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Generación de cristal y Generación de cemento ¿Brecha o Puente? 

Generación de cristal y Generación de cemento ¿Brecha o Puente? 

Por: Fernando J. Treminio

Las diferencias que delimitan las características generacionales son de variada naturaleza y originadas por diversos motivos, lo que provoca desigualdades y desentendimiento por parte de adultos hacia jóvenes y viceversa, dificultades que se notan, principalmente, desde los hogares donde los padres afirman no encontrar la forma de comunicarse con sus hijos y, por su parte, los jóvenes se sienten aislados e incomprendidos. Por tanto, surge la interrogante acerca de si las generaciones están formando brechas o construyendo puentes entre sí y qué acciones pueden llevarse a cabo a fin de actuar en aras de la práctica de unión y altruismo entre pares.

La generación de cristal es aquel grupo de individuos nacidos en décadas recientes (no mayores a 30 años) cuya vida ha transcurrido en el auge de la era tecnológica y que se señala como susceptible ante las críticas y presiones y como esclavos del celular. Al contrario, la generación de cemento comprende a las personas nacidas en el siglo pasado (mayores de 30 años) cuya actitud y visión ante la vida y sus vicisitudes se caracteriza por el estoicismo y dureza y sus adhesiones tecnológicas son más reducidas.

Las discrepancias entre la generación de cristal y de cemento se basan en dos motivos centrales: la sensibilidad ante las circunstancias y el asumir responsabilidades. En las líneas posteriores se explicarán más detalladamente estos asuntos.

¿Generación sensible o dramática?

En la actualidad, los índices de afecciones mentales y emocionales han aumentado vertiginosamente. Nos encontramos en una época en la que el estrés, la depresión y la ansiedad son temas recurrentes y que están entre las principales razones de consulta a los psicólogos, además esos problemas han causado la muerte de muchísimas personas. 

Se suele escuchar a adultos decir que en sus tiempos no se conocían términos como estrés, depresión y ansiedad por el hecho de que nadie los padecía. Sin embargo, la realidad es que ellos fueron criados en entornos y épocas en los que, por culpa de momentos convulsos en sentido económico y social, se requería forjar temperamentos de hierro donde no tuviera cabida la identificación, aceptación y vivencia de las emociones y sentimientos. Gran repercusión tuvo la idea de que llorar era para débiles o, como reza la frase, “los hombres no lloran”, eso causó que muchas personas asumieran indolencia ante el dolor e incapacidad de reflejar su sentir. En cambio, las generaciones jóvenes han crecido escuchando hablar sobre la salud mental y, conscientes de ello, exigen reivindicar la gestión de las emociones como parte del proceso de sanación. Por eso su fragilidad es más notoria y externan con más facilidad su estado anímico. Sin embargo, dichas conductas son vistas por los adultos como estrategias para llamar la atención o como simple malacrianza.

Para que dicho problema disminuya, ambas partes deben asumir una actitud conciliadora y ceder cuando la otra tenga razón. Por ejemplo, los jóvenes no deben caer en la victimización y los adultos no tienen que dar un trato castigador, eso se puede lograr mediante la empatía mutua en la que todos comprendan que su forma de ver la vida es diferente y que dichas diferencias merecen ser respetadas y, con base en ello, actuar de tal forma que lo que se diga y haga sea con el propósito de unir en vez de separar. Esto requiere suavizar un poco más el pensamiento de los mayores y que los jóvenes adquieran la madurez necesaria para impedir que sus emociones y sentimientos los dominen y aprendan a usar más la razón que el corazón.

¿Generación negligente o perezosa?

Como se dijo en los párrafos anteriores, debido a las circunstancias que rodearon los primeros años de vida de los adultos, desde pequeños debieron tomar consciencia y control de las actividades laborales y domésticas; los hermanos mayores cuidaban a los menores, las niñas vendían en las calles y los varones trabajaban para otros desde temprana edad, mientras sus padres se dedicaban al sustento del hogar lo que los obligaba a pasar fuera de casa muchas horas al día.

En cambio, los jóvenes disfrutan de muchas comodidades que sus padres no tuvieron, entre ellas la tecnología, por eso se suele oír decir a los adultos que los jóvenes solo pasan en el celular, lo que ha repercutido negativamente en el desarrollo de habilidades y conocimientos propicios para la vida, por esa razón es común ver que muchos jóvenes carecen de aspiraciones y destrezas por lo que viven en casa de sus padres, incluso acercándose a los treinta años . Por ejemplo, es alarmante que gran parte de los jóvenes aspiran a vivir de la tecnología o redes sociales en calidad de influencers, tiktokers, youtubers, streamers o gamers en vez de estudiar una carrera universitaria y ejercer un  puesto de trabajo en algún negocio, empresa o institución, es decir, prefieren el dinero fácil antes que someterse a una jornada laboral y ser remunerados por su labor.

La solución a tal cuestión no es otra que los jóvenes tomen consciencia de la importancia que tiene la proyección a futuro y el asumir responsabilidades desde pequeños de acuerdo a su edad y capacidad. Por ejemplo, los padres pueden inculcar en sus hijos reglas de higiene y organización como ordenar su cuarto, limpiarlo, guardar su ropa, no dejar las cosas tiradas, entre otras. En la adolescencia, se les puede enseñar a cocinar, ir de compras o hacer transacciones o papeleos. De esa manera se les estará preparando para asumir deberes de mayor envergadura en su vida adulta cuando las responsabilidades laborales y familiares se hagan presentes. Pero esto requiere dejar el celular a un lado por un momento y asumir los deberes establecidos, lo que se puede conseguir a través del diálogo afectivo y asertivo entre padres e hijos.

Finalmente, las brechas generaciones son innegables mas no insolubles. Para mitigar dichas diferencias se requiere de un esfuerzo colectivo y paralelo por parte de adultos y jóvenes, dicho esfuerzo debe estar enfocado en las soluciones y no en los reproches, reconociendo que ambos tienen aciertos y desaciertos. Con el diálogo no se pretende echar la culpa al otro, sino reconocer las flaquezas y tomar medidas firmes que contribuyan a la unificación y comprensión. Este tema debe ser abordado desde diferentes espacios, comenzando desde el hogar y continuando por la escuela, la religión, los programas televisivos y radiales, podcasts, sitios de Internet, redes sociales y por profesionales de la salud. Si así lo hacemos, en vez de crear brechas construiremos puentes y de esa manera se logrará crear una sociedad más empática y justa. Por ello, no está de más recordar la famosa Regla de Oro: “Haz por los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti”.

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