Crónica de la pobreza en tiempos de dolor
Escrito por: Lucas Andrés Marsell
A la mita no le han dicho
de su hermano Toño.
Toño es un octogenario,
el primogénito de doña Juana
una campesina que alumbró
cinco veces en la
montaña y murió de una bilis
mal tratada por la pobreza.
Toño de profesión cristiano y buhonero,
experimentado en las duras artes
del bien prestado,
se gana la vida con una vieja cámara
fotográfica, una Kodak-vr35 por la
que hizo ayunos de santo,
hasta que logró pagarla.
Todas las mañanas se confiesa
ante el cielo y una réplica del
Nazareno, que con él pasa
el hambre de los días malos y la gracia
de los buenos.
El miércoles, la Eulalia lo vio pasar
más temprano que la costumbre,
el viejo se quejó de una implacable tos,
que le empezó en la madrugada y
que resistió a los remedios heredados
de su abuela, que los curaba
con alcanfor.
Por la tarde regresó a destiempo sin haber
completado las horas de su rutina.
El anciano que siempre estaba incomodo
con los juegos al frente de su casa,
ni si quiera hizo reparo que los traviesos
le ocuparan las trancas para
improvisar un travesaño.
Apenas si pudo forcejear con el desnivel
de la puerta, entró a su tienda y
no se le escuchó queja alguna.
La hija de doña Lencha le tiene gran cariño,
a menudo asiste al longevo
en sus ayunos, y de buena fe
le comparte de su también pobreza
un plato de frijoles parados.
Ella ha corrido la voz entre los vecinos,
porque de Toñito nada se ha sabido
desde el miércoles pasado.
Terencio el carpintero le ha tumbado la puerta,
y lo primero que vieron
sus ojos, fue a Toñito sumergido en
un largo sueño,
dichoso en el único bien que poseía,
una silla de machimbre que le dieron
en pago los Sevilla.
La samaritana casi le acompaña de un infarto
pero el más pobre de los santos aun respira.
En el hospital no fue recibido,
pues no había cama donde ponerle
a pesar de que la fiebre
requería mejor trato.
Terencio y la Lenchita se lo llevaron
donde Anacleto, un doctor ya retirado
que a veces da consulta
en el dispensario.
Con solo ver al enfermo,
recomendó novenas y oraciones
pues para su cuadro,
no había otro remedio.
Al caer la tarde, han conseguido
enviar por radio, los datos de Toñito
para que si algún familiar
le sobrevive, se comunique con Terencio.
Toñito no había procreado
y debía solo al cielo el secreto de
sus años.
En la noche del mismo viernes,
un joven se acusó de ser pariente,
y avisó de su llegada al rayar
del día siguiente.
A las ocho, Terencio mira su reloj
y mientras se pasa por la garganta
una taza de café, se limpia con el brazo
el borbollón de los ojos.
En una libreta que sacó de su delantal,
lleva anotadas las medidas de Toñito,
mira en su taller unas tablas de pino, y
desmonta de los clavos
la escuadra y el nivel.
La Lenchita cogió fuerzas de su vientre,
y le ha puesto al anciano una camisa de
su padre, y un pantalón que don
Anacleto les regaló.
Entre las manos le
compuso un rosario y a los pies,
del maltratado catre
colocó al nazareno.
Terencio dio aviso al joven,
que aquel viejo había vencido los dolores
y había partido a casa de su Padre.
Informó de los detalles,
que don Anacleto esgrimió en la epicrisis;
al pobre viejo le estallaron los pulmones.
{…}
La Hilaria está asustada,
se ha enterado por la radio, de un tal covi
que es peligroso y que se ha llevado
a muncha gente.
Piensa en comentarle a su comadre
la noticia, hoy en la vela de Terencio
el carpintero, que inexplicablemente
cayó muerto mientras lijaba una puerta.
La semana pasada, también
han velado a la hija de la Lencha
que cogió una fiebre misteriosa.
Don Anacleto no pudo atenderle,
pues se encuentra internado
con neumonía.
La Hilaria no sabe, que mañana
despertará tosigosa y
que va dejar viudo a Valerio en
ocho días.
En memoria de todos los hermanos nicaragüenses víctimas de esta pandemia.
La solidaridad es un remedio social, que llega cuando el amar se vuelve la experiencia más importante en las agendas humanas. Ninguna persona tendría la necesidad de exponerse a la muerte, si los hombres compartieran su pan con el hambriento, y su techo con el desamparado. Esta es una oportunidad para salvarnos a nosotros mismos de convertirnos en el modelo de un ser egoísta, y recuperar en nuestros genes el amor, que entiende el compartir como un gesto de reconciliación con Dios y todo lo creado.