El alarido de un destino inesperado
Por: María Rebeca
A veces el ser humano se confía demasiado por naturaleza, deseamos grandezas volviéndonos avariciosos; numerosos pináculos acaparando grandes terrenos, vacunas creadas por peligrosos virus, armamento perfeccionado para ataques continuos de una sociedad a otra. El ser más egoísta del planeta que busca la misma perfección siendo incapaz de encontrarla arremete contra la felicidad del ajeno. El mundo está lleno de incertidumbre, múltiples misterios empezando desde la creación del mismo ser. La información esencial del ser humano se sitúa dentro de grandes aspas compuestas de un ciclo de escaleras que al igual que un mural tienen fachadas infinitas combinando sus mismos colores y formas singulares a un nivel atómico impresionante, son simples matices de una repetición que resultan en la belleza del mismo ser humano desde su boca hasta sus manos y vello corporal. “El mundo es tan diverso que nunca lo llegaras a conocer completamente”, en que podría basarme para esta afirmación si es que la ciencia atribuye una misma evolución básica basada en un simple simio o bacteria puesto que es la lógica guiada por sobre el instinto.
Dina Meléndez, es un roto del estereotipo, un cuerpo desequilibrado con sus largos brazos y piernas, resecos con costras de suciedad todavía presentes de sobras del desayuno de ayer acompañadas del delicioso olor al arenque fermentado que solía cocinar óscar persson dentro de su pescadería. Un pecho casi plano seguido de su saliente vientre hinchado conectado a sus exorbitantes caderas causadas por la misma enfermedad mientras sus carillas resaltan por sobre su boca simulando la icónica obra del expresionismo por Edvard Munch, El Grito.
Distrofia miotonica de Steiner, su preciada herencia maternal. Una enfermedad progresiva del sistema nervioso central, una herencia genética pasada después de 3 generaciones manifestándose con la pérdida de masa muscular, problemas oculares, cardiacos y endocrinos. Podría decirse que su aspecto era similar al de las arañas, moviéndose con sus delgadas extremidades con dificultad, observando a través de la bisagra de la puerta a su hermana arreglándose para asistir a su escuela secundaria para luego ir a su trabajo de medio tiempo en la pulpería de doña Ramona Sandoval mientras ella quedaba en casa lidiando con su madre enferma; y es que la señora había quedado con algunas secuelas de la depresión postparto que derivaron en psicosis. La familia Meléndez, era una familia humilde viviendo en los primeros municipios de rio san juan específicamente en san miguelito, donde se acogen maravillas naturales idílicas desde parvadas de aves con plumajes coloridos hasta atardeceres violetas reflejados en aguas del lago cocibolca que observas fácilmente sentado en el muelle de concreto cubierto con pequeños charcos de agua haciendo evidente el alto nivel de humedad capaz de crear finas capas de verduzco musgo entre las esquinas que sostienen la parte sobresaliente del muelle y en medio de este todavía presente desde 1,850 las vías del viejo ferrocarril. Una casa rosado chillante con techo de zinc desgastado por las continuas lluvias del mes de mayo, una puerta de madera castaña dura pero con grietas alrededor con solo una manija de acero que al tocarla deja aquellos restos de óxido con su aroma tan peculiar a calcetín sudado, su cercanía a la misma calle hacia ruidosa cada mañana especialmente los martes cuando los camiones exportadores alumbraban las calles oscuras a las 5 de la mañana con destino a la frontera con costa rica apresurados por su retraso al desayunar en la leche agria cerca del parque central famosa por su gallo pinto con leche de coco acompañado de su tortilla con cuajada hecha por ellos en su finca chontaleña.
Dina Meléndez vivía a lado de su madre, una mujer a principios de los 50 maltratada por el sol dejándose ver una piel de pan remojado en una humeante taza de café, suave y llena de arrugas con sus ojos esmeraldas apagados por las alucinaciones vigentes en sus noches de insomnio donde su hija, la protagonista está dotada de un aura perversa semejante al psicópata de las pesadillas de cualquier niño pequeño después de un maratón de películas de terror.
Isabel acercaba su figura paulatinamente hacia dina, quien escondía su largo cuerpo entre la esquina de la puerta contra la pared. Agacho su cuerpo, elevando su mano derecha para acariciar su cabeza tratando de tranquilizarla. —-Prometo llegar temprano solamente estaré unas pocas horas fuera de casa, cuídate y no olvides darle su medicina de la tarde—Dina agacho la mirada con miedo de ver a su hermana alegarse, la tensión apoderaba su cuerpo, maldiciéndose por dentro, volvió a ver entre la bisagra a su hermana cerrar el portón con llave antes de irse y despedirse por última vez de ella para continuar su camino hacia la secundaria. Hace solo 10 minutos de la salida, y ya se escuchaban los gritos pertinentes de su madre pataleando sobre la cama gritando su nombre junto con fuertes improperios con una voz jocosa que provoca un eco irritante al extenderse como onda hacia sus oídos. —jueputa, Dina. ¿A qué hora traes la medicina? Después de todo el esfuerzo que hago aguantándote no podés hacer ni una cosa— pasos fuertes resonaban golpeando el suelo con insistencia, se dirigía hacia ella rápidamente. Su cara fundida de rojo se veía hinchada por el enojo, la mandíbula se apretaba haciendo rechinar sus dientes retumbando al oído similar al chirriante sonido de garras pasar sobre las pizarras. Agarro sus hombros dejando sus dedos plantarse firmemente sobre su piel mostrando dominancia, agrando sus ojos mientras sacudía aquel adefesio, su mayor error, un desagradable ser enfermizo plagado de moscas por la putrefacción interna que solo ella podía apreciar. Dina tratando de soltarse de su agarre espeto sus brazos contra duras uñas dejando hijos diminutos caer. —no sirves más que para llorar, llorar no te va a llevar a nada después de todo solo pecas de ociosa, mientras lloras tu hermana menor diariamente confronta la vida solo para traer tus viciosas medicinas—-sollozaba con fuerza mordiendo su labio inferior peleando por soltarse hasta que fue soltada violentamente contra el piso dejando su cara aplastada cubierta por sus mechones café, observó cómo su madre escupía sobre ella, para luego largase hambrienta hacia la cocina.
Dina diariamente era acosada por su madre, la psicosis postparto había avanzado a tal punto que la misma enfermedad atentaba contra los demás, no eran solo actitudes agresivas comunes sino brotes psicóticos que podían durar hasta dos días completos, existían momentos donde ni ella misma sabía quién era donde culpaba a dina de ser la bruja arrebatándole su identidad y preparando la hoguera en donde seria quemada viva. Era una mujer manipulativa que sabía jugar con las cartas a su favor despojando a su hija de sus necesidades para controlar a Isabel a su favor, y su marido era su general aquel salvador de la guerra quien había escarbado en los escombros para encontrarla por eso debía quedarse callada y calmada en su presencia.
Isabel llego a la familia Meléndez a la edad de cinco años, una hija concebida del adulterio, Miguel Meléndez trajo a la pequeña después del abandono de su segunda amante creyendo tendría una mejor vida dentro de casa que acostada en las calles a causa del hacinamiento presente en los orfanatos cercanos a su zona regional. Fue criada dentro de un ambiente irritable donde dominaba la postura cerrada de su padre quien salía cada madrugada a pescar en su pequeña lancha atracada en las costas del lago cocibolca, Miguel Meléndez era un hombre ambicioso que no escatimaba su tiempo en preocupaciones como la escasez de guapotes por la sequía del lago de Nicaragua más bien invertía aquel tiempo sobrante en extraer la mayor cantidad de ingresos que podía de la cartera de los ingenuos turistas desesperados por la partida del ferri encargado de llevarlos a explorar las bellezas escondidas en el mayor manantial nicaragüense hogar de abundantes excentricidades para quien vive en un mundo de vidrio, metal y cemento. Sus hijas, las consideraba pilares que mantenían el peso de su vida afuera. Por otro lado, se consideraba a sí mismo el cimiento de su familia, su única razón de vida sería evitar el hundimiento trabajando arduamente para sustentarlos así estuviera embarrado de lodo soportando la compresión de las fuerzas externas. Pasaba solamente algunas horas del día en casa, las noches pasaba atendiendo un pequeño bar donde junto a sus clientes ahogaba sus penas en alcohol y sexo. Sus tardes eran preciosas ya que alrededor de las 3pm pasaba por su casa teniendo un ameno tiempo familiar con sus hijas y su esposa.
Dina se levantó del suelo aturdida, sollozando en silencio por miedo a que la regañaran por manchar el piso con agua sucia. Ella no podía soportar tantas dolencias solas tampoco podía auxiliarse de su hermana menor o de su padre a quien ambas le escondían los actos repulsivos hacia ellas. Dina salió por el portón del patio cuando escuche a su madre volver hacia la habitación nuevamente para darle una próxima reprimenda, se escabullo en silencio hacia la casa del vecino tocando la puerta suavemente siendo su próximo paso agacharse y tratar de cubrir su rostro ayudándose de sus brazos posando su rostro entre sus rodillas. Solamente pasaron algunos segundos donde la puerta fue abierta por su amigo, quien al verla guiño su extremidad superior llevándola dentro de casa. —No sigas, Me tiene harto. Ella se vive aprovechando de ustedes, estar enferma no le da derecho de tratarlos de esa manera. Dina, tu hermana se pasa sus tardes ayudando donde doña ramona solo para que esa vieja se aproveche y ocupe tus medicinas como pacificadores, tu padre se mata trabajando para traer alimento, pero a ti te priva las comidas diarias. Me canse de verte llorar, si fuera por mí te traería conmigo pero mi ganancia como carterista no alcanza para mantener a ti junto a mis hermanos y padres.—su vecino tomo el papel de madre para ella, era un hombre pero poseía todas las cualidades de una madre, apaciguaba su llanto sobando su cabeza al mismo tiempo que ella restregaba su cara contra su regazo mojado por las lágrimas soltadas.— si quieres puedes bañarte, pronto llegara tu padre a casa y no querrás estar oliendo a sajino, voy a prepararte algo de comer en lo que te bañas. Si necesitas ayuda grítame— quito a Dina de sus piernas para levantarse a prepararle el sándwich con sobras de jamón y mayonesa echada a perder ya que era lo único que manejaba actualmente, no ha conseguido muchos objetos de valor además gracias a la migración interna a Managua hay escases de puestos donde compren sus productos. El mercado municipal donde vendía gran parte de sus productos tendía a pagar miserablemente haciéndolas ver como baratijas, la economía del país venia decayendo gradualmente y esto se hacía bastante notable a la hora de la reventa. Era un muchacho humilde que debía hacerse cargo de su familia, dejo su escuela a mitad del camino, primero de secundaria, trabajaba en las fincas de la parte rural de san miguelito a un salario razonable sin embargo las carencias aumentaban en discrepancia a su estabilidad económica disminuía perjudicialmente llevándolo a robar cada día en los medios de transporte ganando mayor cantidad de lo que ganaba con anterioridad. Era un camino fácil, estaba etiquetado como maleante, un maleante, un ratero sin gracias que debía ser ejecutado. Las personas nunca se ponían a pensar en una pobreza extrema capaz de escarbar con uñas sobre un suelo infértil. No habían muchos trabajos para un rufián, no existía oportunidades educativas ni siquiera lugares donde podía prosperar solo se remitía a cualquier cosa que podía salvarlo de aspirar aire de carne asándose mientras su persona imaginaba cada mordisco que pegaría saboreándola lentamente mientras su boca chorrea por su comisura.—ayuda, no puedo, tengo miedo—dina grito al ver una araña entre las cortinas del baño, tratando de salir del baño sus chinelas le fallaron provocando su caída sobre el suelo de azulejo.—Estoy aquí, pásame la chinela que ya la mato—pronuncio exaltado, golpeando a la araña repetidas veces asegurándose estuviera muerta para mostrarle a dina que ya no había peligro.—tranquila dina, quieres que te ayude a curar tus heridas o prefieres esperar a Isabel—dina asintió moviendo de arriba hacia abajo mostrando su afirmación a la primera opción esperando el joven entendiera para no tener que pronunciar nada, su garganta todavía ardía por la golpiza de su madre en conjunto a su llanto que propino otra paliza a sus cuerdas vocales.—entiendo, buscare las cosas para curarte y terminare de preparar la comida de ese modo tendrás tiempo suficiente para cambiarte luego ve directamente al cuarto espérame ahí—salió del baño inmediatamente dándole privacidad, dina apreciaba toda la atención recibida por el muchacho. Apresuró su paso al cambiarse para no hacerlo esperar, cada tarde ansiaba los pequeños momentos con su persona donde se volvía una cotorra contándole nuevos conocimientos adquirido por su hermana quien leía sus libros escolares para ella todas las noches. Esta tarde iba a contarle acerca de factorización y las células, era una chica inteligente a pesar de sus dificultades para leer sola los textos entendía fácilmente cuando su hermana se tomaba el tiempo de explicarle también amaba platicar ya que desalojaba todas sus emociones negativas por medio de la comunicación. Al llegar al pequeño dormitorio se sentó en el catre donde distintas curas y alcohol estaba regado para sus usos, su vecino entro sentándose a su lado pidiéndole que levantara las mangas de su camisa facilitando su revisión. El chico se encargaba de desinfectar sus heridas al mismo tiempo que dina hablaba acerca del como la factorización es solo un proceso inverso a los productos notable e insistía en enseñarle que ella era capaz de resolver cualquier problema matemático haciéndolo reír enérgicamente al quererse levantar y enredarse con sus playeras tiradas por el suelo dejándola en una condición similar a un caballo bebe queriéndose levantar usando solamente sus patas traseras.
La casa vecina por otro lado venia ambientándose una desesperación sepulcral proveniente de una llamada conocida. Doña ramona se había comunicado con la familia Meléndez para comunicarles acerca de Isabel, quien sufrió un desmayo repentino cuando se encargaba de hacer el ultimo inventario diario en el cuarto donde almacenaba los víveres, acabando con fuertes convulsiones que ocasionaron una perdida insignificante de sangre a causa de la mordida de lengua. Isabel se encontraba grave camino al hospital primario de san miguelito recientemente inaugurado cerca del Carmen. En todo momento doña ramona se escuchaba inquieta en consecuencia de los sonidos alarmantes del electrocardiograma fluctuando negativamente en respuesta del derrame cerebral que padecía actualmente Isabel agregándole los gritos incesantes de los paramédicos tratando de controlar la epilepsia por medio de carmabezepina la cual parecía estar perdiendo efecto en su organismo.
Miguel escuchaba cuidadosamente las instrucciones que le daba doña ramona, parecía conmocionado por la noticia todo el tiempo que invertía en la prosperidad de su familia término siendo fraudulento siempre simulando una perfecta balanza donde su trabajo tenia igual importancia que su tiempo en familia. Las tres horas eran insuficientes, desgraciadamente se daría cuenta muy tarde de las consecuencias del desbalance laboral. El hombre colgó la llamada al recibir las últimas instrucciones, ordenando firmemente a su mujer traer a su hija menor entretanto guardaría algunas cosas de Isabel en una mochila ligera. Miguel estaba devastado por la culpa interna, cabía la posibilidad de pasar por otro funeral después de seis largos años en soledad carnal, su mujer no satisfacía sus necesidades sentimentales y no podía ayudarla plenamente por elevados precios de medicación. Otra vez la balanza estaba puesta entre su mujer carcomida por la psicosis o su hija sentenciada a variedad de exámenes físicos de diagnósticos, cuidados especiales como una cama ortopédica para aliviar su dolencia hasta una dieta saludable. El tiempo consumía su vida dejándole todos los cuidados a Isabel, no ningún problema después de todo soñaba con estudiar medicina especializada en fisioterapia por lo tanto sería un medio cercano a las prácticas profesionales, pensó de esa manera durante un largo periodo quitando de esa manera la culpa al exponerla a tantas responsabilidades. El estrés albergado por Isabel debió llevarla a sufrir un desmayo por cansancio aumentando sus niveles neuronales que desencadenaron las series epilépticas, sin embargo, Miguel no podía estar más equivocado; el ser humano es un misterio sin antecedentes tan enigmático pudiente del mas insospechado decreto de muerte.
La señora azotaba las puertas rítmicamente dejando ver su impaciencia, gritaba el nombre de dina con disgusto mientras exigía saliera. El muchacho oyendo los gritos se levantó ferozmente del catre hacia la puerta abriéndola sin cuidado dejando ver a esa desagradable mujer quien con asco objeto esa vivida mirada de enojo que transmitía—-déjate de tus malditos juegos sipote, entrégamela, no tengo tiempo para tu miraditas—No permitiré que te la lleves, será la última vez que le hagas daño sigue viniendo a mi casa con heridas de mayor gravedad que la anterior algún día terminaras matándola—espeto elevando su voz para no flaquear ante su imponente aura, su fuerza equivalía a cinco veces la suya agregándole a ello su agresividad y falta de sensatez era capaz de golpearlo hasta dejarlo inconsciente. Ella pasaba su lengua por sus dientes repetidas veces al mismo tiempo rodando sus ojos reía secamente dejando entre medio el sonido de castañuelas al chocar sus dientes seguido de esto solo sintió como fue brutalmente empujado contra la puerta dejándola ver a la pequeña dina que se escondía detrás del mueble central, una pequeña mesa de centro que apenas podía cubrir su exorbitante esqueleto. La señora exigió se levantara para llevarla con su padre, dina acatando sus órdenes se puso de rodillas vislumbrando al joven quien seguía en el piso sosteniendo la partera trasera de su cabeza, ella sonrió mostrándole su comodidad al irse para culminar de levantarse y cruzar el umbral con su madre en dirección a su casa.
Miguel Meléndez hacia señas a su esposa e hijas de subirse al carro para largarse lo más rápido que se pudiera, ya dentro del vehículo el hombre aceleraba gradualmente manteniéndose en cuarta. Dina estaba conmocionada dentro del carro había sido informada de los hechos y la ruta a la que se dirigían. Su pequeña Isabel estaba sola esperando ser atendida por un personal médico que siquiera tenían la certeza de salvarla, todos esperaban fuera el estrés y volverla a ver, que sea solamente una señal de Jesucristo como advertencia de sus pecados, esperaban un doctor aliviado recién salido de cirugía clamando exitosamente otra vida salvada en su turno pero los grillos no sonaban alegremente sus violines, ni los cuervos refunfuñaban en sus tempranas platicas borrachos sobre los cables eléctricos más bien su lugar se veía ocupado por aves carroñeras esperando el descuido del animal de turno. Al llegar el hospital aparcaron el coche y corrieron a las puertas, abriéndose pasos ansiosos a la recepcionista que se encargaba del desespero de las familias por su inadecuada tranquilidad y poca empatía pidiendo una calma que estas no poseían.
—-Isabel Meléndez, fue traída esta tarde aquí, necesito saber ¿cómo se encuentra? ¿Dónde está su médico? —-la recepcionista con calma reviso la lista de pacientes en la pantalla contrayendo su rostro con dolencia—-Déjeme llamar al médico para que hable con ustedes—–la recepcionista dejo su puesto en silencio pasando por las puertas de emergencia en búsqueda del doctor, dina se mordía las uñas arrancándose los restos de piel muerta de sus dedos. Pasaron 20 minutos hasta ver una señal de Isabel, Doña ramona su única acompañante lloraba desconsoladamente sentada en la sala de espera al lado un vaso de café helado. Miguel quería acercarse a ella, pero sus piernas se lo impedían, temblaba, su labio mordisqueado a punto de romperse por la presión. El hombre trataba de enmascarar su estado de lucidez con paranoia. El doctor paso los portales finalmente, aun leyendo su cara sus facciones hacían imposible adivinar las condiciones en las que se encontraban o el diagnostico de Isabel, aunque miguel suponía el desenlace—Isabel Meléndez llego rondando las 4 pm con un episodio de epilepsia critica, su elevada temperatura y bajo peso la hacían propensa a un derrame cerebral. Su sangre transportaba grandes niveles de mercurio por la ingesta continua de mariscos a este punto supongo que su madre durante el embarazo consumía grandes cantidades, por lo tanto el feto vendría naciendo con problemas neuronales afectando sus habilidades de aprendizaje o en este caso dañando permanentemente su cerebro, en este caso las neuronas generaban una cantidad de impulsos electroquímicos fuera de la tasa establecida.—Miguel se había quedado en blanco como era posible que su propio trabajo hubiera matado a su hija, debía ser un error, su hija no podía estar muerta, la causa siquiera se sentía creíble ¿Cómo un pescado había ocasionado todo esto? —-Normalmente las personas no están informadas de este tipo de casos, la ingesta de pescados de gran tamaño conlleva grandes cantidades de mercurio, el agua por si solo emite metilmercurio que es consumido por peces pequeños en las algas luego estos son devorados por los más grandes atribuyéndole todo el metilmercurio consumido. Enserio lamento mucho su perdida espero sea de consuelo decirle que la joven lucho hasta el final por su vida, también en sus vagos momentos de lucidez pronunciaba el nombre de Dina. Bueno ahora me retiro, la enfermera les entregara los papeles de defunción para que puedan retirar a su hija recuerden firmarlos con antelación, si el cadáver no es retirado antes del plazo establecido se entregara a medicina forense—El doctor se retiró del lugar dejando a la enfermera quien entregaba los papeles y explicaba al padre todo el proceso a efectuar. Dina logro escuchar todo, había estado parada todo el tiempo al lado de su padre, preguntándose cuando el medico pararía de hablar. Son gente sin humanidad ni tacto, podía clavarle el puñal a la familia sin inmutarse, sus ojos inyectados en sangre dejaban ver la profunda melancolía, pero ellos ni siquiera otorgaban palabras de consuelo. Dina no podía callar sus gritos, se estaba desgarrando, de su garganta escapaban gritos cuando articulaba una palabra. Su cuerpo estaba frio, sus ojos estaban empañados tanto era su dolor que su mandíbula se atascó a una altura anormal. El dolor acompañado de recuerdos aglutinaba su cabeza, sus noches leyendo los libros escolares, sus manos sobre el paste lavando su espalda cuando se bañaban juntas, sus horas de sueño interrumpidas por sus añoranzas del futuro donde Isabel parada en la tarima sostenía su título universitario y ella al lado de su novio miraban a la pequeña levantar sus brazos en forma de victoria. El ser humano, es un ser impredecible que rompe estereotipos y teorías donde la historia que comienza tardía termina anticipadamente.