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El Día Que Ellos Llegaron

El Día Que Ellos Llegaron

Por: Alexander Antonio Chávez Esquivel

Apenas y abría los parpados después de días sumergida en mi océano de lágrimas  y en mi bosque aciago de penumbras y dolor irremediable, cuando los vi llegar sin gran afán, decrépitos, desilusionados, con paso lento y temeroso, sus dos pares de ojos delataban el miedo que se tiene cuando te das cuenta que todo está acabado, pero no, nunca se acabó su historia, ni la nuestra, pues no valimos lo suficiente como humanos, siempre fuimos perros callejeros con las vísceras esparcidas por la carretera, mientras nuestro fatídico error de no saber elegir, nos pasaba encima, una y otra vez. Se llegó el momento donde los encausaron, se podía apreciar sus miradas incomodas con el esófago transitado y el tic nervioso de su mano derecha, mientras a gritos les repetían sus viles actos, pero de ahí no pasó a más, al final se sintieron omnipotentes, dieron la vuelta y no dijeron ni adiós, pero si un hasta pronto que al instante trajo consigo más sangre y sueños rotos, así que me levanté, apagué el televisor de un suspiro, tomé un baño con lágrimas y sin decirle a nadie corrí al cementerio y horas después salí desesperada empapada en llanto a navegar el mundo hacia el norte, si volver a ver hacia atrás, no tenía otra salida.         

Nunca nadie supo cuando vine, nadie me esperaba, tampoco nadie sabe en donde estoy, nadie sabe como me encuentro, solo saben que un día salí de casa, creo que no se preguntaron el por que me vine, pero miles vivíamos queriendo morir en vida, si es que ya no estábamos muriendo, hoy solo puedo ver y escuchar de lejos que la sepultura está lista y los sepultureros preparados, por eso no regreso, porque nadie sueña en un lugar donde soñar con libertad está prohibido, pues arrastramos las cadenas de acero de la triste y repetitiva historia que nos condena con cierta delicadeza y dureza, y nos ata a las piedras mortales de la ignorancia, que pecado estaríamos pagando.

En el camino me di cuenta que dentro de mi crecían millones de razones para superarme, por él y por mí, por eso estoy aquí, aunque pase desapercibida por tanta gente diferente a la de allá donde yo nací y me crie, pero es mejor así, ser un animalito raro ante los juzgadores ojos de gente tan extraña. Ahora vivo en un lugar donde no soy la sombra ni de lo que era allá de donde soy, allá era luz en la sombra, aquí soy luz entre cuatro angostas y tristes paredes blancas, sobreviviendo con cualquier cosa y ante cualquier circunstancia.

Ya son dos años desde el día que partí en un camino abierto sin ilusiones, solo quería escapar de mis emociones y hoy extraño el mayo bañado en agua, el octubre inundado, la pulcritud de la luna de diciembre, las ventoleras de enero y el marzo azotado por los rayos del sol más violento y feroz que año con año enseña la lección que se sigue sin aprender. Extraño el sonoro pregón del forastero vendedor que se pierde con el ocaso puesto en el firmamento, extraño la comida, la bebida, extraño la noche, el día, la mañana y la tarde, extraño al padre que nunca conocí y la madre que no tuve debido a su arduo trabajo, extraño el consejo pícaro de la abuela sentada en la mecedora, extraño mi tierra y aunque vaya a ser aquí donde muera, moriré con la ilusión de que me lleven de regreso y me entierren junto él.

Murió como los otros pidiendo y buscando a gritos lo que los sordos no querían escuchar y lo que los ciegos no querían ver. Él era el rey de mis sueños y yo la reina de sus pensamientos, cuando era verano éramos sol caliente de medio día y cuando era invierno éramos torrencial de agua arrasador de cualquier cosa, fuimos Margaritas de mañana cuando el sol apenas despierta y luciérnagas en la oscuridad de la noche. Todavía lo recuerdo ahí casi dormido con el cuello envuelto por gasas embriagadas de su espesa y roja sangre, sus ojos moribundos entre abiertos y  cerrados, después de un rato vi sus labios morados que hacían juego con el color del ataúd donde dormía, se que quería despertar, pero no tuvo la suficiente fuerza para volver abrir sus agotadas pupilas y un tipo de los nuestros hizo que su bandera lo abrazara, como a los otros que murieron sin pena ni gloria, y ahora lloro, porque termino recordando aquel beso afanoso antes de que pusieran la tapa en aquel maldito ataúd, lo dejaran caer al fondo del abismo perturbando su eterno silencio con las paladas de tierra y cantaran mil himnos, mas millones de consignas en su nombre, pero eso no lo revivió, ni a él, ni a los otros.

Y ahora estoy aquí, cargando en mis brazos el resultado de nuestros actos en la noche de su cumpleaños, diez días antes de su muerte, recuerdo el angelical tacto de sus escurridizas y rasposas manos dentro de mi húmeda y vacía ropa interior, recuerdo sus besos con sabor a todo, recuerdo los retumbos de a mil revoluciones por segundo de su enorme corazón, recuerdo la fuerza de sus brazos a la altura de mis hombros, el arriba jadeando y yo abajo gimiendo con tal excitación que conocí el edén de los pecados con los ojos cerrados, éramos  uno solo y ahora odio que me dijera a respiros entre cortados debido al cansancio,  que nunca se iría de mi lado, mas no sabía que se iría sin cumplir su promesa gracias a la lúgubre bala que atravesó el cuello que solía besar aquella noche en nuestra intimidad. Solo quise morir a su lado, pero llegué muy tarde a la repartición de balas, por eso me vine, porque no podía salir del camposanto llorando al pie de su tumba, echada sobre los pétalos de las flores y rosas funestas, no lograba entender la idea de vivir sin escucharlo decir mi nombre con su voz ronca, ver la sonrisa coqueta que aquel junio me conquisto en el pasillo más transitado de lo que fuera nuestra casa de estudios, hoy solo es una escuelita de adoctrinamiento, no quería existir en un mundo donde el no existiera, no quería vivir de recuerdos, como lo estoy viviendo ahora, porque él era algo más que mi novio, ya era mi hombre y yo su mujer, su niña como prefería decirme cuando estábamos a solas, ahora cargo en brazos el mejor recuerdo que tengo de él, su hijo, su sangre, sus mismos ojos, su mismo rostro.

Es julio y lo traigo a divertirse en tanta algarabía, mientras trato de distraer mis pensamientos viendo hacia el iluminado cielo con tanta cosa que solo aquí vine a descubrir, allá no pasamos de cuetes y bombas. Estaba acostumbrada a la brisa del orgulloso septiembre vestido con azules y blancos y ambientado con la música de fondo de las bandas rítmicas ruidosas, pero ahora vivo en julio y moriré aquí, porque los restos que quedaban de mí, vinieron a renacer en miles de dificultades, en cienes de miles de kilómetros caminados, bajo el sol imponente, el rio fúnebre y la tierra caliente del desierto más desconsolador. Todo es diferente, pero aun los extraño a todos, aquí sigo siendo nueva y allá de donde vengo morí el día que ellos llegaron.     

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