Seleccionar página

Entre escorias y rosas: memorias de una doncella

Entre escorias y rosas: memorias de una doncella

Por: Munguia, A.

El acoso callejero es una problemática social que, muchas veces, no se aborda con la seriedad debida… ¿Por qué nos burlamos cuando alguien nos comenta un incidente desagradable de ese tipo? ¿Cómo intervenimos al observar que una niña, adolescente o joven recibe miradas y comentarios lascivos? ¿Por qué se ha normalizado? ¿Por qué recibir “atención masculina” para algunas chicas es halagador, en cambio, para otras, es un momento paralizante y evoca tantas emociones?, sí, querido lector, esas son las interrogantes que me planteé desde mis 10 años, es increíble, ¿no?… apenas iniciaba mi adolescencia. A continuación, plasmaré 2 sucesos que me marcaron y desestabilizaron… todo ocurrió en la etapa antes mencionada.

Mi familia tuvo varios negocios, uno de ellos fue un local de videojuegos, jamás fue de mi agrado, pues no me gusta el ruido y era extraño ver a tantas personas ir y venir por la sala. Cierta noche, cerraba el portón y miraba televisión en la segunda sala y escuché decir a un cliente: “mirá, esa chavala ya aguanta”… no comprendí el significado de eso y le resté importancia, por obvias razones, no se lo mencioné a mi madre… oh, ese fue mi primer error… 

Meses después, ese tipo nos siguió (iba con mi mejor amiga), corrimos tantas cuadras, entramos a una venta y buscamos otra ruta; observamos, desde una distancia prudente, a ese joven buscarnos por los alrededores… ¿tienen idea de lo difícil que es intentar mantener la compostura, reprimir tus emociones y calmar a un ser querido, cuando vos eres presa del pavor?

 Al cumplir 16 años, regresaba de pasar unas lindas vacaciones en casa de mi abuela, fue un largo viaje (hay 73 km de distancia), en esa ocasión, nadie me acompañó. Al pagar el pasaje, el ayudante tomó mi mano con firmeza, eso me asustó y jamás hubiese pasado por mi mente toda la depravación de aquel hombre… tocaba mi cuello… en cierto momento, frotó su miembro erecto en mi hombro y tocó mi pecho, se excusó por ese “pequeño accidente”. Experimenté ansiedad, ira, miedo e impotencia: ¿a quién iba a acudir?, ¿me tacharían por una mentirosa?, ¿cómo podía defenderme si se tiene el jodido prejuicio de creerle a un adulto, aunque sea el único culpable?, estaba lejos de mi casa y quedarme varada, no era una opción.

Por desgracia, la señora con la que compartí asiento, no me prestó atención. He aquí mi segundo error. A pesar de mi timidez, le pedí a ayuda a un muchacho, ¡cómo olvidar a ese gentilhombre!, un estudiante de 1er año de agronomía de mi alma mater. Ese caballero me escuchó, me tranquilizó, esperó a mi lado y gracias a él, volví a casa.

Imagino sus expresiones y los posibles comentarios; algunos le restarán importancia, la sociedad tiende a criticar, muchas veces, vivencias que jamás tuvieron y por leer un par de líneas sobre cierto tema, se creen expertos en este, pero ¿trataste de ponerte en mis zapatos?, la empatía va más allá. Al experimentar el acoso callejero, te cohibís (depende de la intensidad, obviamente), el miedo te paraliza, hay sudoración, taquicardia, temblores, entre otros. La prevalencia del acoso callejero es muy alta, gran parte de las mujeres lo hemos experimentado. Les insto a tomar conciencia sobre la temática, seamos como ese chico que me auxilió, ese muchacho a quien le agradezco haber salvado mi vida.

Sobre el Autor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Videos Recientes

Cargando...

Revista digital