Salud, dolor, ira
Por: Cheiri Vega
Hace poco me caí y me lastimé la rodilla. Se inflamó bastante, me llevaron al hospital de urgencias. El doctor la vio y dijo que debía guardar reposo. Desde ese día, pasé metido en mi cuarto, moviéndome con dificultad sobre la cama. Mi abuelo me hizo el café por las mañanas, mi abuela me preguntó cómo estaba y mi mamá me trajo comida. Transité en ambivalencia, ante la impotencia de perder la independencia y la calidez del cariño que rara vez me era expresado. Pasé saltando con la pierna buena, salté de mi cama al baño y del baño a mi cama. No tomé pastillas para el dolor pues dolía menos que la menstruación. Pude aguantar el dolor de mi rodilla lastimada, pude aguantar el cariño agridulce que me enternecía y repugnaba, pude frenar los pensamientos atroces que empezaban a convertirse en ira. Pude hacerlo, pude evitar caer en un estado suicida.
Hace cinco años supe que no podría seguir aguantando solo. Pedí que me llevaran con un psicólogo. Mi familia aceptó luego de insistir por días. El psicólogo me diagnosticó depresión y la psiquiatra me recetó melatonina. Vi preocupación ambigua en rostros de mis familiares, parecían no comprender la situación. No me preguntaban si estaban bien, me lo exigían. Exigían saber que me encontraba bien, exigían una mejoría.
Podés contar conmigo, decime
qué le has dicho al psicólogo.
¿Cómo es posible que te sintás así?
Si te hemos dado todo,
te amamos. Te damos
techo, comida y amor.
¿Cómo podés estar así?
¿Cómo podés pensar esas cosas?
Esforzate, no pensés en eso.
Solo tenés que aguantarlo.
Yo pasé cosas peores,
mirame, estoy bien.
Rezale a dios,
vas a ver a cómo te ayuda.
Solo tenés que respirar y tener fe,
eso es lo que siempre hago.
¿Por qué vos no estás bien?
Decime qué te pasa.
Ay, ¿cómo vas a decir eso?
Hace seis años me encerré en el baño e intenté morir. No fue un suceso aislado, el baño de azulejos celestes fue mi refugio durante años. Me encerraba y enllavaba la puerta, tapaba mi boca para que no me escucharan llorar. Enterraba mis uñas en mis brazos, varias veces me quise cortar. A veces tapaba mis oídos y me balanceaba hacia adelante y atrás. Tapaba mis oídos porque no quería interrogantes, no quería ver rostros, no quería comentarios estúpidos. Quería morir para cesar el dolor. Me dolía, me dolía demasiado, me dolía más que la menstruación. Podía pasar horas tirado en el piso, podía pasar horas caminando en círculos alrededor de mi cuarto, podía pasar horas intentando mitigar un ataque de llanto.
No entendía qué estaba mal conmigo, no sabía en qué había fallado. ¿Cómo podía tener depresión si tenía buenas notas? ¿Cómo podía tener depresión si tenía amigos? ¿Cómo podía tener depresión si podía pararme de la cama, bañarme, lavarme los dientes y salir de mi cuarto?
Una mente inestable
son los gritos del hijo del vecino
cuando le están pegando.
Ecos de dolor al otro lado de la pared
que perturban tu paz.
¿Por qué ese niño llora tanto?
Seguro hizo algo malo.
Una enfermedad mental
son las pailas cayéndose en la cocina.
El ruido estridente es difícil de ignorar,
sabés que algo está fuera de lugar.
Pero no te levantás del sofá,
querés que alguien más
lo vaya a arreglar.
Un trastorno mental es tu familia.
Es comportamiento adquirido
y biología. Es negación;
si no podés verlo, no existe.
La depresión es mi mamá,
humillándome y amándome
al mismo tiempo.
La depresión es mi mamá,
abrazándome
hasta asfixiarme.
La depresión es resultado del contexto.
La depresión es quien inspira mis textos.
La depresión es el amor de mi vida,
me enseñó a sacarme las vísceras.
La depresión es mi musa favorita,
le puse de nombre Eliot.
Hace unos días, me caí y lastimé mi rodilla. No pude levantarme de la cama y, por primera vez en toda mi vida, pasé veinticuatro horas sin bañarme. Pensé en los paralelismos entre mi situación y el pasado. Pensé en cuánto me hubiera gustado esa atención y cariño que hoy me causa rechazo. No demostraron su amor cuando lo necesité, ¿por qué ahora debería aceptarlo?
Sé que he sido afortunado, hay quienes no pueden ir a terapia. Sé que he sido afortunado, pero no puedo evitar sentirme asqueado. Siento rencor porque nunca me ofrecieron ayuda cuando me estaba desmoronando. Siento rencor porque dijeron que el dolor de la depresión era solo un capricho, una fase, una consecuencia de la adolescencia, dijeron que debía aguantarse. Siento rencor porque tuve que recoger yo lo que desbarataron ellos.
Hoy, con la rodilla jodida y sin poder salir de la cama, me siento mejor que hace seis años. Sé que he sido afortunado, podré cuidarme cuando mi pierna mejore y camine sin saltar ni arrastrarme.