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La mujer nicaragüense en el activismo ambiental: una visión del pasado, presente y futuro

La mujer nicaragüense en el activismo ambiental: una visión del pasado, presente y futuro

Por: María Elena Salgado.

Quizás antes de 2018 muchos no estábamos familiarizados con el término “activismo” y no conocíamos que además del voto, había otros mecanismos de participación ciudadana, que no necesariamente estaban ligados a la política partidaria. Desde que comencé a trabajar en las temáticas ambientales, tuvieron que pasar más de 8 años para darme cuenta que yo también estaba ejerciéndolo desde mi campo, y por eso hoy concibo al activismo como toda acción desarrollada por ciudadanos individuales u organizados, encaminada a crear una transformación en cualquier ámbito de índole ambiental, social o político. Esto me llevó a hacer una retrospectiva del importante papel de las mujeres en estos espacios, y hoy que hablamos de una Nueva Nicaragua —una denominación un tanto ambigua— conviene reconocer nuestra participación como algo fundamental y necesario en la protección de los recursos naturales.

La vinculación de la mujer con el ambiente ha sido documentada en diversos estudios en donde se ha encontrado una mayor tendencia de las mismas a mostrar preocupación por el tema y desarrollar comportamientos ecológicos, esto debido a que lo relacionan con el bienestar de su familia y comunidad. Aunque hay otros estudios que lo refutan, en los entornos donde me he movido, tanto mi carrera en ciencias ambientales como voluntariados, he percibido una notoria participación femenina en comparación con la masculina. Creo que este involucramiento debe variar en cada parte del territorio y será necesario hacer una investigación en algún momento, sin embargo, no se puede negar que muchas mujeres han sido las precursoras de cambios ambientales en la nación.

Para poder hacer una cronología apegada a la historia, se debe tomar como punto de partida el surgimiento de los movimientos de mujeres en nuestro país, los cuales según el estudio desarrollado por Sarah Moberg en 2005 titulado “El Movimiento de Mujeres y el Estado Nicaragüense: La Lucha por la Autonomía”, datan desde los 50s y 60; si bien muchos de estos estaban bajo la influencia de la dictadura somocista, en 1957 un grupo de sufragistas, de clase media y alta, logró adquirir este derecho para las mujeres nicaragüenses. Pero fue hasta los 70s que surge una organización popular de mujeres dentro de la estructura del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Luego del triunfo del pueblo nicaragüense en 1979, estas organizaciones atraviesan una segunda etapa en donde se buscaba autonomía, y la restitución de derechos reproductivos y políticos. Pero el nuevo conflicto socio político suscitado después del triunfo del 79, crea nuevamente fracciones entre estos grupos de mujeres. Y una tercera ola se avecinaba con la transición de gobierno de los 90s, y es así cuando en 1992 se realizó el Primer Encuentro Nacional de Mujeres “Unidad en la Diversidad” en donde se incluyeron temas diversos como violencia, salud, educación, cultura, y medio ambiente.

Todos estos antecedentes fueron los predecesores para instaurar un pensamiento más holístico en nosotras y ayudaron a reconocer nuestro rol como actoras sociales de cambio. Esto no quiere decir que el camino a recorrer sería una tarea sencilla, ya que lo que venía los años siguientes fue una estampida de represión y la instauración de una nueva dictadura hostil con los movimientos feministas.

En los años 2000, las luchas sociales adquirieron otro tono ya que había problemas ambientales con los cuales lidiar luego de pasar por tantos cambios políticos. Uno de los casos más trágicos fue el del Nemagón, que, aunque la primera marcha fue en 1999, cobró visibilidad en 2005 cuando campesinos trabajadores del banano, piña, algodón y caña de azúcar se apostaron en un campamento frente a la Asamblea Nacional reclamando por las afectaciones que les causó la exposición a este pesticida. No solo el daño ambiental fue una de las consecuencias más significativas, sino también las pérdidas humanas, enfermedades y efectos en la fertilidad. En el artículo “Tras los rostros de la lucha bananera en Nicaragua” elaborado en 2012 por Cándida Gómez, se destaca que la lucha del campesinado fue tanto de hombres como de mujeres, pero que los litigios incluyeron únicamente a hombres afectados por esterilidad; las mujeres no fueron sujetas a ningún tratamiento, ni fueron incluidas en las demandas.

En Julio del 2012, se publica la Ley 800 del Régimen Jurídico del Gran Canal Interoceánico de Nicaragua (GCIN) y de Creación de la Autoridad de El Gran Canal Interoceánico de Nicaragua, y en 2014 se establece que la ruta del canal sería a través del Lago Cocibolca. Este proyecto supondría el desplazamiento de por lo menos 7 000 familias en el Pacífico y unas 5 000 en Caribe (Confidencial, 2015). Y es acá donde surge una de las figuras más representativas de la lucha por la defensa de los territorios y la naturaleza: Francisca Ramírez, conocida popularmente como Doña Chica, campesina oriunda de Nueva Guinea. Ramírez junto con miles de campesinos y campesinas realizaron un total de 90 marchas por todo el territorio, y muchas de estas fueron reprimidas con crudeza, sumado a los atentados y detenciones que recibieron los dirigentes del movimiento. Cabe destacar que, en 2017, Doña Chica brindó una entrevista al Mongabay Latam, en donde no se definía a priori como una ambientalista romántica, pero si, a raíz de la lucha por los territorios se dio cuenta de la importancia de proteger los recursos naturales que son parte de su día a día en las labores del campo.

En cierta medida, sentí que dejamos luchar solos a los campesinos en aquel momento porque aún vivíamos en la apatía y resignación de estar sometidos a un partido de gobierno absolutista, pero en 2018 la historia sería muy diferente. El 3 de abril de ese año se anuncia el inicio de un incendio en la reserva de Indio Maíz, y luego de una semana sin respuesta gubernamental, un grupo de estudiantes convoca al primer plantón el 10 de abril frente a las instalaciones de la Universidad Centroamericana. Esta historia ya es conocida por todos, pero algo que quiero que siempre recordemos son estos dos nombres: Eloisa Altamirano y Madelaine Caracas, las mujeres que yo vi en primera fila ante este nuevo estallido. Una de las imágenes que quedó en mi memoria fue la de Eloisa sobre un camioncito gritando consignas, cuando detrás había un tumulto de policías furiosos replegándonos cual delincuentes, o a Madelaine enfrentando sin titubeos al diputado Edwin Castro, dizque ambientalista, pero uno de los primeros encubridores del ecocidio de 2018.

A partir de esa fecha, el activismo ambiental también ha sido considerado como una forma de “desestabilización” ya que fue el detonante de una oportunidad de cambio que se veía perdida. Hay muchos grupos juveniles que de manera independiente están trabajando por las causas ambientales, y también los colectivos feministas actuales han comenzado a traer a la mesa términos como “eco feminismo”, logrando así que las mujeres vinculen más la lucha por sus derechos con la lucha por la protección de la naturaleza.

El activismo ambiental de las mujeres se ve manifestado tanto en la zona rural como en la ciudad, porque hemos entendido que el cambio climático nos afecta directamente debido a las desigualdades de género; desde la niña que tiene que recorrer grandes distancias en las zonas rurales para suplir de agua a su familia, hasta la mujer que quiere abrirse paso en las ciencias e ingeniería, consideradas por muchos años como profesiones masculinas. Y referente a esto, una de las iniciativas que quiero destacar es la labor de las mujeres de la comunidad Santa Julia. En 2019, Onda Local dio a conocer los esfuerzos de la Cooperativa Agrícola Gloria Quintanilla, un grupo de comunitarias que está luchando contra el despale ilegal en El Crucero, una de las zonas de recarga hídrica más importantes para los capitalinos. El esfuerzo de la mujer por preservar los recursos naturales se va convirtiendo de a poco en un patrón en muchas comunidades rurales del país, ya que ellas han hallado en la biósfera el sostén para sus familias.

Sin duda, todos los nicaragüenses necesitamos de una verdadera nueva Nicaragua y pensar a largo plazo solo nos hace externar nuestros deseos, porque el futuro es lo más incierto que tenemos hasta ahora. Las mujeres ejerciendo el activismo ambiental estamos tratando de forjar un camino con menos obstáculos de los que nos encontramos nosotras, y queremos dejarles a las siguientes generaciones un país más sano, más verde, más limpio, más equitativo y más justo.

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