Así de Old…

Así de Old…

Por: Rolando Dávila-Sánchez

El primer juego digital, aunque no en línea, sería el de la “culebrita” en aquellos viejos celulares-ladrillos pero que durarían una vida. Con práctica, devoción y un método, uno llegaba a acumular ingentes cantidades de puntos, pero luego se volvía muy difícil de batir. Lo siguiente que tuve fue un “game boy” y me la pasaba jugando Pokémon, las versiones viejas de Kanto, Johto y la de Hoenn que ya nunca terminé, quizás ya no era lo mismo. Pero sí era muy bueno en las primeras, casi imbatible en duelos contra mis amigos, sin embargo, el encanto se iba perdiendo de poco a poco. También jugué en Nintendo 64, mis favoritos, otra vez Pokémon, Smash Bros y Star Fox; Smash Bros incluso en la game cube. Recuerdo que después del colegio solíamos ir a alquilar para poder jugarlos, el milagro de la era digital acabó con muchos negocios de este tipo.

A pesar de jugarlos, nunca fue una devoción como veía en otras personas, mis primos podían desvelarse jugando hasta “pasar” un juego, o haciendo retas en juegos de deportes o de luchas. Parecía casi una obligación en la que se debía jugar sí o sí a diario, más los costos de comprar los juegos nuevos cada que recién salían. Otras consolas permitían los juegos en línea, así que se volvía más interactivo y dinámico, pero ya no entré a esa era y menos mal, porque están diseñados para ser atrapantes. Incluso, hay registros de las secuelas psicológicas que causa en distintas personas y los actos vandálicos que los llevaron a cometer, noticias de tiroteos que ocurren cada cierto tiempo en Estados Unidos dónde es más barata un arma que una consola y puede que hasta con menos restricciones. 

Cantidad de personas gastan mucho dinero en juegos en línea para mejorar las “skins” de sus avatares, aunque no representa ninguna ventaja, sólo se ven mejor. O en las recargas para poder jugarlos. El proceso se repite, son atrapantes y no terminan, en una semana pueden ser “heroicos” en Free Fire, pero cambian las reglas y baja de rango, además que hay que jugarlos siempre, a diario y por ratos extensos. Hasta dónde sé o percibo, al menos sirve para hacer amigos de cualquier parte del mundo, incluso a practicar algún idioma según sea la procedencia de la cuadrilla. No tengo noticias de mayores repercusiones, más que alguna que otra “puteada” por una mala pasada, quizás alguna insinuación torpe y hasta vulgar, tampoco mayor riesgo de estafa que los mensajes, llamadas y correos raros habituales.

Supongo que estoy así de viejo, pero igual, hasta nuestros padres, madres y abuelos pueden quedar atrapados por algún juego, de seguro que sí, para eso es la industria precisamente, una, que no tiene final.

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