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Colapso 

Colapso 

Por: Rolando Davila 

Despierta en el último asiento del vehículo, por lo general le toma alrededor de media hora llegar a casa y de haber llegado, su papá la habría despertado, pero al asomarse a los asientos de adelante, no ve a nadie. Se siente desorientada, ¿cuánto habrá dormido? ¿será que se bajaron a hacer algo? pero el vehículo está detenido en una calle, a un costado hay una cancha de fútbol y al otro un recreativo que esa noche está cerrado; es raro, no es sitio para detenerse, las ventanas de piloto y copiloto están a la mitad, pero el vehículo está apagado. Entonces, toda pereza y somnolencia se va, dando paso a la inquietud, se sienta, atenta al retorno, pero sigue pensando que esa pausa no tiene sentido, no hay nada cercano a lo que pudieran dirigirse, mucho menos algo que hacer por ahí, no recuerda ningún precedente. Está sola sentada en el vehículo, atenta, viendo a diestra y siniestra, no hay luminarias atrás, pero algo de luz le llega de la cancha, hay una al frente, pero no tan cerca; sombras, bultos, de algún paso eventual de algún vehículo, más raro que pase alguna persona del costado de la cancha, porque del otro no hay ni espacio para que alguien circule, el predio está oscuro y hasta montoso, los ruidos se intensifican, como si algo o alguien anduviera por ahí, en la sigilosa cobertura de la noche, pero nada que pueda ver con la tenue difuminación de la luz arrojada por los escasos vehículos que por ahí transitan. Por alguna razón se agacha, para no ser vista, busca su celular, no tiene saldo para llamadas, mensajes ni datos para conexión a internet, nada raro, también su papá andaría en la misma situación; pero tiene el recurso de repicar la llamada para que notificar al destino, ¿a quién? primero a la pareja, inicia la salida, suena una vez, pasa un vehículo en cámara lenta reflejando la luz en el techo del vehículo como un caleidoscopio que cambia de forma a las fauces de un felino, a las escamas de un lagarto a una mancha funesta estilo rorschach; suena la segunda vez, ella piensa: “contesta, contesta, por favor, por favorcito, por Dios”; suena la tercera vez, ella ya está en pánico, está llorando, moviendo las piernas de forma inquieta, golpeando el piso… suena la cuarta vez, su llanto es desbordado, un vehículo pasó lento, indagando en qué pasaba, tal vez por su movimiento, seguro al notar que no estaba desocupado, siguió su camino… a la quinta vez se corta la llamada, no tuvo respuesta, pero se envió la notificación. Se sienta, sigue llorando, tiembla, no sabe qué hacer, a quién llamar, se pasa a los asientos de adelante, de alguna forma piensa que un auto vacío sería una presa fácil, reintenta la llamada, nota que todas las cosas están ahí, la mochila de su papá y el bolso de su pareja, se limpia las lágrimas, se recoge lo mocos, hará esto con cada repique de la llamada. Se diría que ella es una niña aun, apenas está aprendiendo como andar sola en bus ¿a qué edad se lo permitirían ustedes a sus hijos? en todo caso sería en la adolescencia o preadolescencia, según cada quién, tiene miedo, no sabe que sería mejor, si ver algún transeúnte o no encontrarse con nadie, o que por lo menos que no fuese un hombre, lo mismo con algún vehículo que circule. Intenta llamar a su mamá, bultos y sombras cesan, dando paso a la desolación, también de los ruidos, parecen los ruidos de una noche profunda, de un pueblo fantasma y del desamparo… tampoco tiene retorno de llamada, “típico”, piensa. En ese momento nota que están las llaves en el vehículo, “Oh papá, si sólo hubieras seguido enseñandome a conducir como tantas veces dijimos”, claro, llamar a su papá, la persona que dice quererla más en el mundo, hará todo lo posible por contactarla y reconfontarla, no la dejaría sola a su suerte sin ninguna razón y haría todo lo posible por enmendarse, le intenta llamar, luz y esperanza vuelven a su corazón que palpita cada vez más rápido, puede sentir el pulso en la garganta, ya no llora, se limpia la nariz, con la oreja bien atenta a cada tono; ahora toca esperar, ya ha usado cuatro de los cinco intentos, tiene las piernas inquietas, el latido acelerado, las manos sudorosas, la mandíbula le tirita, se sujeta la cabeza y el rostro, está helada… pero nadie devuelve la llamada, ¿qué podría hacer ahí, sola, temerosa, en pánico, en el desamparo?

No sabía qué hacer en una situación así, nadie nunca la había preparado para remotamente parecido. Ya no tenía más llanto, sola la nariz tapada, la boca seca y el corazón a mil, como si corriera un maratón a velocidad, tantas pulsaciones fuera de sí, era temor, pavor, pánico de pensar en todo lo malo posible, físicamente nada se le parecía y eso que es una atleta de alta intensidad y rendimiento, una joven promesa se diría, así fuera de un deporte prácticamente desconocido por lo poco habitual, al menos en el país, nunca antes hubo sentido así; la vista turbia se le difuminaba casi al desmayo, manos heladas sudorosas, piernas inquietas con calambre, sentía orinarse… hip, hip, hip, todo su cuerpo temblaba, algo, alguien se acercaba, una luz la cegó, se cubrió el rostro, adoptó posición fetal, en shock todo el cuerpo le tiritaba. 

Su cuerpo, empapado en sudor, de pronto se detuvo… se enfrió, por fuera a temperatura ambiente, pero más tibia y caliente por dentro. Se reincorporó, ahora eran las neuronas las que palpitaban como su corazón lo hizo, ¿qué podría hacer? fue la pregunta desde el inicio, seguir esperando ante el riesgo y peligro del que ya se había percatado, el cuál aumentaba en el tiempo; ya no tenía como llamar y tampoco había funcionado; moverse, ¿a dónde? para encontrarse, tal vez, una adulta mujer que le pudiera socorrer… Su abuela, si, ¿cómo no lo pensó antes? ella da parte de las lecciones en una academia improvisada, no tan cerca de ahí, pero ella no lo sabía aunque si sabía cómo llegar, después de todo al menos estaban sobre la ruta habitual.

Bien, ¿qué hacer ahora? ya tenía un plan, por impulso quitó las llaves, cerró y aseguró todo, tomó la mochila de su papá y se dispuso a caminar por la calle más iluminada, ¿¡por qué se ancló a no moverse antes!? Recordó que en una situación en la que le robaron la batería del vehículo a su papá, lo primero que dijo hacer fue empujar el vehículo aparte de ahí, podrían, una vez verlo, asaltarle a él o terminar su trabajo. Su mente iba ocupada, cavilante, no sentía las pisadas pero le costaba cada paso, rendimiento al máximo, quería caminar más rápido, tal vez así lograba esquivar el dizque piropo de algún transeúnte eventual, vaya pena de las pobres idiotas, si supieran todo por lo que ha pasado la pobre niña a la que se atrevían a acosar; pero lento era todo lo que ella podía avanzar, aún pensó: “como mi papá” a quién tenía presente. “Caminar por lo claro” se dijo, no cambiar solo porque sí, se vería sospechoso, guardar esa opción por si alguien malicioso venía de frente o por si sentía que le seguían, tampoco voltear muy a menudo; y si esto sucedía, cruzar la calle, si la acechaban soltar las cosas que llevase como distracción, si no funcionaba, buscar dónde o con quién auxiliarse, y como último recurso, prepararse para el combate… su padre, siempre pensando en todo, medio sonrió con cariño mientras llegaba a su destino, pero más rápido salían las lágrimas: “mi papá, papito, ¿¡qué te pasó!?

Ella conoce en esencia la rutina de su padre, una figura para ella tan rara como excepcional, pero, ¿no es eso lo que todos piensan de sus efigies? Sabe que después del horario de oficina se reúne con su pareja en algún sitio que les quede de camino o equidistante según las diligencias pendientes para hacer algo de ejercicio, dígase una hora, pero la actividad no es tan exigente. Al fin que algo es algo, ambos fueron asiduos practicantes en otros tiempos, aunque aún les coquetee el recuerdo de glorias pasadas, en especial a su papá que vive atemporal en la otrora época de joven potencia en deporte de contacto y combate; lo que hace sentido que tenga algunas reacciones. Si no, igual se verían, harían las diligencias y existe la posibilidad de que decidieran tomarse dos que tres cervezas, de acuerdo a la base sexagesimal árabe, era raro hasta en las supersticiones. 

También sabía mucho del método Smith System, del manejo defensivo, en este mundo caótico de voluntad, sentimiento y rutina, cuyos egos confluyen en el tráfico. Aunque habitualmente tranquilo, esa actividad podía sacar lo peor de él, y ¿de quién no?, fácilmente airoso, iracundo como si colocasen una carreta a un caballo sin amansar. Solía discutir con otros conductores, pasaba con cierta frecuencia en algún punto del viaje siempre que iban juntos. Solía enseriar, lo contrario de una broma, con retas al otro conductor impertinente, incauto, descortés, avorazado, apresurado o lo que fuera, con tal de retarlo para educarlo a la vieja usanza, golpes; más bien la promesa de propinarle una paliza. Pero, pasada la oportunidad, era más bien motivo de gracia. No hay duda, que esa noche, antes de irla a traer, era muy probable que hubiera ocurrido, sea por el valor del recuerdo de la gloria debido a la ejercitación o por la ligereza de cuerpo que la bebida provoca; ni como saberlo, cuando llegaron por ella, sentíase tan cansada que solo contestó el saludo con monosílabos que parecían más bien balbuceo y se recostó en los últimos asientos, sin percatarse de quedarse dormida, como hipnótico. 

En el diván, la mujer ojerosa despierta, me dice: “fue en Managua, durante la dictadura”, sin precisar el año, pensé: “suficientemente ambiguo”; ya el tiempo de la sesión había pasado, además, prácticas sicarias de intercepción de carros son mucho más antiguas que el vehículo mismo, ni los autónomos se salvan, sobretodo. 

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