
Ligera

Por: Isabella Rivas
Frustrada y cansada de la vida, Carolina se sienta en la barra del bar y pide un whisky seco. Con el calor que hace en este lado del país, es raro que alguien pida whisky, pero las ganas que Carolina tenía de suicidarse (¡es broma?) crecían más y más cada día y en ocasiones anteriores lo único que la calmaba era la sensación caliente que un buen whisky te dejaba en el pecho al bajar por la garganta.
Caro suspira al terminarse el vaso, y luego pide uno doble. Esta vez le da su tarjeta de crédito al bartender para abrir una cuenta; “no me haría mal un cigarrillo tampoco”, piensa Carolina.
Toma su vaso y gira en el asiento para observar a las personas que se encontraban dentro del bar. Hay dos tipos de personas que se encuentran en un bar un martes en la noche: gente celebrando algo especial o perdedores. Ella obviamente es una perdedora esta noche.
Como se lo esperaba, no había muchas personas en el local y de las pocas que sí había, además de beber también comían algo para absorber el alcohol. No estaban aquí para perderse. Pero Carolina nota que sí había alguien sentado en una mesa, ya con varias botellas de cerveza vacías a un lado. No nota al principio quién era porque había un mesero tapándole la vista, pero una vez este se mueve, los ojos de Carolina se abren de la sorpresa. Es Lorena, su hermana menor.
El verla en tan estado le hace recordar a Carolina cuando la vio por primera vez hace unas pocas semanas.
La decisión de volver a casa no había sido fácil para ella. Es más, de todas las ideas que se le ocurrieron, ni en un millón de años ella hubiera pensado que al final tendría que decidirse por la que terminó siendo la única opción viable. Claro, que volver a estar frente a su hermana, de nuevo, después de no verla y hablarle por más de diez años era también un gran incentivo para cualquier otra de las opciones; pero siendo realistas, era volver o suicidarse.
Y Carolina es muchas cosas, pero no suicida. Al menos aún no.
Nunca creyó que estaría en esta situación a sus cuarenta y tantos años: sin trabajo, sin casa, sin pareja, todo yéndose al carajo. Tanto así, que no le quedó de otra que volver a su casa de la infancia, donde lo único que le queda es su hermana, la familia de ésta y la mitad de la misma casa con la que no se pudieron poner de acuerdo para vender, por eso la ley del hielo por tanto tiempo.
Pero allí había estado ella, de pie desde la cuadra frente a la casa de su padre, que en paz descanse. No todas las luces de la calle estaban funcionando, pero con suerte había una frente a la casa que sí servía, lo que le permitió a Carolina espiar la casa mientras se armaba de valor para tocar la puerta.
Las casas de este lado del pueblo son antiguas, con un estilo español de antaño que la alcaldía no deja que los dueños cambien las fachadas para cuidar el patrimonio nacional o al menos, esa era la excusa que siempre ponían. Por eso no había ventanas dando a la calle, solo dos puertas gigantes de madera que apenas y dejaban que un poco de luz de dentro se viera en las rendijas cerca del piso. Carolina había notado de inmediato la casa ahora era de un color rojo carmesí, lo que, a su parecer, la hacía ver más llamativa y más en la noche con la luz de la luna y la del poste puestos sobre ella. Había sido extraño para ella ver el lugar donde había crecido, igual pero aún así diferente.
Carolina había revisado su reloj de muñeca, intentando distraerse de sus pensamientos; habrían sido cerca de las nueve de la noche.
El bus la había dejado como a las seis de la tarde, y luego decidió distraerse en el centro de la ciudad, viendo tiendas, comiendo pancitos y simplemente buscando cualquier cosas que hacer que le diera unos minutos más para poder estar lejos de afrontar la realidad que la esperaba con ansias.
Pero la realidad era simple, tenía que tocar a la puerta, hablar con su hermana y el marido de esta, y luego irse a acostar.
Claro, podría también haber buscado algún hotelito barato de por estos lados, alguno debía haber con una habitación disponible. Gastar más de sus ahorros no le encantaba precisamente a Carolina, pero sus ganas de correr eran más grandes que su valentía, tal cual león miedoso del mago de Oz, así que había empezado a agarrar su maleta para darse la vuelta y caminar lejos de la casa cuando una luz de afuera se encendió y una de las puertas se abrió.
—¿Caro?
Se había vuelto rápido y la vio a Lorena, su hermanita. La última vez que la vio era aún bastante joven, de veinte años, pero ahora se veía como toda una mujer adulta, con el pelo algo alborotado por lo noche que era, en sus pijamas, lista para buscar el quinto sueño. O el sueño la encontraría a ella.
—Hola hermanita— le sonrió—Tanto tiempo, ¿no?
Lorena solo había resoplado y sin decir nada más había vuelto a entrar, dejándole la puerta abierta. Clara invitación de que es bienvenida. O por lo menos, no la estaba mandando a comer moscas, lo que fue afortunado cuando lo repiensa.
Sintiéndose agotada, Carolina había arrastrado su maleta dentro de la calle y cerrado la puerta, sellando su destino de quedarse.
El sonido de una botella quebrándose la devuelve al presente. Deja salir el aire acumulado en sus pulmones, intentando recomponerse y recordarse donde se encontraba en aquel instante: en un bar, donde su hermana con la que no se habla también se encuentra, bien borracha para agregar, y esta no la había visto todavía.
Carolina empieza a voltearse y hacer como que no vio a su hermana cuando esta la vislumbra y le grita desde el otro lado del local. Bueno, ya la vio.
—¡Caro! —Lorena se levanta de su asiento, haciéndole señas— ¡Ven! ¡Hermana, veeeeen, por favor!
Ella, con la poca honra que le quedaba, se gira, le sonríe al bartender y le indica que ira con su whisky donde su hermana pero que siguiera con la cuenta abierta. Se levanta y va a sentarse con ella, sus pasos sintiéndose pesados.
Lorena, con rapidez, la abraza fuerte y con muchas ganas, que la estaba dejando sin aire. Cuando ya la suelta, Carolina la observa de reojo.
—Ren, ¿estás bien? —el apodo se le sale de repente y les sorprende a ambas que lo use. Solo ella le podía decir a su hermana pequeña así. Lorena se recupera rápido del asombro y le responde.
—¡De maravilla! Estoy súper híper mega fantástica, por supuesto. ¿No me ves?
“No, realmente no”, piensa Carolina. Se sienta y observa a su hermana. Trae el pelo despeinado, como cuando andas en motocicleta sin casco. Sus mejillas están rojas de tanto sonreír, si sus pequeñas risitas son de fiar. La cerveza era de seguro un factor a considerar también.
Carolina suspira y termina su trago de whiskey. No sabe que contestar, pero no es necesario.
—No creo que lo sepas —empieza Lorena, aun con una sonrisa en su rostro, pero sus ojos denotan tristeza— pero papá lloró mucho cuando te fuiste a la universidad, él decía que lo abandonaste. —Vuelve a reír sin ganas— Claro, solo lo decía cuando estaba bien borracho, ¿sabes? A la mañana siguiente ya no se acordaba de nada. Pero yo, pues yo tenía diez años cuando te fuiste a estudiar a la capital.
“En esa época, venías cada dos fines de semana, para lavar ropa, ¿te acordás? Pero con los años, dejaste de venir tan seguido, solo volvías en vacaciones. Y cuando te graduaste, conseguiste trabajo, un lugar bonito donde vivir, un novio, amigos, y solo te olvidaste de papá. Te olvidaste de mí.
“Para cuando terminé la secundaria, papá ya estaba viejo y no podía darme el lujo de dejarlo solo, ya no había nadie más para cuidarlo. Así que me quedé y tú no volviste hasta que murió.
Lágrimas ruedan por las mejillas de Carolina. Ella y Lorena no hablaban mucho en aquella época, pues qué se supone que una joven de dieciocho años hable con una niña que ni a la pubertad había llegado aún. Para cuando tal vez ya podría haber conectado con su hermana, Carolina ni siquiera lo había intentado.
—No era mi intención dejarte sola.
—Pero lo hiciste.
Carolina suspira.
—Lo sé. Y lo siento. Debí haber intentado ser una mejor hermana y no lo hice. Quería escapar con tantas fuerzas de aquí que no me di cuenta, o no quería darme cuenta, que también te estaba dejando atrapada.
Se estira y toma la mano de Lorena, al principio dudando, pero cuando su hermana no se aparta, Carolina la aprieta.
—Ren, hiciste todo lo que yo no estaba dispuesta a hacer. Me arrepiento de muchas cosas a lo largo de los años, pero no estar ahí para vos mientras crecías, siempre será el mayor remordimiento de mi vida.
Lorena le sonríe, la primera sonrisa de verdad en las semanas que llevaba aquí, y le pone su otra mano sobre las otras que ya estaban enlazadas.
—¿Vamos a casa? —pregunta Lorena.
Carolina solo asintió, lágrimas acumulándose en sus ojos.
***
Lorena despierta con un terrible dolor de cabeza, lo que no debería sorprenderle considerando la cantidad de cerveza que bebió la noche anterior. Christian dormía junto a ella, le sorprende que esta vez no lo hubiera oído llegar del turno nocturno; debía haber estado muy borracha para no inmutarse durante la noche. Con pocas ganas, se levanta para empezar el desayuno.
Entrando a la cocina, Lorena encuentra a Caro cocinando. Estaba haciendo pancakes. No es algo que ella hiciera con mucha frecuencia, ya que requería cierta paciencia y tiempo que casi nunca tenía en la mañana. Pero ahí se encuentra su hermana, revolviendo la mezcla con una batidora de mano.
Ver a Caro ya no le da esa furia y rencor que sintió esa primera noche al verla fuera de la casa la noche que se apareció. Desde entonces, intentó evitarla cada mañana. Verla cocinar le hacía recordar la primera mañana cuando regresó.
Lorena se había despertado temprano, con muy pocas ganas de levantarse de la cama. Su esposo seguía roncando al lado de ella, al igual que ahora. Sonríe al recordarlo. Sus ronquidos no eran tan ruidosos, al menos no como para que la molestaran mucho. A veces, Christian hacía ruiditos adorables que nadie más conocía excepto ella.
Intentando no molestarlo, Lorena se había levantado de la cama y caminó hasta la cocina, para iniciar con el desayuno de su familia.
Había sido viernes y los viernes pueden ser un buen día para ella o malo en general. Christian estaba en el turno nocturno desde hace como un mes, por lo que necesitaba dormir buena parte de la mañana para recuperarse. También, los niños iban a la escuela, excepto los últimos viernes de cada mes, que precisamente había sido ese día. Por lo que nadie se levantaría temprano y todos tendrían un hambre horrible cuando finalmente se despertaran. Por eso Lorena intentaba siempre cocinar temprano lo que se podía cocinar temprano y dejar para después lo que no. Como, por ejemplo, sándwiches.
Fáciles de hacer y no importaba si se lo comían frío, así que, para no atrasarse con el resto de cosas que tenía que hacer hoy, Lorena había empezado a embadurnar de margarina el pan de molde.
Mientras preparaba el desayuno, Lorena se dedicó a pensar en su hermana. No era sorpresa que Caro apareciera esa noche, se lo había dicho en un mensaje de texto unos días antes. O bueno, se lo había enviado a Christian quien se lo dijo a ella. Las hermanas no tenían los números de teléfono de la otra. Así de mal estaba la situación entre ellas.
Lorena no estaba segura de por qué Carolina había vuelto a casa. Aun después de su plática en el bar, no estaba segura. No se habían visto en más o menos trece años, desde el funeral de su padre, desde la pelea que tuvieron por la venta (o en este caso, la no venta) de la casa. Lorena tenía unos veintitantos años en esa época. Estaba embarazada y recién casada con su esposo.
Lorena suspiró al recordar esa época.
En cuanto terminó de hacer los sándwiches, como si eso les hubiera dado una señal, uno por uno, sus hijos fueron apareciendo para desayunar. Uno más dormido que el otro, pero todos con la misma cara de hambre. Lorena rio y les dio a sus bebés de comer, que tal vez ya no eran bebés, pero siempre lo serían para ella.
La más grande, Jacqueline, era la que lucía más viva que los otros dos.
—Jackie, mi amor, ¿me hacés un favor? —Su hija, frunciendo el ceño, asintió— Tenemos una invitada en el cuarto que usamos de bodega, ¿la podés ir a despertar por favor?
Lorena había estado clara que mandar a su hija a hacerlo en vez de hacerlo ella misma era caer bajo, pero suponía que había situaciones donde una mujer adulta podía aún comportarse como una adolescente, y este era uno de esos momentos.
—¿Quién es? —Jackie preguntó.
Lorena había dudado un segundo en responder. Jackie solo la miró, esperando una respuesta.
—Ella es tu…—Lorena alargó la oración, esperando que su cerebro le transmitiera una buena excusa o algo más que decirle a su hija en ese momento—…tía.
Su cerebro no era muy bueno en crear mentiras, al parecer.
—Okay.
Jacqueline solo se había encogido de hombros y salió a buscar a su tía.
“Dios, no puedo hacer esto ahora”, había pensado Lorena.
Con rapidez, agarró los platos de sus dos otros hijos, que ya habían terminado de desayunar y fueron de vuelta a sus cuartos a dormir, los había lavado con rapidez, y tomó el plato ya listo de Jackie y de su hermana, dejándolos en la mesa.
Sin esperar a que ambas entraran al área del comedor, Lorena había agarrado su trapo para limpiar y se fue, buscando algún otro lugar para ocupar su mañana, y así atrasar la inminente plática con su hermana un poco más.
Plática que ya tuvieron porque Lorena había estado teniendo unas semanas trágicas, donde la presión se había acumulado tanto que había decido ir a emborracharse ayer en la noche para liberar dicha tensión.
Aunque tal vez pudo haberse hecho de una manera diferente, el poder sacarse todo lo que había estado sintiendo los últimos veinticinco años de su vida, le dio a Lorena una paz y una ligereza en su propia piel que no recuerda haber sentido en todo este tiempo.
—Nunca me dijiste el porqué de tu visita. —dijo Lorena, anunciando su presencia en la cocina.
Carolina salta, por la sorpresa.
—Buenos días, Ren.
—Buenos días, Caro. —Lorena alza las cejas. —Entonces, ¿qué pasó? Y eso que no te estoy corriendo, ¿okey? Solo me sorprende que llevas aquí semanas y creo que no te he visto siquiera trabajar desde una laptop.
Carolina suelta la batidora y da la vuelta para observarla.
—Tuve que renunciar. Mi jefa me estaba dando unos problemas que en realidad no eran para mí.
Lorena hace una cara de confusión.
—Querían culparme de unos errores que yo definitivamente no hice —sigue Carolina—, así que renuncié antes de que me despidieran. Al mismo tiempo, porque tengo la peor suerte del universo, mi apartamento se inundó y ya no tenía adónde ir ni con quien hablar porque todos mis amigos eran del trabajo. Así que, vine aquí, al último lugar al que esperé volver.
Lorena arruga la frente.
—¿No tenías novio?
—Eso fue hace años, por favor, ponte al día.
Lorena ríe.
—Qué saltos da la vida, ¿no?
Su hermana se ríe con ella.
—Sí, son necesarios a veces supongo.
Sin pensarlo, Lorena acorta la distancia entre ambas y se lanza hacia los brazos de su hermana mayor. Habían pasado tantos años sin tocarse, que Lorena había olvidado la calidez que siempre había sentido al abrazar a Carolina, lo segura que siempre se sintió al solo estar cerca de su hermana. Respira en su cuello, el olor llevándola a recordar su niñez, cuando todo era aún simple, al menos para ella.
—Te extraño —dijo Lorena entre lágrimas. —Aunque estás aquí, te extraño.
—Yo igual, hermanita.
Después de, ni siquiera se dignó a contar el tiempo que duraron, abrazarse, ambas hermanas se separan, riendo un poco más y juntas, terminan de cocinar el desayuno. Era miércoles, Christian seguiría dormido unas cuantas horas más. Los niños con suerte estaban de vacaciones, por lo que tenían tiempo antes de que despertaran.
Ambas tienen tanto de qué hablar, más heridas que desentrañar, y lo harán, pero no ahora.
Untando una pequeña gota de aceite a una sartén y quitándole el exceso con una servilleta, Carolina echa un poco de la mezcla de pancakes hasta formar un círculo deforme. Cuando las burbujas empiezan a aparecer, Lorena espera unos segundos y luego le da la vuelta al pancake, dándose cuenta muy tarde que el fuego está puesto muy alto, al ver la corteza ligeramente quemada.
Ambas ríen.