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Caminata

Caminata

Por: Scarlette Orozco López

Soy contracorriente, pero estoy al borde de tirar la toalla con mi caminata diaria por el parque. No soy muy activa, ni deportista, no es de mi interés; pero este último año asumí un compromiso con mi salud, la menopausia me acompaña como mi sombra y los especialistas recomiendan mantenerse activa. Desde entonces me propuse salir a darle seis vueltas al parque. Cada día es un sinvivir: lo que se suponía debía de ser una simple ‘caminadita’, se transforma en carrera de obstáculos con cada plasta de mierda de perro dejada por los dueños paseadores que sacan a sus adorables mascotas a cagar al parque, dejando la zona minada, son incapaces de recoger los restos (no sé quién es el animal). O bien me toca también cubrirme la cara para que los olores del basurero clandestino que han montado no me ahoguen. Esto me recuerda que es en ese parque donde por primera vez conocí los «árboles de pizza», un espécimen lugareño que tiene cajas de pizza como follaje. Para rematar, no alcanzo a cumplir con mi meta diaria, ya que los visitantes ajenos al barrio llegan a montar sus reuniones sociales en las bancas, junto con sus vicios llenan el ambiente de insoportables ruidos, humo (no solo cigarro) y alcohol. Eso atosiga mi pecho, también todas las palabras que me gustaría gritarles, pero que me las guardo por mi propia seguridad. Regreso obligado al refugio de las cuatro paredes donde habito y donde los síntomas de la menopausia se adueñarán de mí, transformándose en mi única compañía.

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