
El fin del mundo me agarró viendo gatitos

Por: Escolástico Pérez
¿De verdad importa todo esto? ¿Formarte, ir a la universidad, pasar años estudiando para tener un «futuro prometedor»? ¿O matarte por hacerte famoso en redes bailando o dando consejos random sobre “cómo ser tu mejor versión”, mientras el mundo,
literalmente, se desmorona? Porque mientras vos tratás de “salir adelante” como buen ciudadano funcional, allá afuera el planeta se calienta, las guerras se multiplican y los líderes mundiales juegan a ver quién tiene el botón más grande para acabarlo todo.
Y, sin embargo, ahí estamos. Metidos en el teléfono como si dentro de esa pantalla estuviera la respuesta a todo. Scroll, scroll, doble tap. Otro video, otra risa forzada, otro gurú improvisado hablando de productividad. ¿Más productivo para quién? Porque hasta donde yo veo, ser productivo solo significa trabajar más para que alguien más se haga rico mientras vos almorzás con una mano y respondés correos con la otra.
No es casualidad. Es parte del juego. Nos inundan con estímulos, retos absurdos, influencers opinando de todo sin saber de nada,
“life hacks” que no solucionan nada. Y nosotros, zombis con WiFi, consumiendo sin pensar, comentando “ crack, fiera, máquina” como si eso llenara algún vacío real.
Mientras tanto, el mundo de verdad —el que no tiene filtros ni hashtags— se pudre en silencio. La tierra se seca, los ríos desaparecen, la comida se vuelve lujo, los animales se extinguen… pero no pasa nada, porque salió un nuevo filtro que te convierte en astronauta con orejas de gato. Y todos felices.
Desde chicos nos repiten que hay que “ser alguien en la vida”. Escuela, universidad, trabajo, impuestos, hijos, repetir el ciclo. Y si todo sale “bien”, tal vez te jubilás a los 65 para ver si todavía te quedan fuerzas para “disfrutar”. ¿Eso es vivir? ¿O es una versión moderna de la esclavitud con WiFi y delivery?
Y cuando algo falla, cuando por un segundo se cae el telón digital, el pánico aparece. Mirá lo que pasó en España con el apagón. ¡Cinco minutos sin electricidad y la gente ya estaba afilando palos y preparando fogatas! El miedo no era a la oscuridad, era a no poder cargar el celular. Se acabó la luz y se acabó el mundo. Y eso fue solo un ensayo. Un recordatorio de que si mañana se caen los servidores, nos quedamos como peces fuera del agua… pero sin agua, porque no sabemos ni dónde está el pozo más cercano.
Tal vez es hora de volver a lo básico. Sembrar tu comida, cuidar a tu gente, caminar descalzo y recordar cómo se sentía el monte en los pies, sin pantallas de por medio. Que el único algoritmo que nos guíe sea el del clima, el de la tierra, el de los ciclos naturales.
No se trata de desconectarse por completo, pero sí de aprender a no vivir atrapados. De mirar más allá del scroll infinito y recuperar el pensamiento crítico. Porque en medio de tanto ruido digital, conviene preguntarse:
Si nos adormecen con contenido vacío y distracciones constantes… ¿qué es lo que no quieren que veamos? ¿Qué están realmente tratando de hacer con nosotros?