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El callejón

El callejón

Por: Alieska Pérez

Mientras Alejandra salía de la universidad un sentimiento de incomodidad se apoderaba de su cuerpo, trataba de no pensar en ello, pero en el fondo sabía a qué se debía este miedo. Eran las seis de la tarde y la oscuridad comenzaba a besar sus pasos. De manera apresurada se dirigió a la parada del bus esperando llegar lo más pronto a su hogar.

Era una hora terrible para tomar el transporte público, la gente iba casi colgada en las ventanas y las carreteras estaban repletas de vehículos. Sin embargo, Alejandra seguía con la esperanza de no demorar más el regreso a casa, para no sufrir por la falta de luz. 

Su viaje comenzó en una ruta repleta de estudiantes y trabajadores, con sudor, gritos y quejas por doquier. Ella, en medio del tumulto trataba de mantener la calma, al menos en ese lugar se sentía segura. Aunque ese pensamiento le duró muy poco, ya que un hombre comenzó a verla y a intentar entablar una conversación con ella.

-Qué linda que estás- dijo el hombre con una voz mal intencionada.

Alejandra se limitó a ignorarlo

-Tan bonita que sos y enojona.

Ella con incomodidad se movió y logró que el sujeto la dejara de molestar. Pensó que a pesar de que este tipo de cosas le podían pasar, al menos las personas que iban en el bus podían escuchar y ayudarla.

Ese no era su miedo, esa no era la razón por la que cada tarde salía aterrada de sus clases. Era lo que pasaba después que se bajaba de la ruta y empezaba a caminar. Cada noche llegaba a su parada a eso de las siete. Y después del faro de luz con una iluminación casi inexistente no había más claridad, ni más casas, no había nada más que un lóbrego callejón.

Cada vez que pasaba por allí sentía que la respiración se le cortaba, se giraba a ver para todos lados cada cierto tiempo. Los latidos de su corazón los escuchaba como fuertes tambores y el pensamiento constante de que un hombre le podía hacer algo la acompañaba hasta la puerta de la vivienda.

Esa noche no fue la excepción, se bajó del bus y se puso sus llaves entre los dedos, con la esperanza de que si la atacaban al menos intentaría defenderse. Vio un momento el callejón que se extendía a lo largo de dos cuadras, tomó aire profundamente y comenzó su camino. El miedo invadió su cuerpo inmediatamente, pero trató de que eso la impulsara a caminar más rápido. No se escuchaba nada más que unos chiflidos de un joven que a la vez le gritaba “lo rica que estaba” en la distancia. Con cada paso que daba movía su cabeza hacia atrás para ver si no la venía siguiendo.

Cuando terminó la primera cuadra se dio cuenta que alguien venía atrás. Trató de mantener la calma y pensar que era una coincidencia, pero la persona le empezó a hablar:

-¿Qué hace alguien tan bonita por estas calles tan solas?

Alejandra calló en parte porque no quería responder y en parte porque el miedo la paralizó.

-¿Para dónde vas, amor?

Ella comenzó a caminar más rápido.

-¿No queres que te acompañe? Ahorita si otro hombre te encuentra no sabes lo que es capaz de hacerte, viéndote cómo andas, no se aguanta las ganas.

La joven estaba a punto de empezar a llorar, pero el miedo y repulsión que le generó esta voz la impulsó a comenzar a correr.

-Para dónde vas amor, si no te voy a hacer nada.

Alejandra corrió con todas sus fuerzas. Cerca de su casa las luces de sus vecinos comenzaron a verse. Tomó sus llaves a toda prisa y abrió su puerta, entró, se asomó y vio que no había rastro del hombre. Pudo respirar más tranquila, pero comenzó a pensar en que cada día tenía que pasar por el tormento de ese lugar. Una duda en su mente cayó y en voz alta dijo: ¿Y si la próxima la que no regresa a casa soy yo?

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