¡La cárcel o la muerte!
Escrito por: CC Arce.
No puedo recordar cuándo fue la última vez que me sentí realmente segura caminando en las calles de Managua. Puede que suene a una exageración seguramente, pues solo van unos meses desde que todo cambió en Nicaragua. No obstante, se siente como si fueran años, siglos, toda una vida desde que paseaba en mi ciudad con total tranquilidad, precavida, pero sin preocuparme demasiado. híjole, lo que más me preocupaba antes era que me robaran. Ahora sé que eso sería lo mejor que podría pasarme, en comparación.
La noche del 18 de abril fue, para mí, el inicio de esta oscura era en la que ahora nos encontramos y que parece no tener fin. Un viento frío y agorero sopló en la calle esa noche, haciendo que los vellos de todo mi cuerpo se erizaran al instante, los músculos se me engarrotaron, y en el estómago percibí aquella sensación con la que no estaba muy familiarizada, pero que sabía lo que significaba; una patada tan fuerte que te priva de oxígeno por unos minutos, que te deja paralizado y con la mente en blanco. Era miedo. No era la primera ocasión en que sentía miedo, y para mi desgracia, tampoco sería la última en los próximos meses.
¿Pero miedo de qué? Bueno, la respuesta natural a esa pregunta sería: miedo a morir. Pero es más que eso, la verdad. No es que tenga miedo a la muerte expresamente, sino a la muerte antes de tiempo. A esa muerte que llega de repente, sin que la esperes, sin que una enfermedad o un hecho en particular te la advierta. Esa muerte que llega antes de tiempo y se lleva tu juventud y sueños con ella. Esa muerte que llega antes de que hayas tenido tiempo para vivir, antes de que siquiera te hayas despedido de ti mismo, antes de haber visto a tu país libre. Esa muerte que te convertiría en uno más.
Lo anterior fue un poco poético quizá, pero la verdad es que últimamente he estado pensando mucho en la muerte, desde que esta se convirtió en una posibilidad no tan lejana. También he pensado mucho en la cárcel, en lo que significa estar privado de libertad. Me encuentro preguntándome en las noches, antes de dormir, qué se siente estar preso. Me pregunto si uno de estos días lo averiguaré por mí misma. O si solo escucharé las historias de otros y escribiré mi propia historia valiéndome de mi imaginación, como lo hizo Dante al narrar su Divina Comedia. Por otro lado… algunos creen que Dante no inventó sus andanzas en los tres reinos del más allá, que realmente vivió todo lo que narró. Bueno, hoy por hoy lo único de lo que estoy segura es que algún día también contaré mi versión del infierno, porque no hay manera de no vivir este infierno.
¡Y qué infierno el que estamos viviendo! Ya no sé si es más seguro estar libre o preso.
No sé si estarán de acuerdo conmigo, pero a veces pienso que al menos estando adentro (en el Chipote) nos ahorraríamos la incertidumbre de que nos detuvieran. Es decir, por nada del mundo querría que me llevaran, pero imagino que una vez dentro, ya no tendría que preocuparme por eso. Y cuánto lo atormenta a uno la incertidumbre, la zozobra, ¿verdad?. Veo en mi mente distintas versiones de lo que podría pasar y cómo, algo similar a la teoría del multiverso. Lo cual me hace pensar que quizá en otro mundo soy una presa política más, o tal vez un número en la lista de fallecidos o desaparecidos. Qué suerte tengo de estar escribiendo estas líneas, en esta versión de mi misma que aún está libre.
Bueno, libre entre comillas.
Yo, que estaba acostumbrada a expresar mi punto de vista sobre las cosas, he tenido que aprender a callar. No porque me atemorizan las amenazas de los fanáticos sandinistas, (esas las colecciono en una carpeta de mi compu), sino porque me he dado cuenta de que no sirve de nada proporcionar argumentos insuperables si al final me van a rebuznar el mismo “mi comandante se queda” de siempre. Pero claro, ese buen juicio también contribuye de alguna manera a mi seguridad. Una no está segura ya ni en el taxi, con eso de que andan de espías, averiguando el pensar del pueblo para ver a quién se llevan en el saco. Definitivamente la prudencia es una virtud. Por ahora.
Sí, aquella noche del 18 de abril fue la primera vez que supe que todo iba a cambiar. Aquel gélido viento me lo susurró. Me dijo que tenía razones para tener miedo. Sí, como ya dije, miedo a que me mataran antes de… bueno, antes de muchas cosas, en realidad tenía muchos planes. Antes de graduarme de la universidad, por ejemplo. Antes de hacer mi maestría, antes de vivir en Italia, antes de conseguir un trabajo en Harvard, antes escribir mi primer libro, antes de ver un juego del Real Madrid en el Santiago Bernabéu, antes de leer todos los libros que me faltan por leer, antes de vivir sola en un apartamento, antes de comprarme un Volkswagen escarabajo color azul, antes de comer humus en Israel, antes de pararme ante el David de Miguel Ángel o de la Gioconda, antes de ganar el Premio Nobel, antes de ver la última temporada de Juego de Tronos. Dios, ¡esto último me carcome en las noches!
En fin, todo eso pasó por mi mente aquella noche. Y se repite diariamente, cada vez que voy caminando en la calle. Veo sobre mi hombro a cada tanto tiempo, apuro el paso, permanezco atenta a mi alrededor y me agito cada vez que alguien se aproxima. ¡Y eso es solo cuando ando fuera! Mientras estoy en la casa o en el trabajo, la psicosis no me abandona. Vuelvo a imaginar lo que podría pasar, diferentes escenarios, uno cada más espantoso que el anterior. Y ahí voy, sacada de mi habitación violentamente por unos tipos que se piensan que deben reducirme como si fuera la Mujer Maravilla, o siendo arrastrada por los pasillos de mi trabajo, por un grupo similar que me pide a gritos mi teléfono y me esposan las manos a la espalda. Así, un millón más, he visualizado todas las versiones. Y eso refiriéndose únicamente a lo que me harían a mi. De solo pensar en que le hicieran algo a mi familia, se me esfuman las ocurrencias.
Imagino que esa es la peor inseguridad a la que nos pueden someter, ¿no es así? Una vida en la que ni en nuestros pensamientos estamos a salvo. Un terror psicológico que nos mantiene en vilo, a la espera de que las peores pesadillas se materialicen y nos devoren. Han violado los espacios más íntimos de mi ser, solo porque me niego a ser parte de su pensamiento colectivo. No hay lugar seguro. No hay paz. No hay libertad. Sólo plomo. No, no me siento segura. De hecho, nunca me había sentido tan insegura en toda mi vida. ¡Me siento tan insegura que solo dos cosas ocupan mi mente ahora! ¡La cárcel o la muerte!
Pero al final, supongo que, si mi vida peligra en tiempos de crisis moral, significa que estoy haciendo algo bien. Y no, no me van a encarcelar en mi propia mente. Tendrán que hacerlo mejor.