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¿Qué es ser joven en Nicaragua?

Por: Cristal Espinoza Gaitán

Es tener que… porque tienes que, no porque quieres. La ruta 117 no se detiene y siempre va demasiado llena; conocemos la situación de nuestro gobierno y esperamos que nuestros tuits y posts afecten la moral de la dinastía y de la empresa privada. ¿Qué es ser joven en Nicaragua? Es luchar contra los dolores matutinos por fibromialgia y esperar más de tres meses para que en el Militar te den cita con un reumatólogo. También es llorar por tu muerto y saber que nadie más le recuerda aunque éste fue mejor escritor que los muertos que están de moda. Nicaragua se concentra en la Capital y el corredor seco está ausente, y se ve de reojo como a un autista que existe, pero no le entendemos.

Los medios de comunicación son un intento fallido de producción de prensa, desde las entrañas de cada uno emerge la ignorancia que adoptan para estar a la altura de las redes sociales. Y todos somos emprendedores; el trabajo informal se matiza como el ideal de los “millenials”: “ser tu propio jefe”, es decir, informal, sin prestaciones sociales, sin futuro, sin proyección, porque en las empresas el sueldo mayor al que aspiran las personas con más cartones acumulados es de 500 a 800 dólares al mes; el salario mínimo es de C$ 6,000 y conozco personas que solamente les pagan 3,000 córdobas al mes, pero en los índices Nicaragua está progresando.

No hay arte; los grupitos compuestos también por jóvenes buscan el bien individual, los puestos que te aseguren becas extranjeras, aunque esto signifique lustrar un par de botas al mes. Ser joven en Nicaragua es la búsqueda exhaustiva del bien familiar, del bien mental y del bien físico, bienes que no llegan pero que esperamos de todas maneras.

Escribir sobre el alcohol y las drogas está desfasado; pero los A.A y N.A no dan abasto. El joven en Nicaragua, si no es turista, envejece. Si no tienes tres lenguas en tu boca vales menos, si eres cantante debes ser yunta de los Cardenales, y así sucesivamente luchamos por hilvanar una cuadrante de la gran telaraña que dirigen los que no tienen voz ni rostro, pero sí bolsillos llenos. Los ancianos de deshacen bajo el sol de mediodía empujados por la demencia o el hambre. Los jóvenes no somos víctimas, tenemos lágrimas teñidas del color que preferimos en nuestra niñez.

Lo verde no está de moda, y las mejores oportunidades son una motocicleta y una casa en una urbanización construida en un cauce natural con las medidas mínimas de cuarenta y cinco metros cuadrados (todo junto, así te lo venden, como lo último en confort y comodidad); somos la mentira de nuestros padres y las mentiras que a ellos le dijeron y las mentiras que le diremos a los futuros jóvenes cuando nos pregunten: ¿qué pasó con el agua?

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