Osario
Por: Julia Castillo
Había recorrido el sendero varias veces. Pensó que su curiosidad puso las expectativas muy altas y que lo mejor sería regresar por donde vino. Al voltear de dirección, divisó a una mujer que abrazaba a un recién nacido; mientras más se acercaba, podía ver un río de lágrimas que la mujer formaba con su llanto. Trató de buscar el rostro del bebé, pero se sorprendió al ver su cuello vacío. El disgusto le recordó su retiro, pero fue interrumpido por el sonido seco de un disparo. Encontró a un hombre que sostenía una escopeta al borde de caer al piso. Al lado del sujeto había un charco fresco de materia gris. La incomodidad llegaba a su límite y solo quería escapar de ahí. A medida que se acercaba a la puerta, aparecían nuevos escenarios: un hombre comiéndose los restos humanos de su pariente, una mujer a punto de ser degollada, un grupo de personas derritiéndose en el fuego que suplicaban por ayuda. Al borde del colapso, sus músculos corrían solos. Cuando cruzó la puerta, se dio cuenta de que nunca puso las flores en su sitio. Con el coraje en la garganta, gritó desesperante: ¡No!, y despertó.