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Elecciones: una oportunidad para agendar cita con la libertad

Elecciones: una oportunidad para agendar cita con la libertad

Por: Lucas Andrés Marsell

Elecciones, el tema que desangra las imprentas de los diarios, la crónica escrita por la mano de los pueblos y ensuciada con el dedo de los dictadores, la obra a la que todos somos tentados con ofertas protagónicas, que terminan en pobres actuaciones donde el crédito no es de quién vota para elegir, sino de quien elige lo que se va a votar, una cita con la infamia y con la historia, ambas impacientes ya sea por las sombras que oculten de una la derrota, o por la luz que de la otra lo rebele.

Algunos siguen suspendidos en el éter de la soberbia, otros gravitan la indiferencia que les permite adormecer la conciencia, el espíritu; esencias propias que el alma necesita para mantener su dignidad y no ser tentada a las más ignominiosas esclavitudes – en efecto el peor de los sometimientos es aquel que atenta contra la libertad del alma y la aplasta entre consignas vacías y leyendas escazas de fundamento.

Mudar la costumbre de esclavos es todo un reto para este pueblo, un pueblo enamorado de sus heridas y cicatrices, tanto que hasta parece infligirse con resignación estos patrones cíclicos de desgracias, como si buscara en tantas lagrimas pagar sus culpas ancestrales, alguna ofrenda negada a los dioses ausentes e inertes en las piedras, algún desprecio a los recios espíritus que habitan en los vientos y en las brasas incandescentes de los volcanes, alguna falta o algún diezmo incompleto en los alfolíes de las iglesias ¿Qué será que nos castigamos con tanta paciencia y somos impacientes con el perdón de nuestras deudas?

Estamos a las puertas de encontrarnos contra el papel y la conciencia, contra el experimento y su incertidumbre, mitad de una cosa y al mismo tiempo, al mismo instante tan válida como la otra, ninguno quiere abrir la sorpresa que aguarda la caja porque al final habrán colapsado todas las matemáticas y predicciones, al final habrá un perdedor y un perdido, y espero que el pueblo sea el perdedor, pero que nunca tenga la suerte de vivir sin saber de dónde viene, de donde va y donde ha ido.

El que ha perdido no tiene más remedio que negarse con prepotencia a la voluntad de los que perdieron y porque la prepotencia es la más grande de sus miserables dones y miedos, conocemos en esto que participar en las elecciones no es para satisfacer la especulación de los medios, ni para desmentir a encuestas, brujos y predicadores; votamos para defender nuestro derecho, negando con la tinta el quedarnos en silencio, votamos para encontrarnos con la patria y prometer con nuestra pluma, que el dictador sentirá de cada urna que le llueven bofetadas.

Por tanto, estamos comprometidos con la defensa cívica de nuestra bandera y de nuestra identidad, ningún dictador puede arrebatarnos nuestra condición de hombres y mujeres libres, porque la libertad no es un don que proceda de las migajas y miserias de los tiranos, no es una concesión hecha por voluntad de faraones, la libertad es un don inherente a nuestra naturaleza, no hemos nacido entre rejas y prisiones, ni cargamos esposas en los vientres de nuestras madres, nacimos libre, somos libre y moriremos siendo libres, aunque la libertad nos cueste el aliento.

No es que de pronto hayamos querido rescatar los discursos que desprecian a la vida en un concurso, donde la libertad parece incluso mucho más importante; por el contrario, defendemos el concilio donde la esencia mística del ser es consustancial con su libertad, un único don: atómico, indisoluble e indivisible.

Las elecciones son un escenario propicio para el ejercicio de la libertad y la democracia; sin embargo, las condiciones no son favorables a la gran mayoría que quieren ir a un proceso legítimo y verdadero, lo que Ortega ofrece es un acto mediático, hecho a la medida de lo que exigen todas las dictaduras para poder sostenerse de facto como soberanos de la impunidad, pensar que las elecciones van a ser un proceso justo y consecuente con lo que el pueblo quiere, es caer en la mediocridad política y en la ingenuidad y no podemos abusar de confiarnos, en que la serpiente ha dejado su condición de traidora y asesina, de rastrera y miserable: la más repugnante entre su especie.

Ciertamente necesitamos un sufragio que resuelva a favor de la voluntad popular y no de los intereses mezquinos de quienes han sacrificado al pueblo como ofrenda al dios de la noche oscura, buscando de su favor como buscan los gusanos la carne de las victimas que se pudren en la paciencia de la diplomacia y la hipocresía de los neutrales; no por eso debemos despreciar el convocarnos en un futuro a elegir con sabiduría y no con fanatismo a aquel que llevara la misión de ser el principal servidor de su pueblo.

Aprendamos a corresponder a la patria con elecciones consientes y consecuentes, no hagamos un desperdicio de la oportunidad de ser los responsables de un mejor futuro, no hagamos elecciones caprichosas y mezquinas, que terminen en imposiciones de mediocres y tiranos, que se olvidan de la razón a la que fueron llamados y empecemos a darle valor a la política como la cultura de saber elegir servidores públicos comprometidos con su pueblo y sus leyes.

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