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En visto…

En visto…

Por: Rolando Dávila-Sánchez

Hubo una entrevista de opinión que planteaba los retos a los que se enfrentan las relaciones amorosas con forme se avanza en edad y experiencia. Parafraseo, pero refería que cuando nos enamoramos, lo hacemos de las expectativas de relación que se tienen, fruto de múltiples variables como del ejemplo tenido, formación socio-cultural etc. Y cada vez que nos volvemos a enamorar acarreamos aquellas expectativas de la relación anterior más “eso” que esperamos de la nueva; se van acumulando, cada vez hay más exigencias a esa esperanza del verdadero amor, romántico o no. Pero también, cuando nos decepcionan, cuando se acaba, cuando se rompe; no solo nos dolerá esa relación, dolerán todas aquellas anteriores, por esa misma razón. Eso que duele del amor, son todas esas expectativas poco realistas sobre el amor que se tengan hasta el momento… y con el tiempo también se acumulan. Si alguien recuerda al ponente, por favor me lo recuerda, y no, no es Walter Rizo, ni mucho menos algo tipo Gary Chapman.

En todo caso, la dicha o la pena viene de uno mismo, de la construcción de ese ideal de “amor” de relación amorosa que se quiera establecer. En esto, el peso de la formación de cada quién y el contexto vivencial tiene un valor muy alto, pero también la capacidad de auto examinarse, de cuando se tiene una esperanza poco realista e irracional encima. Las expectativas vienen de sí mismo y son reforzadas por la creencia que se deposita en ello de realizarse, así, uno se termina enamorando de esa idea que se ha fabricado y cuando duele, lastima no alcanzar ese ideal de ensueño que uno se pensó posible; y se acumulan. 

En otro vídeo, una psicóloga explica esta relación con el experimento de B. F. Skinner, sobre conductismo y refuerzo. Al igual que una transacción, como parece uno engancharse con quién más nos cuesta, nos hace mal, es un opuesto o toma más tiempo obtener algún resultado. La similitud con el apego al ideal amoroso que se ha fabricado en la mente, es que se cree que la perseverancia, el empeño, el esfuerzo en esa relación conllevará al resultado idílico que se ha forjado; a tanto más trabajo y dedicación, mayor la recompensa. Nuevamente, cuando se derrumba, el arraigo a esa esperanza y a todo el amor depositado deja profundas secuelas, duele, lacera todas esas expectativas preconcebidas a la relación y a las esperanzas que se tenían, y sin autoexamen, perduran y se transfieren, esperando que en la siguiente oportunidad se realicen, no sólo esas, sino también las nuevas que se fabriquen. Asimismo, la decepción se acumula. 

Ya lo decía Gabo: “…tanto más efímera, cuánto más intensa”. En este sentido, mi posición ante los así llamados “red flags” o banderas rojas, es que primero uno debería ser capaz de identificarlos en sí mismos. Además de que pueden ser bastante relativos, lo que para alguien desde su experiencia y contexto considera una bandera roja, puede no serlo para otra; entre otras consideraciones, como hacerlas de lado por considerar que esta vez sí se cumplirá su ideal de amor. De esta forma, cada uno debería de tener un autoestudio de sí mismo de forma constante, identificar patrones que no son deseados, ideas de fantasías, descartar ejemplos nocivos (esos que nos hacen decir “no estoy tan mal” ó “quiero tener algo así”); es una construcción constante. Tampoco se trata de descartarlo todo (quién atiende consejos vive mucho), sólo de no estar con prejuicios y vicios, la experiencia es útil, pero también dejarse sorprender y descubrir; después de todo es el sentimiento por excelencia. Y si se acaba, sobrellevarlo a la manera estoica (como quién devuelve un libro que se le ha sido prestado), sin que esto empañe o desmerite al amor, con un poco de suerte, un día se compartirá uno que será el predilecto definitivo.

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