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Carne Santa

Carne Santa

Por: Fernando J. Ruiz


La oficina estaba plagada de gente moviéndose de un pasillo a otro, dentro de la sala de reuniones Jonás fue encarado por su jefe: su informe previo les hizo perder tiempo valioso enfocando el caso en un sospechoso ahora desaparecido. Su jefe aventó su cuaderno contra la ventana. Jonás  se rascó la barbilla con delicadeza, los nervios lo estaban matando.

—¡Es la última vez que confío en tus porquerías! —presionó con sus dedos la base de su nariz y luego extendió su mano moviendo sus dedos de arriba a abajo— entrégame tu placa, el arma y desaloja tu casillero.

—Sargento Carvajal, tengo evidencia que respalda lo que digo —extiende su teléfono con un clip de video en reproducción— ¡vea, vea, por Dios, se metió en su sombra!

—¡Basta! Tuve suficiente —entra un sujeto nuevo a la oficina— detective Rodríguez, tomará el caso de Jaénz, esperó usted sí tenga los pies en la tierra —observó a Jonás con decepción echándolo con la vista.

Salió de la oficina, recogió sus cosas, solo la teniente Barrera se acercó a desearle suerte cuando lo vio con sus pertenencias en una caja afuera de la estación.

—Gracias Barrera, debo ordenar mi vida y confiar más en la razón —colocó sus cosas en la cajuela del taxi suspirando con pesar— iré a la estación, regresaré a mi pueblo mañana.

—Tienes buena intuición Jaénz, quizás este caso no era para ti —le da un puñetazo en el hombro derecho tras verlo sentarse en el asiento del taxi— mira esto como un descanso, siempre has tenido la mente acelerada.

Escondió sus labios un momento, se despidió de Barrera agitando la mano. El taxi lo dejó en la puerta de su departamento. Tras una llamada a sus padres, quienes vivían en pueblo Moriat, decidió empacar sus cosas. Observó por última vez el video que copió de su cámara corporal cammpro antes de borrarlo.

—Debió ser un fallo en la cámara, solo eso —trató de convencerse aún recordando la carencia de huecos o salidas al emboscarlo— algo que creí ver, pero no pasó, igual que siempre.

A la mañana siguiente bajó del bus en la estación de Moriat. Tras pisar el desértico suelo escucho las campanas de la iglesia, eran las doce del mediodía, el viejo padre Tadeo debía seguir oficiando la eucaristía, decidió ir a verlo, de todos modos el templo estaba más próximo que la casa de sus padres. Mientras caminaba por la calle subiendo la pendiente hasta la catedral notó las calles vacías, distinto a como eran hace seis años cuando se fué a trabajar a ciudad Hatal. La extrañeza de esto lo incomodaba, no pudo observar a ningún conocido en el transcurso desde la pendiente al templo, pero lo que sí vió fue a una decena de sombras traslúcidas sin rostro, arrastrándose por los tejados acompañándolo a su destino.

Cuando llegó la mayoría de la gente en tercera edad estaba presente en la eucaristía y, al lado de los demás párrocos adultos, en un asiento en la tarima estaba el padre Tadeo, esos seis años fuera no cambiaron mucho a Jonás físicamente, pero al viejo fraile sí le habían afectado, sus nuevas arrugas lo demostraban. Jonás se sentó esperando el final para saludarlo con calma. Al hablar recordaron tiempos cuando el joven detective servía enseñando catecismo a los pequeños del pueblo.

—Hubieses sido un excelente fraile Jonás, muchos pequeños confiaban sus dudas en tí —descansó en un banco de madera afuera de la iglesia.

—Sabe porque no seguí —bajó la mirada— esos niños merecían a alguien con más fé.

—¿Aún los ves? —puso sus manos sobre el grueso del bastón frente a su cara, su pulso aceleró.

—A los criminales los siguen como moscas —observó de reojo al techo del templo, donde las criaturas buscaban entre la multitud a quien emanaba su droga—, por un tiempo me serví de eso para resolver casos, pero perdí el empleo por meter mi hocico muy adentro.

—Debe serte difícil de ignorar Jonás —apretó una mano con la otra—, ven con tu familia el miércoles —se levantó del banco rumbo a la oficina tras el templo—, hace tiempo que no visitan la iglesia —el viejo Tadeo le sonrió con amabilidad.

—Don Mati —le dijo con tono jovial— yo de usted saldría unos días del pueblo, por cualquier cosa.

El viejo fraile asintió con la cabeza y entró a la oficina donde un sacerdote le esperaba con la puerta abierta. Las criaturas en el techo saltaron deshaciéndose como hilos en un desagüe a través del suelo. Hacían eso cuando perdían su objetivo, Jonás lo sabía con certeza tras haberlo visto una docena de veces. Tomó camino a casa de sus padres, esta vez acompañado de unas cuantas personas en la calle, eran las dos de la tarde, no había almorzado desde que bajó del transporte. Recordó entonces una panadería dos cuadras antes de su destino, compraría algunas reposterías para llevarle a sus padres.

Giró por la esquina a una cuadra del local, el ruido de platos rompiéndose hizo eco en la estrecha calle que daba de frente a un parque público. Las dos tiendas colindantes yacían cerradas, un segundo estruendo proveniente de un estante metálico en el interior aceleró el paso de Jonás. A través de la verja apenas podía verse el interior de la casa, solo se alcanzaba a ver los muebles donde yacían diversos tipos de panes y reposterías. Gritó preguntando si alguien necesitaba ayuda, una señora respondió que saldría en breve, mientras el sonido de cazuelas cayendo al piso resonaba de nuevo. Jonás apoyó sus codos en una mesa de cemento bajo la verja para poder observar más de cerca.

—Señora Díaz soy yo Jonás, hijo de don Jaénz —comentó con la certeza de obtener mayor confianza—. ¿Segura que no necesita ayuda?

—¡Oh Jonás! Tranquilo solo se me cayeron unas cosas, salgo en un minuto.

Una reverberación gutural se escuchó desde el fondo, como si un cocodrilo tragase con dificultad algo tan grande como su cabeza. Los cabellos de todo su cuerpo se tensaron. No había visto las sombras desde que salió de la iglesia, pero algo en ese sonido le decía que no era un animal. La señora Díaz salió al fin a recibirlo con una sonrisa nerviosa y algo agitada, contenta de ver un rostro conocido de hace años. Jonás preguntó por aquel sonido de hace poco, la señora aseguro con total calma se trataba de “Chita” su perra pitbull mascota, a la cual le había servido recién su comida de la tarde. 

—¿Qué te trae de regreso, estás de vacaciones? —sustrajo de la repisa dos encanelados y los metió en una bolsa— te daré lo de siempre, aún recuerdo los gustos de tu casa.

—Sí, estoy tomando una semana, aproveché para venir a ver a mi familia —sacó de su bolsillo el dinero, pagó y recibió las reposterías por la ventanilla de la verja.

—Sabés, mi Dina está también en el pueblo —sujetó su mano como una madre pidiendo un favor— deberías verla y platicar… ha estado pensando en su hermano —su voz se quebró en esa última frase.

—Pasaré luego de ver a mis padres señora Díaz ——devolvió el apretón de manos con amabilidad—, se lo prometo —tomó rumbo a su casa luego de despedirse.

Al llegar Sergio, su padre, lo recibió con sorpresa.Tras los abrazos y chacharas típicas del viaje su madre le preguntó qué hacía en el pueblo. Jonás fue sincero con ambos contando todo lo que pasó en la ciudad. Cristina, su madre, con mucha calma le pidió sentarse a su lado, le dijo que debía buscar un empleo diferente, temía que en algún momento estas cosas le hicieran daño, tanto físico como mental. Sergio quien se había servido el encanelado en la mesa de la sala guardó silencio, pero se notó inconforme con la opinión de su esposa.

Tras desempacar su maleta en su vieja habitación Jonás tomó su celular y abrió una aplicación de notas llena de cientos de apuntes de trabajo, puso el celular en en modo horizontal y conectó un teclado inalámbrico al mismo. Rascó su barbilla pensativo mientras escribía sobre las sombras que lo siguieron hasta la iglesia y el ruido bestial en casa de la señora Díaz: “Llevo tiempo observando como siguen a muchas personas, por lo general son tres o cuatro, pero dada la cantidad de gente debieron ser atraídos por más de una persona, el sentimiento de culpa los atrae igual que el deseo de venganza, ¿qué pensé al decirle eso al viejo Tadeo? Seguro lo preocupé de más, no debería estresarlo teniendo en cuenta su edad. Por otro lado el ruido en casa de la señora Díaz me tiene extrañado, recuerdo que en esa casa siempre tuvieron mascotas grandes, pero el hecho de no ver al animal me dejó dudas. Mismas que deseo resolver mañana, si logro ver a Dina”.

Sergio entró a la habitación luego de tocar dos veces la puerta, tenía algo que decirle a su hijo respecto a su trabajo. Se quedó bajo el marco de madera y le pidió dejar sus apuntes en el teléfono.

—Desde tus doce años ves cosas Jonás —tomó una figurilla de “Cloverfield” de un estante en el cuarto—, te asustaron unas veces entonces, pero te acostumbraste a verlos, —la dejó sobre la mesa donde Jonás tenía el celular— a alejarlos de las personas con problemas.

—Quizás ahora yo tengo problemas papá —se echó para atrás en la silla—, ninguna comisaría querrá contratarme cuando contacten al Sargento Carvajal. Debo buscar otro trabajo —cruzó su brazos—, donde no tenga que pensar a qué desquiciado andan siguiendo esas cosas.

Su padre lo vió con decepción, guiñó sus labios hacia la izquierda en señal de inconformidad. “No olvides a quienes ayudaste ¿sí?” dijo antes de salir por la puerta. Luego de dos horas un ruido en el exterior lo detuvo de ver vacantes de empleo, eran las cinco de la tarde. Venía de la calle y sonaba igual a un caballo cansado después de galopar por horas. Tras aquél sonido le seguía el de una motocicleta. Jonás cerró la tapa de su laptop para asomarse por la ventana. De pronto la electricidad se fué en toda la casa, tras mover las cortinas vio en la calle a Dina bajándose apresurada de una motocicleta varada a una casa de la suya. Ella iba sin su casco. Al verla gritó su nombre, ella lo reconoció más no se detuvo, corrió hacia la izquierda por la calle que Jonás tomó para llegar. Jonás saltó por la ventana abierta y luego corrió tras ella hasta alcanzarla en una intersección de calles a dos cuadras de la casa.

—¿A quién seguimos? —preguntó Jonás colocando sus manos en sus rodillas para tomar aire.

—No, no, no —barrió los techos de la cuadra con la vista— ¡mierda! —pateó con fuerza un poste de semáforo a su derecha.

—No te puedo ayudar si me ignoras así —irguió su espalda, un escalofrío bajó desde su nuca hasta sus pies— a la gran… —giró la vista despacio, directo hacia una furgoneta parqueada junto a un muro, sobre la misma una figura humana del tamaño de un niño, con gabardina café y gorra negra, los observaba inmovil, atento a sus reacciones.

—¡Ahí! —Dina sacó al instante su pistola y disparó logrando remover la gorra con la bala, la carencia de facciones faciales quedó expuesta, notando el peligro saltó hacia dentro del muro de la propiedad—. ¿Lo viste? Dime que lo viste —volteó hacia Jonás con el rostro aterrado.

—Sí Dina, lo ví —”y no deberías poder verlo” pensó Jonás— ¿qué haces siguiendo esa cosa?

—Es mi sospechoso —le dió una lámpara ultravioleta y le hizo señas para que la siguiera a la furgoneta— ¿traes tu arma? 

—¡Alto! Eso no era una persona Dina —dijo preocupado con la voz esforzándose por salir entre dientes— y si lo vimos ambos no es seguro ir tras él —corrió tras ella, luego la sujetó el brazo para detenerla de subir el muro.

—¡Jonás! —le devolvió la mirada con expresión pétrea— sino vas a ayudarme no me retrases —sacudió su brazo para soltarse, Jonás la soltó, subió por el frente de la furgoneta y extendiendo su mano le dijo que no le permitirá ir sola.

Usó la lámpara ultravioleta para alumbrar el césped en el patio de la casa. Las manchas de sangre se hacían visibles a cada paso, rodearon la casa saliendo por el portón principal, el cual había sido forzado derritiendo el candado. Jonás comentó que ningún rastreador podía hacer eso. Dina no respondió, le siguieron el rastro por tres cuadras más, en completo silencio, no había nadie en las calles a pesar de ser hora pico, eso les dio la ventaja de poder hacer tiros limpios sin temor a fallar. La tenue luz del sol hizo más fácil usar la lámpara a Jonás. Cuando quiso adelantarse al doblar una esquina Dina le llamó atención, pero fue inutil Jonás ya que se encontraba parado como una estatua griega frente a ella. 

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