Un sueño de azul y blanco
Por: Gabriel Trejo
Mirando hacia el cielo, me di cuenta de lo hermoso que es mi país, lo bellos que son sus paisajes, sus monumentos y su gente. Observé a mi alrededor y noté que mis vecinos eran igual de hermosos que nosotros. Me percaté de que somos relativos, fuimos uno alguna vez y que ninguna palabra podía describir nuestra belleza, nuestro poder, nuestra simbología.
Entonces, me pregunté qué nos unía. ¿Acaso era nuestra dorada sangre, nuestros majestuosos ríos o la independencia que luchamos hace doscientos dos años? Me dije a mí misma: «Tal vez son nuestras costumbres, que, a pesar de habernos dividido en pedazos, seguimos pareciendo uno solo», y pensé en nuestra voz, cómo resuena en todos los rincones con un mismo acento, con un mismo propósito y sueño. Centroamérica no es una región cualquiera; es un punto de maravillas, con gente luchadora y bellezas inolvidables.
A pesar de que nunca ha sido fácil, hemos luchado contra todo como guerreros. Nos hemos mantenido unidos para expulsar las desgracias que nuestras tierras han tenido y, victoriosos, hemos construido grandes ciudades con un gran desarrollo. Ciudades que brillan ante la oscuridad e iluminan el camino hacia la verdad y la justicia.
Hemos cuidado nuestros campos y en ellos, protegido su vida haciéndola destacar entre muchos, para que estas no queden atrás y sean parte de nuestra nacionalidad.
Si todos entendiéramos que nunca dejamos de ser uno, podríamos comprender que tampoco quisimos dejar de serlo. Seríamos capaces de alcanzar las estrellas y nombrar cada una como nuestros ancestros. Seríamos capaces de tocar lo más bajo de este planeta y tener en placas de diamante el nombre de nuestros pueblos.
Y si algún día esto ocurriese, seré feliz de saber que alguna vez lo supe y que seré la primera en ver cómo mi sueño florece en un hermoso color azul y blanco, mientras el cielo ruge con fervor por el nuevo comienzo que algún día se dejó de lado, pero nunca se terminó.