
Escrito es, según lo ausente

Por: Lucas Andrés Marsell
Hoy salí a caminar.
Tenía esa ilusión infantil toparme con las accidentadas
marcas de tu rostro.
No me preguntes como, pero termine andando por aquellas calles
donde tus pasos y los míos se confundieron en el ballet
que desafía a la muerte.
Aquellas calles de asfalto viejo maquilladas y con dientes de adoquines menos.
Te juro que intente hacer una vida decente.
Quería joderme las manos y quebrarme las espaldas,
quería mostrarte mi cara terrosa y mi carne sudada,
que te diera orgullo mi cansancio y alegría el fruto de mi jornada.
Pero nada de eso me acontece;
nadie puede con la mies que esta tirada:
“Y al pobre le falta todo
y al preso le sobra nada”.
Los que saben se fueron, los que pueden se marcharon,
los que enseñan se extinguieron y a los que luchan los mataron.
Deja que me queje por mi herencia tan fatal:
Sin él que enseña a saber ni él que sabe cómo hacer,
como harán los que no saben y no pueden a su patria rescatar.
Y mira estos caminos de casi tierra ya,
comejeneados del olvido en que cae su beldad.
Alguna vez fue lindo confundirse entre la gente
buscando entre sus gritos la mochila o el birrete:
¡Eran estudiantes, no eran delincuentes!
Ahora soy mendigo de tus ojos tan ausentes
¿En que calle he de encontrarte, en que tumba
he de dolerme?
¡Ay de mí que vivo, entre hombres sin edad!
Entre niños tan adultos y mortal su libertad.
Dichosa tu que andas en caminos tan celestes,
Donde no se visa el alma para el sueño excelente.
Campos tan terrosos como arenas del desierto,
Yo no siembro, yo no labro y mira si me he muerto.
Me faltan las costuras que el sastre ya no hilvana,
el zigzag de las agujas en las manos artesanas.
No hay quien cosa las gargantas de las chanclas en mis pies,
ya no tejen más hamacas las manos del saber.
¿Quién prepara la argamasa que se esculpe en las columnas,
quien tuerce a más los hierros que se abrazan como yuntas?
Los barules y el aplomo: ¿Quién los necesita?
Quien enjuncan las espaldas que van rotas tras la brisa.
Doña Tere ya no enciende las brasas de la fritanga,
la María tortillera jubilada está en su casa.
La marchanta de la cuadra hace un mes que se murió
y su marido, el piruca por parquearla le siguió.
Al padrecito de la iglesia lo expulsaron los malditos
¡Uh si te contara!…
Dime, ¿Debo quedarme más tiempo?
¿Hasta cuándo vendré a descargar mi ira contra el polvo
que esconde tu nombre? ¿Alguien lo ha notado, alguien a parte de mi te trae flores
o lagrimas o noticias?
¿Quién más sabe que espero una sola flor de esa tierra sedienta
que tu sangre aplaco? …
Todos se han ido, yo también me iré.
No es traición a los que se entregaron,
sino respeto de lo que querían ser.
Ellos querían ser libres y uno libre debe ser.