciudad como Santiago, significaba un montón a nivel profesional, me aferraba a eso. Las primeras semanas quede maravillado con todo, más allá de lo complejo que fue encontrar apartamento y adecuarme a los costos de la vida, Santiago tiene una magia envejecida que te atrapa. En el nuevo trabajo, todo iba bien también, la típica cristalización del enamoramiento, hasta que caminando ciego choqué con el gran muro jerárquico del abuso y la violencia laboral. 

Si se preguntan ¡¿Violencia laboral en una organización de sociedad civil?! Obtendrán un llano ¡Si! Porque esta resumida historia quiere ejemplificar que la dinámica patriarcal en que se desenvuelve la violencia laboral poco tiene que ver con el capital (ni económico ni social). 

Jamás falté a mi trabajo, y nunca hubo queja alguna sobre mi desempeño profesional y laboral en la instancia, aún así, la exclusión y marginación fueron detalles que acompañaron todo mi año; todo inició con un “ese no es tu trabajo, estás aquí para facilitar” luego de que a la pregunta “¿Qué mejorarías en la implementación del proyecto?” le siguiera una respuesta sincera como en cualquier espacio donde suponés que existe la seguridad y confianza. Después vino la eliminación de documentos en la nube, sobre carga de trabajo, chismes, pérdidas extrañas de USB que comencé a usar luego de las primeras eliminaciones de documentos, maquillajes de informes para que todo el proyecto se viera bien trabajado y reuniones de evaluación periódicas donde se me recordaba mi buen trabajo, pero la necesidad de mejorar mis relaciones interpersonales con las personas del equipo porque no me quedaba después del trabajo para ir con ellos a pasar el rato o hacer zuma, Pero ¿cómo? 

Esto no pasaba solo conmigo, una de las ocasiones que recuerdo muy bien fue cuando en una de las sucursales en otras de las ciudades chilenas, la en ese entonces directora regional estaba siendo acusada por tres de sus colaboradoras por violencia laboral, y mientras se encontraban en un proceso conciliatorio administrativo, el director nacional, en una visita entró por la puerta trasera y fue llamando una a una a las colaboradoras para despedirlas, acusando que fue una decisión unilateral de la dirección general. Durante ese año, vi muchas despedidas de colaboradores que por acciones pasivas – agresivas les orillaban a renunciar. 

¿Jamás dije nada? Si, pero siempre se excusaban con que seguían el modelo jesuita y que quizá yo no estaba familiarizado. Y por supuesto que sacaba mis conocimientos eclesiásticos ganados a lo largo de los años de educación precisamente jesuita. 

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