Tierra bendita

Por: Abraham Velásquez
¡Tierra bendita!
Eres mestiza, hija de dos culturas,
hija de leones españoles y de águilas indígenas,
nieta de sabios romanos, descendiente de los más grandes israelitas.
Eres el resultado de una apología de horrores
y de la hondura de la feroz tristeza.
Tus hermosos paisajes son el mejor regalo visual
que un amante daría a su mancebo.
Doy gracias al hombre del cielo y a su divina mano
por darme la oportunidad de ser pinolero,
le doy gracias por tus chimeneas del Pacífico,
ese Pacífico lleno de una excéntrica y audaz cultura.
Bendita es su mano, porque según mi vista,
te libró de las garras imperialistas.
¡Patria mía!
Cada día que veo el alba de tus horizontes,
me enamoro más de tu existencia.
El ocaso de las tardes trae como consecuencia
un divino rosa y un precioso naranja
que se forman en las tardes de septiembre,
en fines de invierno e inicios de verano.
Nicaragua, eres mi madre y eres mi cuna,
eres mi crisálida donde la oruga de mi alma
cambia para alcanzar la hermosura.
Hermosa es mi alma como tú, mi bella patria,
además tú serás mi tumba.
Tus lagos y lagunas son el reposo de bestias marinas,
tus aguas son el espejo que nos muestra nuestra pinolera carne.
La Asasosca es ese pecho materno
que me alimenta y alberga a aquella serpiente de pintoresco plumaje.
El verdor de tu follaje cautiva mis ojos
e ilumina mis pensar.
Digo pues, hermanos míos,
sumerjámonos en el encanto del pensamiento Dariano.
Seamos humanos y, de una vez por todas,
amemos a nuestra tierra,
impidamos que nazca un segundo Caín,
en nuestro caso un segundo Somoza,
que mate nuevamente a nuestro Abel,
pues todos somos hijos del pinol, hijos del maíz.

