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El hijo olvidado: Muy entretenido y todo, pero no termina de encajar.

El hijo olvidado: Muy entretenido y todo, pero no termina de encajar.

Por: Celia Cruz Arce

Lo cierto es que el nombre de Mikel Santiago me llamó mucho la atención desde hace un tiempo. Empecé a ver sus novelas en las librerías y me impresionó que las editoriales lo describieran como una especie de heredero de John Katzenbach en la lengua española. Dejé de depositar mi confianza en la publicidad de las editoriales hace mucho tiempo, pero de vez en cuando me gana la curiosidad. Las etiquetas de “thriller psicológico” eran demasiado llamativas. Desde entonces, digamos que tenía esta cita pendiente con el autor vasco. El momento terminó llegando hace unas semanas. Escogí El hijo olvidado (2024), dado que no me apetecía iniciar una trilogía a principios de verano, sobre todo, de la pluma de un autor que en realidad no conocía. También se trata de su libro más reciente. Y para bien o para mal, me parece que no fue una elección desacertada. 

En la premisa nos encontramos con Aitor Orizaola, tanto en calidad de protagonista como de único narrador. Ori (así le llama todo el mundo) es un agente veterano de la Ertzaintza (policía autónoma del País Vasco). A sus cuarenta y siete años se siente en un declive personal y profesional. Es divorciado, padre de dos niñas y con una exesposa que ya ha rehecho su vida. Su última misión lo llevó al borde de la muerte y su compañera, por quien albergaba cierto enamoramiento, se va de “vacaciones” misteriosamente poco tiempo después de que Ori casi muriera –lo menciono de pasada, en realidad este dato no termina teniendo ninguna importancia en la trama. La cosa es que al pobre Ori no le está yendo muy bien. Para rematar, Asuntos Interiores está encima de él después de lo sucedido en su última misión, dado que Ori mató a tres (o dos, no me acuerdo) de “los malos” que habían ido a su apartamento para asesinarlo, razón por la que permaneció en el hospital seis meses. Con todo eso, la peor de las noticias se la da su hermana por teléfono, justo al inicio del libro. 

Su sobrino, Denis, acaba de ser acusado de un asesinato. Resulta que Denis viene siendo un personaje estelar en la vida de Ori. Su hermana, Mónica, fue una madre soltera y Ori asumió la figura paterna que Denis necesitó durante sus primeros años. Hasta que el mismo Ori formó su familia –ya deshecha en la actualidad– y tanto ello como su demandante trabajo de ertzaina lo alejaron por completo del pequeño Denis. Todas esas memorias, en conjunto con una repentina culpabilidad, salen a la luz con el detonante de la noticia del asesinato. Los agentes a cargo del caso sostienen que Denis, un vagabundo de la playa (o surfer) robó a un hombre y lo asesinó. Encontraron el dinero en su furgoneta y hay un testigo por el que se sostiene el asesinato a sangre fría. En las siguientes horas empiezan a surgir más pruebas en contra de Denis, hasta que finalmente lo trasladan a la cárcel en espera de un juicio. 

Hasta ahí, Mikel Santiago abre una premisa extensa pero digerible, que, dependiendo del lector, puede atraparlo en el acto o ahuyentarlo. En mi caso, decidí quedarme. No por la narrativa de Santiago, eso quiero aclararlo desde ya. En lugar de estar leyendo a un veterano de la policía, supuestamente toda una leyenda de la Ertzaintza (que no para de recordárselo al lector, por cierto), a veces me daba la impresión de encontrarme ante un adolescente algo narcisista, quizá demasiado obsesionado con su aspecto físico y, sin duda, más impulsivo que perspicaz. Pero sí, digamos que de entrada la historia se sostiene y uno quiere enterarse de cómo va a terminar el caso de Denis, incluso llegando a desarrollar unas tempranas teorías a partir de los datos que nos proporcionan de bienvenida. Porque si algo hace bien Mikel Santiago es sembrar una semilla que nunca falla: está claro que hay una confabulación detrás de este caso, que se arma prácticamente solo y en el aire. 

Desde luego, Ori es el primero en darse cuenta y es aquí donde empezamos a poner a prueba la sostenibilidad de la novela, mucho más teniendo en cuenta la complicación de que Ori se encuentra de licencia, y más allá de eso, es familia directa del acusado. O sea, que no puede intervenir de ninguna manera en la investigación, al menos no oficialmente. De modo que lo vemos desplegar su arsenal de artimañas, contactos, habilidades y conocimientos adquiridos en sus años como “poli”, al puro estilo de Liam Neeson en Taken. Y a eso quiero llegar. Se nos vende a un personaje que pretende ser un Sherlock Holmes moderno; una mente aguda al estilo de Lincoln Rhyme (de El coleccionista de huesos), con toques de algún personaje de acción de Dwayne Johnson. Un súper hombre, pues. Cuando en la realidad, no toma las decisiones más inteligentes y todos los progresos en su investigación extraoficial son más producto de la mágica coincidencia de la ficción que por el ingenio de Ori. 

En referencia al entorno de Ori, vemos deambular a varios personajes en la historia, aunque no conseguimos conocer a fondo a ninguno. Esto me da mucha lástima, dado que hay algunos nombres bastante prometedores, cuyo aumento en su participación no le hubiera hecho daño a nadie. Por otro lado, las subtramas se nos dejan caer una sobre otra, casi sin tiempo para asimilarlas del todo, y el reto de intentar conectarlas por cuenta propia es suficiente para seguir leyendo, a pesar de las fallas en el protagonista. Las piezas del rompecabezas saltan por los aires una y otra vez. Ori, en lugar de avanzar, parece estarse metiendo en más y más problemas. Unas cuantas memorias y momentos emotivos para resaltar el papel de la familia en la historia. Y listo. Llegamos a ese excitante punto donde hay más preguntas que respuestas, el recurso más rápido para amarrar al lector de una vez por todas. El problema es que apenas vamos por poco más de la mitad de la novela (de más de quinientas páginas, que en formato Kindle se hacen un poco eternas a veces) y, al menos en mi caso, la excitación se tornó fácilmente en exasperación. 

Digamos que es una historia rebosante en encrucijadas. Entretenida, sí, pero que pudo haberse ahorrado unas cuantas páginas, o, mejor aún, haberlas empleado con un propósito más congruente, valiéndose de una organización equilibrada entre la trama y las subtramas. Y es que creo que hay un exceso de elementos que no terminan de tener sentido o de encajar como deberían. Está el caso de Denis –que constituye el corazón de la novela– y su correspondiente desarrollo, con otros casos de asesinatos y suicidios que se van conectando. Pero también tenemos la vida familiar fallida de Ori, que oscila entre una subtrama forzada y un elemento pobremente ejecutado. Su historia con la excompañera que se fue de vacaciones y se le aparece en sueños para advertirle sobre cosas que al final no cumplen con ningún fin. La faceta de músico de Ori. El romance casi adolescente que inicia con otro personaje que parece clave. Y luego, vamos de vuelta con la relación entre Ori y Denis, que pudo –y debió– haber tenido muchísimo más protagonismo, dado que el título del libro hace alusión a ese “hijo” del que Ori se olvidó. 

A decir verdad, me pasa algo muy curioso con este libro, que me sucede cada vez con más frecuencia en lo referente a algunos autores emergentes, y esa es la razón por la que lo recomendaría: El hijo olvidado se siente como una novela para principiantes. Cumple con el objetivo primordial de toda novela, que es entretener al lector. De hecho, va un poco más allá, puesto que intenta jugar con los razonamientos y teorías conspiratorias de su audiencia, casi como un thriller psicológico (que no es). Eso sí, el pecado más mortal de Mikel Santiago, en mi opinión, es haber evocado tantas expectativas y haber sacudido el rompecabezas demasiadas veces, para al final decirnos que lo importante para Ori era recuperar su relación con Denis y ya está. Que sí, es obvio que la inocencia o culpabilidad de Denis era el móvil para que Ori se permitiera ir con todo. ¿Pero dejar en el aire La Gran Conspiración? Habrá gente que lo vea como un final abierto, incluso con vistas a una precuela. De ser así, se me figuraría como la única razón para cerrar de una forma tan floja una historia que, a pesar de sus debilidades, peleó duro por mantener a su lector pegado de principio a fin. 

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