El patriarcado ya vive dentro de nosotras
Por: Tania Santamaria
Es difícil aceptar que, sin importar quién seas, mientras seas mujer, el patriarcado ha impactado en ti. En cómo te ves a ti misma, cómo te relacionas con otros, la manera en que percibes a otras mujeres, la relación que tienes con tu cuerpo y con los mandatos establecidos que se te fueron imponiendo sin saber cómo o cuándo
O a lo mejor sí sabes. A lo mejor sí puedes darte cuenta de esos momentos en los que pensaste “ah, así es esto porque soy mujer” o “wow, el mundo es diferente para las mujeres que para los hombres”. Probablemente eras una niña o una adolescente cuando fuiste viendo las primeras pistas de la terrible verdad que existe en este mundo: las mujeres somos socializadas para vivir en función de otros. Se espera que cumplamos roles orientados al cuidado, al servicio y la reproducción.
Nuestro cuerpo, el cuerpo de las mujeres, se percibe como un medio. Para mí eso ha sido doloroso de aceptar. Piénsalo. Se usa el cuerpo como el objeto tangible en el que vive la opresión patriarcal. Ahí, en nuestra carne, es el espacio donde viven las violencias, donde se imponen los mandatos: ser mamá, cumplir con el rol sexual, ser bella, ser delgada, ser productiva, ser todo lo que quieren que seas pero tampoco demasiado porque eso también es peligroso.
Todos esos mensajes que vamos recibiendo constantemente, de manera directa o indirecta, por supuesto que van a tener un efecto sobre las mentes de las mujeres. Se van a construir dificultades compartidas y también van a impactar la manera en que nos relacionamos con nosotras mismas. Qué duro es reconocer que nos toca reparar los daños de partes de nosotras que se lastimaron por cosas fuera de nuestro control.
Desde los efectos que conlleva vivir violencia, ya sea física, psicológica o sexual, hasta la forma en que en ocasiones puedes hablarte a ti misma, y todo esto tiene algo en común: generalmente piensas que son cosas que deben esconderse. De hecho, la vergüenza y tener un autoconcepto negativo sí está asociado a la manera en que nos enseñan a ser mujeres, porque en realidad, en los ojos del patriarcado, nunca seremos suficiente. Siempre podremos ser más bonitas, más delgadas, con el cabello o la nariz de cierta forma. También siempre podremos modificar más partes de nosotras — visibles o no — porque en todo momento hay una mejor manera de ser mujer.
Qué rabia. Qué lata. Qué cansancio. La constante necesidad de estar peleando con nosotras, en verdad no creo que venga de nosotras mismas. Es más, puedo estar segura. Esa pelea, yo pienso, es de las victorias más dolorosas de este sistema. Es la manera tan clara en la que el enemigo se infiltra en nuestra mente y ya no tiene que pelear contra nosotras, porque somos nosotras mismas las que afilan el cuchillo y se preparan para la guerra, una guerra que sabemos que perderemos porque resulta que somos nuestras propias enemigas.
No me sorprende, honestamente. Es que, creo, no podría ser diferente. Dicen por ahí que una mentira dicha mil veces se vuelve verdad, y yo me cansé de contar las veces que me han llegado estos mensajes por los que, a la larga, en ocasiones he sido mi propia verduga. Estoy segura que es la historia de cada mujer, porque, ¿tú te imaginas qué pasaría si un día pudiéramos estar cómodas con nuestro cuerpo, con lo que somos? No lo digo a medias, o para que los demás lo vean, sino en el discurso privado, ese que solo tú conoces y en los momentos donde no hay máscaras o apariencias.
Para mí, la revolución en contra del sistema patriarcal comienza en cómo nos relacionamos con nosotras mismas, porque es ahí, en ese terreno privado, que resulta ser el más fangoso, donde podemos avanzar y ganar batallas significativas para luego reflejarlo a las otras. Siempre que una mujer aprende a estar cómoda consigo misma, en el aspecto que sea, ganamos todas. Ganamos porque una le enseña a las otras que, aunque es un camino difícil, sí se puede reconstruir la imagen y la relación