Siendo adulto autista y lidiando con un diagnóstico de depresión y ansiedad
Por: María Angélica Almendárez
Motivada por los libros que leía y los programas de televisión que disfrutaba, en los que los personajes, a pesar de ser marginados por ser diferentes (sentimiento con el que me identificaba), me hacían descubrir en ellos a personas que se esforzaban para poder contribuir a la conservación de animales en peligro de extinción o decidieron desafiar a la mediocridad e intentar mejorar el mundo, mundo en el cual no encajaban, pero compartían con el resto de los seres vivos, de esta manera fui dedicando mi vida a defender mis ideales, mis convicciones, basados en una lucha constante contra los obstáculos de vivir en un país como Nicaragua.
Desde pequeña he tenido problemas para relacionarme con las personas. A los once años gracias a mi desempeño académico y debido a mi precaria situación económica obtuve una beca de Mentores Solidarios de la Fundación Violeta Barrios de Chamorro. Crecí en una familia monoparental luego de que mi padre nos abandonara. Mi madre, mis dos hermanos menores y mi abuela materna vivimos en una pequeña casa que era propiedad de mi abuelo. El único ingreso que tenemos es una pequeña tienda de abarrotes familiar ubicada en la entrada principal de nuestra casa. La única manera de acceder a una educación superior a la del resto del sistema público era y es hasta ahora a través de becas. Al entrar a secundaria se volvieron más evidentes, sufrí acoso escolar. Desde comer en el baño porque sentía miedo de estar en el recreo junto a mis compañeros de clase, hasta ser golpeada en el suelo por la mayoría de mi salón de clases.
Durante la secundaria lidié no solo con las dificultades de no poder poseer una computadora, internet, o comprar todos los materiales y libros que necesitaba, sino que también ser becada fue convertirme en un blanco fácil de atacar, física y verbalmente, acoso escolar que perduró a pesar de pedir ayuda a las autoridades. Asistir a clases se había convertido en una pesadilla, regresaba a casa llorando y deseando desistir de ir de nuevo.
En el año 2014 tuve un terrible accidente luego de que regresaba a mi casa de clases de inglés en bicicleta. Como consecuencias tuve fracturas en cuatro de mis dientes frontales, perdí parte de mi lengua y del labio superior y tenía quemaduras de fricción en toda la cara y cuerpo. Una semana después de éste y ante la negativa del colegio de otorgarme una prórroga tuve que verme obligada a realizar mis exámenes bisemestrales en estas condiciones y sin previo estudio, lamentablemente luego se convertiría en uno de mis mayores problemas, ya que tuve que renunciar a las oportunidades de becas universitarias que podía obtener debido a la disminución de mi promedio académico (sumado a una injusticia de parte de las autoridades cuando en 2015, a pesar de representar al colegio en las olimpiadas de Lengua y Literatura, de Oratoria de Historia y de Declamación y de tener un buen desempeño, el tiempo ausente de clases, pero invertido en la Biblioteca hizo que mis notas disminuyeran).
A los 14 años comenzaron mis crisis depresivas, con una autoestima casi inexistente. Mis días se resumieron en ese tiempo a un encierro total en mi habitación. Con un nulo deseo de mejorar, bañándome cada dos o tres días y en ocasiones comiendo casi nada y sufriendo mis primeros intentos de suicidio, como desear ahorcarme.
Al entrar a la universidad deseando encajar o minimizar un poco los efectos agotadores de mis trastornos del sueño, como el insomnio y no poder descansar por mis pesadillas, adopté hábitos de consumo destructivos y comencé a tomar, fumar y comer en exceso, lo que dañó mis relaciones de amistad y familiares y de igual manera, perjudicó mi desempeño académico en la universidad, a tal punto de ser una estudiante mediocre e irresponsable.
En el año 2018 tuve que sufrir la devastadora experiencia de la crisis sociopolítica de Nicaragua, el abandono de mis estudios, el exilio y la completa soledad. Lejos de mi familia las crisis de ansiedad y depresivas empeoraban, a tal punto de tener pensamientos suicidas, abonados por mis trastornos de sueño que iban desde insomnio hasta sonambulismo.
Finalmente, el 09 de mayo de 2019 salí de Panamá aspirando llegar a Nicaragua. Las últimas semanas tras mi ingreso por puntos ciegos al país fueron angustiosas, el acoso policial y de las turbas del régimen no se ha detenido. Mientras corría, motocicletas me amenazaban y me rodeaban. En una ocasión simpatizantes del régimen grabaron mi rostro mientras me mostraban una bandera del FSLN y me amenazaban de muerte, haciendo énfasis en que la “rojinegra” era su bandera, más tarde otra motocicleta me persiguió señalándome y diciéndome que iba a morir. Minutos después mientras regresaba a mi hogar, una patrulla me buscaba en el centro de la ciudad, otra motocicleta con dos hombres se paró ante mí, los pude grabar brevemente, al terminar la grabación, apareció otra motocicleta y realizaron un disparo de advertencia.
Paulatinamente recuperé un poco de salud. Empecé a ejercitar sin cesar, corría 5 kilómetros a diario, iba al gimnasio dos horas, hacia senderismo y trabajaba como guía turística. La cuarentena por el coronavirus detuvo mi rutina.
Como autista mi estado de ánimo puede verse afectado por el cambio de planes y de rutinas, lo que conduce a episodios depresivos. Puede ser realmente difícil de entender si los sentimientos y pensamientos provienen de lo sensorial o de las afecciones mentales. El enmascaramiento durante largos períodos de tiempo puede conducir a una baja autoestima, pensamientos no deseados y muchas crisis. El estrés puede causar sobrestimulación, agotamiento y disociación.
En mayo del 2020 cambié de trabajo. Comencé a realizar mis tareas de manera sobresaliente. Las personas con autismo prestan mucha más atención a los detalles. Podemos tener una memoria mucho mejor que las personas «neurotípicas» para todo tipo de pequeños detalles, yo por ejemplo puedo memorizar lo que leo y aprender rápidamente completamente sola. Pero debido a mi obsesión con mis intereses restringidos me vi sumergida en una posición sumisa donde fui explotada. Llegué a trabajar de 06.00 a. m. a 2:00 a. m. con una condición de salud deplorable y sin beneficio alguno. Sumado a tener que lidiar con el acoso o “bullying” de una compañera de trabajo. Llegué a tal punto de sufrir que caí en la peor crisis de mi vida.
Tenía hemorragias menstruales semanales, ataques de pánico que disminuyeron mi calidad de vida, migrañas, ataques de ansiedad. Algunos ataques eran tan violentos que no podía controlarme. Me privaba de sueño, de agua y de alimento.
Los deseos suicidas se acrecentaron. En un primer intento suicida, deseaba ahorcarme, en el segundo intento hui hacia el mar pretendiendo ahogarme. En el mar unos niños intervinieron, ayudándome a regresar a casa. Cada día las cosas empeoraban más. Tenía terapia semanal, fui remitida a un psiquiatra y comencé con medicación. Mi relación se volvió una pesadilla que significaba una carga más con la que ya no podía lidiar: mermó mi autoestima, me volvió una persona totalmente sumisa. Las consecuencias que sufría, me llevó incluso a realizar un encefalograma pues físicamente no era ni siquiera capaz de controlar mis manos.
Fui diagnosticada como autista con episodios y cuadros clínicos depresivos y de ansiedad. Es vivir con: ansiedad, nerviosismo o inquietud. Lentitud al razonar, hablar y realizar movimientos corporales. Sentimientos de inutilidad o culpa, fijación en fracasos del pasado o sentimiento de culpa por cosas de las que no eres responsable. Dificultad para pensar, concentrarse, tomar decisiones y recordar cosas.
El 09 de mayo, experimenté mi tercer intento suicida. Ya no soportaba el dolor corporal, la taquicardia, el dolor en el pecho y los ataques de pánico. Luego de una discusión con mi pareja. Quedé completamente sola y tomé toda mi medicación. Perdí el conocimiento y estuve en coma. Tuvieron que hacerme un lavado gástrico y esperar por una respuesta positiva a la medicación. . Estuve internada en el hospital alrededor de una semana. Tras recuperar el conocimiento me remitieron a un psiquiatra del hospital público.
Al ser dada de alta y volver a casa me advirtieron con la posibilidad de ser internada en un hospital psiquiátrico debido al alto peligro que significaba para mí misma. El 18 de mayo debido a esta situación fui despedida de mi trabajo, sin mediar palabras. Ese mismo día mi expareja me dio a conocer la noticia y dio por terminada nuestra relación, vino a dejar todas mis cosas. Me abandonó cuando más lo necesité.
Ya no pude continuar pagando ni mi medicación, ni el psiquiatra ni mis terapias. En ese momento mi psicoterapeuta decidió no abandonarme y continuó aceptando verme sin cobrarme debido a su real preocupación por mi bienestar. Mi familia me apoyó incondicionalmente y mis amigos permanecieron junto a mí.
La lucha por sobrevivir es latente. Un suicida sobrevive. A diario se escapa de no caer en otra crisis suicida. La situación económica hasta el día de hoy limita mi acceso a un psiquiatra que atienda mi enfermedad de manera acertada. Voy una vez al mes al centro de salud, donde mis citas duran cerca de dos minutos, sin interés alguno en mi bienestar, debido a la gran cantidad de pacientes. La medicación no es suficiente o apropiada.
Como yo, muchos, no tienen acceso a una calidad de vida deseada. Se nos limita las posibilidades de tener un trabajo estable, no podemos hablar sobre nuestros padecimientos sin ser juzgados y culpados. Nuestras relaciones amorosas fracasan puesto que normalmente terminamos junto a personas narcisistas. Por eso la depresión va minando el estado de ánimo y va provocando que todo parezca imposible, como si para cada cosa se necesitara hacer un sobreesfuerzo. Es habitual sentir que no hay esperanza y que se está inmerso en la oscuridad o que uno es culpable de su situación y que nada va a cambiar. Si la depresión no se trata, estas dificultades pueden acabar limitando de manera importante la vida de la persona e ir agravándose con el tiempo. A medida que la persona deja de hacer cosas y se aísla, el estado de ánimo empeora y cada vez es más complicado romper los hábitos adquiridos que mantienen la depresión. as. Los síntomas de nuestras enfermedades nos acompañan. Y en un sistema de salud como el de Nicaragua con un escaso presupuesto, más gente corre el peligro de morir a causa del suicido. Ser neurodivergente no debe convertirse en una resignación a nuestros derechos humanos. Todos merecemos poder vivir plenamente en nuestros entornos de manera segura.
Un testimonio muy valiente que aplaudo.