La esperanza ante el cambio

La esperanza ante el cambio

Por: Tania Santamaría 

¿Cuántas veces has sentido que ya no hay más, o que estás atrapada? La realidad es que esos momentos son la vida desenvolviéndose frente a ti; abriendo espacio para el cambio. Suena romántico, lo sé. El sufrimiento a veces es tan intenso que la esperanza parece que desaparece, te abandona.

No hay nada más trágico, desde mi punto de vista, que esa sensación de que la esperanza se aparta. Porque ésta nos da fuerza, nos nutre, nos anima a hacer lo difícil. Pero, ¿qué haces esos días que sientes que se fue? ¿Qué pasa cuando son varios días en los que solo se siente el peso de la vida, las responsabilidades, el inevitable cumplimiento que tenemos en esta sociedad (capitalista)?

Yo te lo voy a decir. Respiras. Así de simple. Te rindes. No para no seguir, si no para descansar. Porque el cambio es inevitable, y las emociones transitorias. No se trata de hacer como que no existen, pero tampoco dejar que te aplasten. Y créeme que lo sé: es más difícil de lo que parece. Porque se trata de atreverse a retar a ese ‘deber ser’ que nos dice que tenemos que estar bien constantemente; o por el otro lado, no escuchar del todo a esa parte que nos aplasta, nos dice que no hagamos nada y nos dejemos caer. Es un arte poder atravesar las dificultades que la vida supone.

Una de las cosas que he aprendido en mi carrera profesional es que, aún los pacientes que sienten mayor desesperanza, desgaste o incluso han intentado poner un fin a su sufrimiento por mano propia, pueden mejorar. Y eso me regala un montón de perspectiva que quiero compartirte.

Yo ya perdí la cuenta de las veces que pacientes mías me han dicho que no pueden seguir, que ya no aguantan, que la vida es demasiado o las decisiones y acciones por tomar parecen difíciles y están, simplemente, cansadas de intentarlo. Las entiendo, yo también he estado ahí.

En un mundo como el que vivimos, ¿cómo no vamos a estar cansadas? ¿Cómo no vamos a buscar alternativas que, si bien pueden no ayudarnos a largo plazo, nos calman por un momento? Llámale a eso lo que quieras, te aseguro que cada quién tiene sus trucos: alejarte de la gente, consumir alguna sustancia, hablarte mal, lastimarte a ti misma, comer-dejar de comer. Lo que sea. Las personas somos muy ingeniosas cuando se trata de alejarnos de nuestro propio sufrimiento.

En esta realidad que nos toca, resistir es doloroso. No te voy a mentir ni haré de esto que escribo un momento motivacional. La esperanza no se trata de eso, es mucho más compleja y confronta; a lo mejor por eso no vende tanto como las historias rosas de “todo se puede”. La verdad es que la esperanza está construida de valentía, compromiso, cariño y acción.

Valentía para sentir, para transitar eso que es objetivamente doloroso para ti. Compromiso para verte el corazón aplastado y no querer huir, atreverte a quedarte ahí, con el dolor. Cariño para entender que lo que duele, puede ser calmado, nutrido, acompañado. Y para lograr esto último, necesitas tomar acción. La acción, en mi opinión, es la parte más importante.

Accionar es hacerte saber que sí hay algo más allá, aunque los cambios no lleguen necesariamente hoy o mañana. Esa es la parte complicada. En este mundo, que nos vende la rapidez e inmediatez, tomar acciones sin gratificación, se vuelven dos retos: el primero, tolerar que tienes que seguir actuando y sentir que no llegas; el segundo, interpretar ese ‘no llegar’ como un fracaso. Honestamente, ninguno de estos dos retos son solo tuyos, o míos. Por eso existen todos nuestros trucos, porque esos, en la mayoría de los casos, sí son inmediatos, pero así como llegan, se van. Y volvemos a empezar.

Lo que cambia cuando actúas desde la esperanza es que te regalas la dualidad de la vida misma: no te vas a los extremos. No tienes que correr, alcanzar, llegar, acelerar; pero tampoco tienes que perder, caer, dejar de intentar. Ni una ni otra, si no las dos. Vas entendiendo que hay momentos donde puedes moverte, pero otros donde tienes que quedarte.

La esperanza no te nubla o te deja colgada en una sola perspectiva de lo que es la vida, si no que puede regalarte la sabiduría de ambas partes: el parar y el avanzar. Accionar es moverte, pero accionar también es frenar. En estos dos actos hay algo que aprender, algo que saborear.

A lo que voy con esto es: la vida es complicada, sí. Cansada, también. Vas a querer rendirte, tú que me lees, pero yo también, y todas vamos a querer hacerlo en algún momento. Lo importante aquí es, ¿por qué y para qué seguirlo intentando? ¿Cuál es la razón por la que merece la pena atravesar las dificultades?

Yo podría hablarte de mis respuestas, pero en realidad esas no son las correctas para ti, porque solo lo son para mí. Tu veredicto solo es tuyo; y a lo mejor, porque no te conozco y no puedo estar segura, hay un mundo de voces que te aturden y hacen que no puedas escuchar claramente la tuya. Asumo porque me ha tocado, en la mayoría de los casos que atiendo, escuchar que las personas tienen atisbos de lo que en realidad desean, pero dudan de sí mismas por las expectativas. Ya sea, las que tienen ellas mismas respecto a su ‘avance’ y ‘mejoría’, las que tiene alguien más en su vida, o las que se han construido en el colectivo de esta sociedad.

Con todo esto, yo quisiera preguntarte, ¿cómo puedes reclamar tu derecho a vivir? ¿cómo puedes construir algo para ti, aunque no sea eso con lo que sueñas, pero sí posible en este momento? ¿cómo puedes accionar para acercarte a la vida que vale la pena, según tus datos, y no los de nadie más? Seguro que tienes las respuestas, solo tienes que respirar, y escuchar.

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